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miércoles, 14 de noviembre de 2012

COLUMNA INVITADA


IMPRESIONES GENERALES DE BERLÍN

Lauro Zavala
Visité Berlín durante el mes de noviembre de 2012 con motivo de participar en el Séptimo Simposio Internacional de Minificción, convocado por el Instituto Iberoamericano y con el apoyo de las universidades de Humboldt, Potsdam y Barcelona.
En el centro del circuito turístico se encuentra la Universidad Humboldt, de donde han surgido más de 20 premios Nobel. Entre ellos, algunos son tan famosos como el mismo Albert Einstein, además de Robert Oppenheimer, Erwin Schrödinger y Werner Heisenberg. Fue aquí donde tuve el privilegio de presentar, durante la inauguración del Simposio Internacional, un modelo teórico para el estudio de la minificción, el género más reciente de la historia literaria.
Lo que distingue a este género de otros es su combinación de elementos literarios con formatos ajenos a la literatura, además de su carácter lúdico, irónico y fuertemente intertextual. Los avances en la teoría de la minificción literaria empiezan a ser empleados en el estudio de la minificción gráfica y audiovisual, como en el llamado nanometraje.
Imagino el momento en el que la teoría y la historia de la minificción sean estudiadas de manera obligatoria en los programas de letras de todo el mundo. Y es digno de ser notado que se trata de un género que se ha desarrollado casi exclusivamente en lengua española, lo cual propicia que se esté produciendo, por primera vez, una teoría literaria en esta lengua.
La ciudad de Berlín es muy bella. Pero lo que más me llamó la atención durante mi breve estancia es que no encontré la cultura alemana por ningún lado. Me refiero a que uno esperaría encontrar a los grandes filósofos, los grandes músicos, los grandes artistas y los grandes cineastas en los museos, las librerías, los circuitos culturales y los mismos nombres de las calles. Pero hay que buscarlos de manera especial.
En Berlín, en cambio, todo el circuito turístico de museos está dedicado a dos grandes temas, no muy atractivos: la terrible historia reciente (el Holocausto y el Muro de Berlín) y la arqueología alemana, ligada al saqueo europeo de las culturas antiguas (en este caso, de Persia, Pérgamo, Egipto y Babilonia).


Esta situación es muy distinta de lo que uno encuentra al visitar París, Madrid, Londres, Washington o Moscú. En todas estas ciudades, el visitante de los museos y los centros culturales, las librerías y las bibliotecas (desde que se llega al aeropuerto) se encuentra la cultura del país anfitrión: los trabajos de los grandes filósofos y escritores están accesibles en traducciones a varios idiomas. Y en estos países, las películas nacionales están subtituladas en varios idiomas, o por lo menos al inglés.
Al visitar Berlín uno se pregunta si la ausencia de un orgullo alemán se debe, precisamente, al abrumador peso que tiene la historia reciente. El visitante se siente abrumado por los museos de sitio sobre los campos de concentración, los cuarteles de la anterior policía comunista (Stasi), los restos del muro y la milenaria diáspora de los judíos, esta última presentada en un enorme museo de cuatro pisos, equipado con la tecnología más moderna.
Incluso los museos para niños están dedicados a los Derechos de los Niños. Y la misma sala de cine que está en Potsdamer Platz, el centro cultural de la ciudad, a un lado del Museo del Cine, exhibe exclusivamente películas estadounidenses. En ningún lugar de Berlín se pueden encontrar películas alemanas subtituladas al inglés (o a cualquier otro idioma). Es como si a los alemanes no les interesara mostrar al resto del mundo lo que hacen bien, o lo que han hecho bien durante varios siglos.
Este hecho es inescapable. El circuito de museos que está en el centro de Berlín está formado por el memorial del Holocausto, el Museo de la Historia Alemana, el memorial de los Gitanos Perseguidos, el Museo Kollwitz en Memoria de Todos los Perseguidos de la Historia, y así sucesivamente. A pocas calles del centro está el Museo Ana Frank, además de los restos del Muro de Berlín (derruido en 1989), que aisló al sector occidental durante 28 años (desde 1961), y cuyas huellas están convertidas en sitios turísticos, como Checkpoint Charlie, el Brandenburg Tör y la misma Potdamer Platz.
Esta presencia abrumadora de la historia reciente provoca que la gran tradición cultural alemana esté arrinconada en las librerías especializadas. Sólo el museo judío recuerda, de pasada, a Heine, Spinoza y Benjamin. Pero es necesario ir a la sección de filosofía de la librería Dussmann, en FriedrichStrasse, para encontrar un pequeño espacio, en una esquina del cuarto piso, con los libros de Heidegger, Kant, Schopenhauer, Kant, Leibniz y Hegel. Pero sólo en alemán. Y no encontré ninguna edición anotada. Es necesario visitar las librerías de Estados Unidos para encontrar (en edición bilingüe) las obras completas de Kant, Wittgenstein o Marx en ediciones abundantemente anotadas, así como las introducciones al pensamiento de los filósofos europeos o el monumental y sorprendente Kant Dictionary de casi 600 páginas. ¿Por qué los alemanes no han hecho algo así con sus propios filósofos?, ¿deben hacerlo los extranjeros?
Supongo que la presencia del pasado reciente es una manera de prevenir la comisión de los mismos errores, a través de la preservación de la memoria histórica.


El otro gran tema de los museos, que ocupa la llamada Museum Insel (la Isla de los Museos), en el centro de Berlín, entre el Puente de Brandenburgo y Potsdamer Platz, es el orgullo por la arqueología alemana. Ésta es la arqueología que creó los mitos sobre las culturas antiguas de la región que hoy ocupa Irán, al este de la región de Israel-Palestina.
El museo más visitado de Berlín es el dedicado al monumental Altar de Pérgamo (lugar que estaba a pocos kilómetros de la antigua Babilonia). Se trata de una serie de esculturas en bajorrelieve que adornaban el mercado de Pérgamo en 186 a.C.
En las siguientes salas de este museo se encuentran los espectaculares frisos de cerámica de la antigua Persia, transportados y reconstruidos pieza por pieza, así como versiones originales de la esfinge, y otros monolitos antiguos.
El segundo museo más visitado (y promocionado) en Berlín es el Neue Museum, con tres pisos dedicados a la antigua cultura egipcia, donde la pieza emblemática es el busto de la reina Nefertiti. En la misma sala se encuentra la sorprendente Biblioteca de la Antigüedad, que contiene casi 500 documentos originales, escritos en las antiguas lenguas de la región, como el copto, el arameo, el hebreo, etc.
Para acceder a la pintura alemana (después de todo, ¡uno está visitando Alemania!) es necesario visitar el Alte Museum (Museo Viejo), en cuyo tercer piso se encuentra el delicioso paisajismo del romanticismo alemán de la primera mitad del siglo XIX, en el que se alternan retratos de la vida cotidiana con escenas bucólicas, imágenes de la naciente arquitectura urbana y las famosas composiciones de claroscuros nocturnos y misteriosos de Friedrich Caspar y muchos otros, además de las imágenes de la vida monacal en la edad media, idealizada por estos artistas.
El boleto para entrar a cada uno de estos museos cuesta alrededor de 11 euros (unos 15 dólares o 200 pesos mexicanos), lo cual incluye una audioguía con opción al español, inglés o francés.
El autobús de la Ruta 100 pasa por todos estos sitios turísticos importantes. El boleto de transporte urbano cuesta 2.40 euros (unos 40 pesos mexicanos) y tiene validez por dos horas, lapso en el cual se puede abordar cualquier tipo de transporte público: autobús (S), tren (T) o metro (U-Bahn).
Un boleto turístico de 54 euros permite visitar un grupo de más de 50 museos durante tres días y emplear el transporte público durante cinco días, lo cual puede significar un ahorro considerable si se visitan más de tres museos.
Las mejores librerías de la ciudad, además de Dussmann (que tiene una sección de novelas en inglés), son las que están en cada museo, y la que está en Savigny Platz. Esta librería, Büchenbogen, está ubicada justo debajo del metro elevado, y tiene siete salas especializadas en arte, cine, diseño, arquitectura y cine. Pero vale la pena visitar la pequeña librería de la sala de conciertos Philarmonia, donde hay documentales sobre música clásica, libros para niños y ofertas (cosa extremadamente rara en Berlín), además de muchas otras curiosidades relacionadas con la música. Es un descanso frente al agobio del Holocausto.
En Philarmonia se ofrece un concierto gratuito de música clásica a la una de la tarde (se llama lunch konzert). Es evidente que esta sala fue la inspiración para nuestra Sala Nezahualcóyotl, incluyendo la platea que está frente al director. En Philarmonia se anuncian las óperas de Wagner y las sinfonías de Brückner, y seguramente también hay ciclos dedicados a Bach y a Beethoven.
Sin duda, Berlín es una ciudad con una intensa actividad turística. Aunque en noviembre ya pasó el Oktoberfest, en Gendarmer Markt se puede visitar un restarurant con meseras ataviadas con el más típico estilo de Baviera, es decir, mostrando generosamente sus dones naturales a los clientes locales y extranjeros.


Y en el centro del circuito turístico se encuentra la Universidad Humboldt, de donde han surgido más de 20 premios Nobel. Entre ellos, algunos son tan famosos como el mismo Albert Einstein, Robert Oppenheimer, Erwin Schrödinger y Werner Heisenberg.
Nikolai Vertel es la zona más antigua de Berlín, donde se originó el concepto de las calles empedradas que adornan toda la ciudad. Hay que decir que en toda la ciudad las banquetas son extraordinariamente amplias y muy arboladas. En la zona antigua se encuentra la iglesia más antigua de la ciudad, la de San Nicolás, enfrente del museo dedicado a Zille, el caricaturista que vivió a principios del siglo XX, y también una magnífica escultura de San Jorge venciendo al Dragón, en bronce verde.
Durante mi breve visita tuve la fortuna de vivir en la zona de los escritores y artistas, que es Pentlauer Berg, muy cerca de Kultur Brauerei. Se trata de una antigua fábrica de cerveza que fue acondicionada para convertirse en un Centro Cultural Alternativo, donde es posible encontrar películas del resto del mundo.
Sin embargo, sigo preguntándome: ¿dónde está todo aquello que los extranjeros identificamos con Alemania, más allá de la guerra? Para mí, Alemania es el país de los grandes filósofos, escritores, artistas, músicos y directores de cine y teatro.
¿Dónde están las obras de Brecht en DVD, las películas alemanas con comentarios de expertos, los libros de los filósofos, traducidos y relacionados con la vida cotidiana (como lo hacen los franceses), estudiados a través del cine (como lo hacen los americanos), o en formato de documental (como lo hacen los ingleses?
Todo esto se encuentra fuera de Alemania, es decir, en Italia, en España, en Canadá… incluso en México.
Durante mi visita a Berlín sólo encontré, en todas las librerías y museos, un libro (en cinco idiomas) sobre la nueva arquitectura de la ciudad. Ésta es la arquitectura producida después de 1989, especialmente en los últimos diez años. Es una arquitectura dominada por la combinación de acero, concreto y vidrio, de tendencia funcionalista con algunas ideas de vanguardia, en la que domina el azul eléctrico del acero, el ocre de la arcilla y el gris del concreto. Todo esto que estoy diciendo se puede encontrar fácilmente en las imágenes de la ciudad que están disponibles en la red.
Noviembre es un mes frío y lluvioso, y en Berlín oscurece a las 5 de la tarde. Yo visité Berlín.
La televisión abierta en Alemania transmite varios canales en inglés, de CNN y BBC, y algunos del resto de Europa, como Polonia y España. Durante mi estancia ocurrió el apagón de Manhattan, que ocupaba las primeras planas de todos los periódicos alemanes y el tiempo principal de los noticieros alemanes, con enviados especiales.
El vuelo de México a Amsterdam (por KLM) dura más de diez horas, pero tanto de ida como de regreso se atrasó casi cuatro horas por problemas mecánicos. Los pasajeros tuvimos que esperar estas cuatro horas sentados dentro del avión, sin tener nada que hacer, pues el servicio de cine sólo empieza a funcionar cuando el avión está volando. Así que el trayecto completo de México a Berlín (vía Amsterdam) duró más de 18 horas. Un largo viaje para conocer una ciudad mítica, referencia inevitable de la Comunidad Europea.
Para el turista mochilero (como todo profesor mexicano) hay hostales de 12 euros la noche (unos 200 pesos) y se pueden comer unos deliciosos fish and chips por 2.50 euros o una sabrosa WeissBier, la cerveza típica alemana. Esta cerveza es más suave que la mexicana y tiene mejor sabor, pues no tiene como objetivo emborrachar, sino tener una buena experiencia gastronómica.
Por cierto que el primer y último monumento que se puede ver al llegar y salir de Berlín es la Columna de la Victoria, que sirvió como inspiración para nuestra Columna de la Independencia.


En Potsdamer Platz hay un Museo del Cine con unas doce salas pequeñas, donde se exhiben fragmentos de películas clásicas y objetos con valor histórico (los guiones manuscritos de Pabst, los bocetos para las escenografías de Murnau, la cámara que empleaba Fritz Lang, los zapatos y vestidos de Marlene Dietrich, el cuaderno de trabajo de Leni Riefenstahl, los osos de Berlín obtenidos por Herzog, etc.). Y estos objetos están acompañados por fotografías en blanco y negro de directores, actores, guionistas y políticos, especialmente durante el periodo expresionista y la segunda guerra.
En otra zona de la ciudad se puede visitar el Museo de la Fotografía, dedicado este año al erotismo elegante y muy intenso de Helmut Newton (aunque la tienda de este museo no tiene postales de su trabajo).
En el breve lapso de una semana visité seis bibliotecas y doce librerías, incluyendo la Staats Bibliothek zu Berlin (la segunda más grande del mundo, después de la Biblioteca del Congreso, en Washington), la Biblioteca Mario Vargas Llosa, del Instituto Cervantes, la Biblioteca del Cine, la Biblioteca del Instituto Iberoamericano, el Archivo Judío y la Biblioteca de la Universidad de Humboldt.
Al visitar estas bibliotecas y algunas librerías, tengo la impresión de que la narratología y el análisis cinematográfico están más desarrollados en Francia, Estados Unidos y Holanda de lo que están en Alemania. Después de los teóricos clásicos del cine (Arnheim y Kracauer) apenas en 1995 se tradujo al español el trabajo de análisis cinematográfico coordinado por Werner Faulstich y Robert Korte. Pero todavía no hay ningún teórico, analista o narratólogo mexicano traducido al alemán.
Cierro estas impresiones con una imagen memorable. En el autobús suburbano a Potsdam sube un grupo muy alegre de niños de ocho o nueve años que viaja sin supervisión de un adulto. Esto significa que la lección de M (Fritz Lang, 1932) fue asimilada por el pueblo alemán. La experiencia de Düsseldorf no se repetirá en Berlín.
Saludos para Elsie Beckman desde el centro de Coyoacán.

Postales: JP, Berlín, mmxii.

martes, 4 de octubre de 2011

ESTAMPAS DE TJ

Postales al vuelo
Mientras camino por una calle en penumbra, escucho el arrepentimiento de un hombre que vigila la entrada de un tugurio: “Se me estancó el casquillo, por eso no le di al desgraciado.”
Ya en el aeropuerto, mientras pierdo el tiempo asomado a un ventanal, sorprendo a un trabajador de la limpieza, que escarba entre el bote de basura, saca una hoja blanquecina, con ella se limpia la nariz, la dobla en cuatro e inmediatamente se talla los párpados, luego la guarda en su bolsa trasera del pantalón.
Visito por la tarde el Grafógrafo, librería de viejo alimentada por René Castillo, a quien conocí hace dos años mientras él era estudiante organizador de un Festival del Libro Usado (Felius), que promueve la lectura, los libros viejos y el encuentro literario con las nuevas generaciones que prepara la universidad local. En su oficina, minúscula y retacada de libros, me comenta que continúa el Felius, que ya organiza los preparativos del inminente cuarto encuentro. Me sorprenden los asiduos al local: niños, jóvenes, bohemios, muchachas en busca de su sentido. Sin embargo, me asombra una de sus parroquianas: mientras lee un libro copia a mano uno de sus fragmentos para llevarlo a sus compañeros de trabajo, a quienes se los lee mientras acometen sus labores. René me confiesa su oficio, que callo en su respeto.


En el vuelo de regreso, escucho en el Ipod las sonatas para piano y chelo de Beethoven, interpretadas por Rostropovich y Richter. De repente siento húmedo en la entrepierna, entreabro los ojos y miro a la azafata que me mira asustada, habla pero no entiendo nada por los audífonos. Miro la mesa abatible, sobre ella escurre espuma y un líquido oloroso a cerveza. Me sobresalto al verme empapado pantalón y camisa. Le reclamo, dice que fue un accidente. Me pasa un manojo de servilletas. La desprecio. Las tres horas de vuelo fueron una pesadilla. Al aterrizar me quejo con el capitán, quien dice que fue un accidente, que lo siente. Yo le digo que fue más que eso: falta capacitación de su personal de abordo, una incompetencia. Más tarde, en un corredor del aeropuerto, veo a los dos, capitán y azafata, cogidos de la mano. Siento que mi queja no prosperará.
—Ven, primo, ven.
—No, yo estoy bien. No quiero.
—Ven, primo, mira la oferta.
—Yo estoy bien. No quiero.
Cruzo la calle. Miro al primo custodiar una sala de masajes. Me hace señas para que regrese. Con otro gesto le digo que no.
—Adónde lo llevo, joven.
—Aquí nomás al aeropuerto.
—¿Cómo lo trataron?
—Hasta ahora no puedo quejarme.
—¿Y a usted cómo le va?
—Pues mire, la ciudad ha cambiado, ya no se ve tanto muerto, ni descabezados por ahí regados. Ahora la ciudad es más tranquila, hay más visitantes y la gente empieza a salir. Pero hace años corría tanta sangre, no me regresé a mi tierra, soy de Jalisco, por falta de lana, harto miedo me dio. Mire, joven, yo soy panista, militante y siempre he votado por el partido. Pero cómo la han regado, no supieron controlar a los malandros y se les salieron del huacal, y ahora no saben cómo regresarlos. Tengo mala suerte con el partido, cada vez que voto por ellos, algo les sale mal. Eso sí, nunca en mi vida he votado por el PRI y no creo hacerlo. Ahí que se arreglen ellos, que se chinguen tapando el huacal.

lunes, 21 de junio de 2010

MANIFIESTO DEL DUELO

Días de guardar



Una manifestación del luto es guardar el silencio apacible que exige la lectura del patrimonio literario que lega a su comunidad Carlos Monsiváis, antier fallecido después de una batalla agónica contra la enfermedad que lo postró por semanas.
Si en vida recibió homenajes, reconocimientos, premios y distinciones de la más variada índole, no se le puede negar en sus honras fúnebres el recinto de Bellas Artes para que familiares, amigos, funcionarios y la sencilla gente expresen sus condolencias por el fallecimiento de un escritor entrañable, el último defensor de las causas perdidas.
Así manifiesto mi duelo por la pérdida del maestro. Escribí y digo maestro pues sus artículos en la prensa alimentaron mi mocedad; sus extravagancias aligeraron mis rutinas; sus crónicas de la ciudad si no me la hicieron más amena y vivible, me concedieron un punto de partida para comprenderla y amarla ferozmente; la crítica cinematográfica que practicó, además de orientarme en la elección de mis preferencias cinéfilas, explicó las sinuosidades de la imagen en movimiento; sus ensayos fueron y son, para mí, un prodigio de escritura, pues fue el género natural de exposición de su afilada ironía, el recipiente de una carga profunda por el que el sarcasmo producía mella habitualmente en el sujeto en reprensión irónica; por el tamiz de su expresión hablada, locuaz siempre, transitaron los más altos recursos de la retórica clásica, la picardía mexicana, el discurso académico, la erudición y el habla familiar que resuena en los trolebuses.
En el ensayo casi nada dejó de ponderar, sus análisis tenían como destinatario a un público en crecimiento —la sociedad civil, lo llaman—, al que procuró sensibilizar, educar y encauzar, consciente de que su país transitaba de un estadio rural a una modernidad para la que no lo habían preparado con instrucción, adecuado sus instituciones ni otorgado educación a sus dirigentes. En esta arquitectura literaria, junto con la crónica, fue donde su legado es mayor, pues libros, revistas, diarios, suplementos culturales y folletería alimentaron sus planas del día con día.
Nadie negará que él fue un cultivador, un impulsor, un estudioso de la crónica mexicana, soporte donde dejó asentados las menudencias de la vida cotidiana, los entresijos del poder político, la transición del antiguo régimen, la formación del político mexicano, los avatares de los sexos, los entretelones de una república literaria cuyos ciudadanos o sucumbieron al canto meloso de un poder fáctico llamado televisión, o mantienen su independencia desde los oficios que concede la cátedra y el periodismo. El abanico de sus temas abarcó desde el nacionalismo, el charro, la canción popular, hasta las veleidades de la prosa decimonónica, la lírica que emergió con el romanticismo y el cine de la época de oro del cine mexicano. Las muestras de simpatía popular durante su cortejo fúnebre son índice de la compenetración del escritor con la “gente”, pues ese público lo seguía en sus más variados registros y soportes por la utilidad social de su escritura.
Carlos Monsiváis, defensor de las causas perdidas: el zapatismo, los chicanos, el feminismo, la experiencia gay, la biblio diversidad y, con ella, la defensa apasionada de la literatura.

Foto: http://www.elportaldemexico.com

lunes, 2 de marzo de 2009

CRÓNICA RELÁMPAGO DE UN VIAJE RELÁMPAGO


No los conté, pero me dio la impresión de que sumaban una treintena los estudiantes que acudieron a la cita, alojados en la sala de lectura Germán Lizt Arzubide que la honorable Preparatoria Emiliano Zapata dispuso para la conversación.
Acudí a Puebla el 5 de febrero invitado por dos generosos y talentosos profesores de esa escuela: Ricardo Cartas Figueroa y Óscar Alarcón, sendos novelista y cuentista, ambos con libros publicados, además de blogueros irredentos: www.ultracostumnews.blogspot.com. Ellos alimentan una serie de charlas con escritores allegados de las más diversas regiones del país con el lúdico fin de que intercambien sus experiencias de escritura, formación profesional y modos de trabajo con los estudiantes en un ambiente libre de presiones académicas, pues los bachilleres asisten convocados sólo por el interés personal, la vocación y la voluntad de saber.
Llegar a la ciudad de Puebla fue extremadamente fácil en autobús; regresar avanzada la tarde también aligeró el viaje. Ningún incidente que lamentar; es decir, nada para compartir. Llegué leyendo la edición más reciente de Lodo, del hiperrealista Guillermo Fadanelli.
A las paredes de aquella sala están adosados unos humildes libreros, cuyos ejemplares fueron donados por la ciudadanía poblana, que respondió a una convocatoria pública y abierta lanzada en los medios locales: radio, televisión y periódicos por los autodenominados “ultracostumbristas”; de este modo, dicha biblioteca aloja aproximadamente ocho mil ejemplares donados durante sucesivas campañas por el kilómetro de libros que han orquestado cada año. Naturalmente, mis Dinosauros de papel y mi sirenario fueron obsequiados para el solaz de la grey que me acompañaba.
La ronda obligada de preguntas entre el expositor y su público y la sobremesa con los anfitriones son los asuntos que deben compartirse, pues los bachilleres poblanos durante la charla mostraron indicialmente madurez, lecturas, horas de escritura, vocación temprana por las letras.
A la hora de la comida, Ricardo y Óscar se mostraron hospitalarios, buenos anfitriones, colegas generosos y compartidos con sus obras, muy amenos en sus dichos. Sin obligación alguna apunto que son profesores jóvenes que hallaron en la docencia una forma de hacer un bien comunitario, muy atentos, preparados e instruidos en su profesión, por ende su trabajo literario se verá seguramente beneficiado.
Luego del mole poblano y el arroz a la mexicana, que me hicieron comprender los vivas al pole poblano del vate estridentista, fuimos a tomar el café en la librería La Profética, que bien vale la pena una crónica o una nota independientes por su proyecto cultural, ya que mantiene a estos jóvenes y sus asiduos parroquianos informados de las mismísimas novedades editoriales que se pueden encontrar en esta provinciana ciudad de México.
Termino lamentándome de no haberme tomado una foto con el mismísimo Gabo, una escultura en cobre que espera al paseante con el brazo derecho extendido, sentado en una banca metálica del pasillo principal de la preparatoria. Como habitualmente espera a los paseantes, será en mi próxima visita.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Crónicas

La paz de los estantes (Dedicatorias a Manuel Maples Arce)


Javier Perucho

Los libros que se conservan de lo que fue la biblioteca personal de Manuel Maples Arce, están resguardados en el Fondo Reservado que la Biblioteca Rubén Bonifaz Nuño, del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam, abrió en honor del embajador y poeta estridentista. Este acervo se encuentra parcialmente clasificado y relativamente bien conservado si consideramos la edad, traslados y materiales con que fueron elaborados los libros que lo integran, al cual lo custodian, a izquierda y derecha, los fondos dedicados al siglo xix y a Bernardo Ortiz de Montellano. Rastrear y comentar las dedicatorias estampadas en sus ejemplares, es el propósito de este comentario.
Tuve acceso al Fondo Maples Arce por la gentileza de la doctora Belem Clark de Lara, a quien agradezco su venia y las orientaciones documentales.
A este breve acervo (ordenado en un estante metálico de 14 repisas, con aproximadamente 800 libros) lo encabeza la edición francesa de la Poética de Aristóteles (Société d’Édition Les Belles Lettres, 1932), en un tiraje limitado de “exemplaires sur papier pur fil Lafuma numérotés à la presse de 1 à 100”, aunque no contiene ningún folio que indique el número del ejemplar. En ese orden vertical de los libros, le sigue Claroscuro del sueño (San Luis Potosí, 1972), de Manuel Lara Hernández, quien lo dedicó al poeta en estos términos: “A don Manuel Maples Arce, ejemplo permanente de poesía joven. 5 de septiembre de 1973.” Firma en tinta negra, en preciosa letra manuscrita. Sigue Pájaro cascabel. Adán en sombra, de Margarita Paz Paredes, en cuya portada destaca un dibujo de dos animales fantásticos con rostro de fémina, alas, garras y cola, debido a las ensoñaciones de Leonora Carrington. En escritura que sigue una línea ascendente, la poetisa estampó, “Para el gran poeta Manuel Maples Arce, con lo mejor de mi estimación y afecto”, luego dos jeroglíficos con una transversal que separa el año (1964); se trata de una plaquette al cuidado editorial de Luis Mario Schneider y la autora; no obstante su dedicación editorial, una mano, presumiblemente la del poeta estridentista, enmendó erratas y estilo, verbigracia, corrige el nombre de la pintora, que en el colofón aparece como “Eleonora”; en el poema “Oración por la poesía”, donde ella escribió en el primer verso “Quiero humillarte a ti…”, la caligrafía de Maples Arce enmendó “Quiero humillarme a ti…”.
Continúa otra plaqueta, Barricada, con prólogo de José Mancisidor, de José Muñoz Cota, quien así se la dedica en tinta roja: “Camarada Maples Arce. Con el saludo cordial de…”, y sigue su firma. Como es un folleto todavía sin refinar, supongo que nadie lo ha leído, ni siquiera el camarada Maples.
Me llama la atención, por el lugar que ocupa en la secuencia libresca, José Revueltas, una literatura del “lado moridor”, que contiene esta dedicatoria, en letra de escolapio: “Para Don Manuel Maples Arce, por el gusto de conocerlo y de compartir su conversación. E. E. Marzo 6 de 1981.”
En Bajo el sol del trópico, el tabasqueño Samuel Espadas Centeno, aparte de dedicarle el folleto, reproduce una carta (21 de marzo de 1957) dirigida al embajador Maples Arce, entonces radicado en Otawa. Epístola que encierra las rutinas del cónsul, “La diplomacia es la dueña de tu destino. En esa carrera que ata lazos se vigorizó tu trayectoria. Tu misión no es sólo de recepciones y conmemoraciones, comprendidas en el programa de tu representación, sino de estudio y producción, de propaganda y defensa, de difusión de libros, de intercambios comerciales y de finalidades artísticas.”
La nostalgia por los tiempos idos se expresa en las palabras de J. M. González de Mendoza en su libro Las etapas del nómade: “A Manuel Maples Arce, en cordial recuerdo de los ya lejanos días parisinos, con el viejo afecto de su amigo: el Abate de Mendoza. 15. ix. 1946.”
Los libros de este fondo registran el tránsito latinoamericano, europeo y asiático, cuyos pies de imprenta señalan la errancia diplomática del poeta: Panamá. Montevideo. Madrid. Tokio. La Habana. Kobe. Quito. Caracas. Bogotá. Santiago.
El libro de cuentos Un hombre muerto a puntapiés (Quito, 1927), todavía conserva la tiza azul de la dedicatoria, “A Manuel Maples Arce, con admiración para su obra de revolucionario y de poeta. Pablo Palacio. Quito.”
Otro ejemplar que inicialmente me sorprende —¿qué anda haciendo entre los libros del poeta?—, es El sistema político mexicano, en la edición de Mortiz, que aún conserva la etiqueta de la librería donde fue adquirido —la Salvador Allende de Copilco— y el precio —20 pesos—, aunque a éste ninguna marca lo personaliza.
La guayaba, de Miguel N. Lira, no guarda dedicatoria o firma laguna, pero lleva un colofón que preludia las invasiones del realismo mágico: “Este libro se imprimió en la Editorial del Gobierno de Tlaxcala, en enero de mil novecientos veintisiete, dos meses después de que la ciudad se llenó del olor de las guayabas.” Sigue otro ejemplar, encuadernado en percalina azul, de Poesía (1924 a 1945), en el que Elías Nandino recoge nueve de sus libros y donde escribió parcamente en una blanca: “Para el poeta Maples Arce, con la amistad de Elías Nandino. 1949.” En la siguiente página par se reproduce un retrato a lápiz firmado por Julio Castellanos, en el que Nandino, en la plenitud de su vida, mira fijamente al pintor, la mano izquierda reposando sobre el descanso del sillón y la derecha, sobre la pierna.
En la tercera de forros de Impresiones musicales, su autor escribe un elogio desgastado: “Para el licenciado Manuel Maples Arce, poeta de grandes vuelos e intelectual de vastos horizontes, quien ha prestigiado a México dentro y fuera del país, con la profundamente arraigada estimación de Salomón Kakan. México, D.F., a 7 de agosto de 1956.” Por su parte, la periodista Georgina Durand, en el libro que sigue, estampa su autógrafo en Mis entrevistas: “Al Excimo. Embajador de México, Sr. Manuel Maples Arce, en recuerdo afectuosísimo de la autora para el representante de un país que todos los chilenos llevamos en el corazón. Atentamente, Georgina Durand. Ago. 11-v-50.”
En Teoría de la patria, Rodrigo Miró Suator revela en el subtítulo las preocupaciones de la época (1947): Notas y ensayos sobre literatura panameña seguidos de tres ensayos de interpretación histórica, quien estampó en la falsa, “Para el poeta Manuel Maples Arce, ilustre embajador de México, con la simpatía cordial de (rúbrica). Panamá. Junio-15-48.”
Aurora Marya Saavedra escribió en la página blanca de Ni sin tiempo ni dolor: “Con antiguo y grande respeto, al maestro Manuel Maples Arce, en espera de su aprobación. Cordialmente…”, y sigue el garabato de la firma.
En este acervo sobrevive un ejemplar de Ernesto Cortés Juárez, obra retrospectiva de grabado, que reproduce una selección de los grabados expuestos en Bellas Artes, entre octubre y noviembre de 1970 en la Sala Verde, por el grabador, padre del cuentólogo Jaime Erasto Cortés. Transcribo la dedicatoria: “Querido Manuel: con un cordial saludo.” Rúbrica estampada en tinta negra, trazo rápido y nítida caligrafía.
Armando Solari, “editor de su sola y propia obra”, compuso una Cantata a la memoria de Miguel Hernández, cuyo epígrafe es una vuelta a las consignas desveladas de otros tiempos, “A todos los pueblos de América en esta hora de prueba”. Por supuesto, la dedicatoria también revela las consignas de la utopía: “Al excelentísimo poeta de México y América, Dn. Manuel Maples Arce, este homenaje de admiración desde la otra orilla de Nuestra Patria Grande. Viña del Mar. Mar. 28-ii-50. Rúbrica.”
Perdido entre folletería, revistas diversas y otros papeles de desecho, está Así es Costa Rica. Visión de un mexicano (San José, s.e., 1945), en cuyo primer párrafo del prólogo escribe J. García Monge, “Quiere el licenciado que le haga esta introducción, cuatro palabras. Él manda, yo obedezco”, en el que registra en la página blanca su caprichoso autor: “Al señor Don Manuel Maples Arce, digno embajador de México en Panamá, con el respeto y el aprecio de A. Reyes H. San José, C. R. 10 de agosto de 1945”, firma el entonces jefe de la Oficina Mexicana de Turismo en Centroamérica y cónsul honorario de México, Alfonso Reyes H.
No puedo dar más noticia de los centenares de libros y de sus innumerables dedicatorias. Muchas de ellas fueron manuscritas como fórmulas o expresiones de cortesía. Otro tanto sucede con los ejemplares: hoy son meras curiosidades de arqueólogo literario. Es mejor ya no alebrestar a la polilla y dejar que guarden la paz de los estantes.