viernes, 1 de junio de 2012

JUBILEO DE AURA

30 de mayo de 1962
Hace un par de días se cumplió el medio siglo de la publicación de un libro emblemático en la trayectoria literaria de Carlos Fuentes: Aura. Una noveleta que goza de una fiera legión de seguidores entre los adolescente de México, aunque también sus detractores en otros estamentos. Recuerdo que durante el sexenio foxista el secretario del Trabajó prohibió a su hija la lectura de tan endiablado libro, censura que se extendió a la escuela religiosa donde estudiaba. Impedimento histérico que se convirtió finalmente en una campaña de publicidad gratuita para el autor recientemente fallecido.
Aura, según la nota periodística aparecida el penúltimo día de mayo en Milenio (“Medio siglo de Aura”), se terminó de imprimir el “30 de mayo de 1962”, según se deriva del colofón. Su efeméride me ganó y no pude consultar con los editores la primera edición para verificar o constatar la datación. Situación que espero no se repita con La muerte de Artemio Cruz, novela que igualmente cumplirá el primer medio siglo de vida literaria durante el transcurso de este año. El editor primario fue el Fondo de Cultura Económica y la colección que la alberga desde entonces, la Colección Popular. En el año de esta doble celebración, muere Fuentes. Sí, una desgracia.
Según recuerdo, el ejemplar de Aura llegó a mis manos cuando cursaba el bachillerato en el memorioso cch Sur, durante mi adolescencia turbulenta, una lectura que me aplacó mientras lo retenía entre mis manos y frente a mis ojos. Como suele suceder con este librito entre la muchachada, me cautivó, me intrigó. Me sorprendió la atmósfera citadina, las calles de mi ciudad, que entonces empezaba a descubrir, con sus aromas y aliento de caldero, sus sonidos y hablas de calle.
El retrato femenino de la joven protagonista reveló el erotismo de mis fantasmas; las aspiraciones del aprendiz de historiador se estamparon en este otro aprendiz de narrador en un claro caso de empatía. Felipe Montero transmigraba a mi situación: sin un peso en la bolsa, cigarrillo en mano, deambulaba por las calles con hartísimos sueños, sus sueños diurnos, con sus mismas aspiraciones que sobrevolaban por mi cabeza.
Cuando pasó el asombro, vino el descubrimiento de las oraciones del narrador sagaz que disimula imperativos y al sujeto gramatical: “Dejas de contener la respiración y te pasas una mano por el pelo oscuro y lacio; tocas con ella tu perfil recto, tus mejillas delgadas. Cuando el vaho opaque otra vez el rostro, estarás repitiendo ese nombre: Aura.” Nunca más en mi historia de lectura volví a encontrar esos entretejidos verbales. Por el demasiado riesgo, por la demasiada sombra benéfica, o no.
Y más tarde el mito de la eterna juventud, luego la capa que devela el ambiente gótico, de ensoñación fantástica que se ha apuntado infinitas veces, pero connaturales a las vecindades de la ciudad que retrata. Y entonces vino una certeza: Carlos Fuentes es un corredor de distancias cortas. Aunque participó del maratón novelístico, lo suyo, lo mero suyo, son las arquitecturas narrativas de aliento breve. Y de ellas provendrá su perpetuidad en el panteón de las letras, aunque el canon ya lo apuntaló por otros maratones: La muerte de Artemio Cruz y La región más transparente.
Regreso a la novela, que por iniciativa de mis estudiantes fue elegida como lectura semestral. Entonces fui por un ejemplar. Mientras caminaba por Balderas, entre los puestos de libros usados entreví la edición conmemorativa. Pregunté el precio. El librero me lo dijo. Regateé. Se negó sosteniendo su postura; “está nuevo”, me dijo. Accedí pagarlo porque al final sólo me pedía la mitad de su valor comercial expedido en librerías. Lo revisé y estaba intacto por el celofán que lo cubría. Es muy usual que entre los libros de ocasión convivan las novedades editoriales por el tráfico hormiga a que obligan los hurtos en bodegas o librerías. Naturalmente, no se trataba de un saldo.
Mientras viajaba en el Metro, volví a su tejido, a la incertidumbre de la identidad, a su ritmo contenido, donde subrayé frases elocuentes, marqué erratas imperdonables. Los aspiraciones de Felipe Montero quedaron entre los folios del libro, donde deben seguir para que otro joven lector las adopte.
En la casa o en mi cubículo, ya no lo recuerdo, terminé de leerla. Entonces la añeja certeza vino de nuevo. Carlos Fuentes labrará su nicho en la rotonda de los escritores con el cuerpo de sus musas menores.


Carlos Fuentes, Aura. Edición conmemorativa, estampas de Vicente Rojo, México, Ediciones Era, 2012, 79 pp.