Hace un par de días se cumplió el medio siglo
de la publicación de un libro emblemático en la trayectoria literaria de Carlos
Fuentes: Aura. Una noveleta que goza
de una fiera legión de seguidores entre los adolescente de México, aunque
también sus detractores en otros estamentos. Recuerdo que durante el sexenio
foxista el secretario del Trabajó prohibió a su hija la lectura de tan
endiablado libro, censura que se extendió a la escuela religiosa donde
estudiaba. Impedimento histérico que se convirtió finalmente en una campaña de
publicidad gratuita para el autor recientemente fallecido.
Aura, según la nota periodística aparecida el penúltimo día de mayo en Milenio (“Medio siglo de Aura”), se
terminó de imprimir el “30 de mayo de 1962”, según se deriva del colofón. Su
efeméride me ganó y no pude consultar con los editores la primera edición para
verificar o constatar la datación. Situación que espero no se repita con La muerte de Artemio Cruz, novela que
igualmente cumplirá el primer medio siglo de vida literaria durante el
transcurso de este año. El editor primario fue el Fondo de Cultura Económica y
la colección que la alberga desde entonces, la Colección Popular. En el año de esta
doble celebración, muere Fuentes. Sí, una desgracia.
Según recuerdo, el ejemplar de Aura llegó a mis manos cuando cursaba el
bachillerato en el memorioso cch
Sur, durante mi adolescencia turbulenta, una lectura que me aplacó mientras lo retenía
entre mis manos y frente a mis ojos. Como suele suceder con este librito entre
la muchachada, me cautivó, me intrigó. Me sorprendió la atmósfera citadina, las
calles de mi ciudad, que entonces empezaba a descubrir, con sus aromas y
aliento de caldero, sus sonidos y hablas de calle.
El retrato femenino de la joven protagonista reveló
el erotismo de mis fantasmas; las aspiraciones del aprendiz de historiador se
estamparon en este otro aprendiz de narrador en un claro caso de empatía. Felipe
Montero transmigraba a mi situación: sin un peso en la bolsa, cigarrillo en
mano, deambulaba por las calles con hartísimos sueños, sus sueños diurnos, con
sus mismas aspiraciones que sobrevolaban por mi cabeza.
Cuando pasó el asombro, vino el descubrimiento
de las oraciones del narrador sagaz que disimula imperativos y al sujeto
gramatical: “Dejas de contener la respiración y te pasas una mano por el pelo
oscuro y lacio; tocas con ella tu perfil recto, tus mejillas delgadas. Cuando
el vaho opaque otra vez el rostro, estarás repitiendo ese nombre: Aura.” Nunca
más en mi historia de lectura volví a encontrar esos entretejidos verbales. Por
el demasiado riesgo, por la demasiada sombra benéfica, o no.
Y más tarde el mito de la eterna juventud, luego
la capa que devela el ambiente gótico, de ensoñación fantástica que se ha
apuntado infinitas veces, pero connaturales a las vecindades de la ciudad que
retrata. Y entonces vino una certeza: Carlos Fuentes es un corredor de
distancias cortas. Aunque participó del maratón novelístico, lo suyo, lo mero
suyo, son las arquitecturas narrativas de aliento breve. Y de ellas provendrá
su perpetuidad en el panteón de las letras, aunque el canon ya lo apuntaló por
otros maratones: La muerte de Artemio
Cruz y La región más transparente.
Regreso a la novela, que por iniciativa de mis
estudiantes fue elegida como lectura semestral. Entonces fui por un ejemplar.
Mientras caminaba por Balderas, entre los puestos de libros usados entreví la
edición conmemorativa. Pregunté el precio. El librero me lo dijo. Regateé. Se
negó sosteniendo su postura; “está nuevo”, me dijo. Accedí pagarlo porque al
final sólo me pedía la mitad de su valor comercial expedido en librerías. Lo
revisé y estaba intacto por el celofán que lo cubría. Es muy usual que entre
los libros de ocasión convivan las novedades editoriales por el tráfico hormiga
a que obligan los hurtos en bodegas o librerías. Naturalmente, no se trataba de
un saldo.
Mientras viajaba en el Metro, volví a su
tejido, a la incertidumbre de la identidad, a su ritmo contenido, donde subrayé
frases elocuentes, marqué erratas imperdonables. Los aspiraciones de Felipe
Montero quedaron entre los folios del libro, donde deben seguir para que otro
joven lector las adopte.
En la casa o en mi cubículo, ya no lo
recuerdo, terminé de leerla. Entonces la añeja certeza vino de nuevo. Carlos
Fuentes labrará su nicho en la rotonda de los escritores con el cuerpo de sus
musas menores.
Carlos Fuentes, Aura. Edición conmemorativa, estampas de Vicente Rojo,
México, Ediciones Era, 2012, 79 pp.
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