Hace seis años
escribí para el suplemento cultural La
Jornada Semanal un artículo
mínimo de coyuntura que pretendía expresar un apoyo político al entonces
candidato a la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador,
postulado en ese momento como ahora por un trío de partidos situados en el abanico
de la izquierda. En aquel tiempo afirmé, creo que con cierta ingenuidad lírica
como en todos mis artículos de tinte político, que: “Alimentó (amlo) una esperanza al fundar
instituciones en el nuevo milenio, pues construyó escuelas, congregó a una
comunidad, protegió con el manto de la caridad social al desolado ancianato,
atendió la demasiada pobreza, edificó vialidades, gobernó una metrópoli con
voluntad de servir, éstos son algunos de los atributos políticos del caudillo
sureño, que no sólo lo hicieron el candidato más viable en la reciente querella
por la Presidencia, sino el hombre más experimentado y fortalecido por su
capacidad para sortear las emboscadas, confrontar la violencia ultramodal y
desmenuzar el entuerto del desafuero. La suma de esas virtudes le permitirían
regir los derroteros de un país que sobrevive por las regalías del petróleo, el
aire oxigenado de las remesas y las dádivas del turismo. Un ciudadano con tales
destrezas y capacidades políticas habilita a un Ejecutivo en ciernes, pero fue
baldado por una derecha silvestre que acata un orden siniestro.
”La tinta indeleble
que barruntó nuestros pulgares fue para que —en la adición de uno a uno de los
sufragios efectivos— la República se vivificara con ese ensueño democrático.”
(“¿Quién teme al ensueño?”, La Jornada
Semanal, núm. 595, julio 30 de 2006, p. 11.)
La República revive en
este 2012 por dicho “ensueño democrático”, pero hoy con bríos rejuvenecidos, aunque
con antiguos actores. Antes de estampar mi voto con una cruz, expreso que en
estos momentos no simpatizo ni milito en partido alguno y pienso que el estado
de postración en que se encuentra el país es debido a sus gobernantes y políticos.
Ahora bien, en mi
consideración el candidato político más viable para encabezar aquel espectro de
partidos (prd, pt y Morena) en las elecciones del
presente año, era Marcelo Ebrard, por las siguientes razones, ingenuas si
gustan y me lo demandan: es un protagonista en ascenso político, el más joven
de la contienda, lo que implica un relevo generacional, y sus bonos políticos
navegan por las nubes dada su exitosa gestión gubernamental como alcalde de la abigarrada
Ciudad de México. Acaso por su civilidad política no logró la candidatura entre
aquellos partidos, aunque le fue prometido un ejercicio de relevancia,
secretario de Gobernación, si y sólo si triunfan en las elecciones venideras.
Sin embargo, en la
democracia a la mexicana el voto de los ciudadanos no ha bastado para la
alternancia, pues ya se ha visto y constatado que el sistema se derrumba —en
prejuicio de Cuauhtémoc Cárdenas— o se difuminan los sufragios en un momento de
su tránsito —en daño de amlo—. Consecuentemente
los poderes fácticos han impedido dos veces a los candidatos de la izquierda el
acceso a la Presidencia. Con tales antecedentes históricos, el triunfo del Peje
más que una ensoñación resulta un espejismo o una ficción pura, como los
relatos de la sirena, aunque en ellos creo. Aun así y a pesar de que no encuentro
la cuadrícula de sus promesas de campaña, insertaré mi voto en las urnas
transparentes que serán montadas en julio, signado para López Obrador, en razón
de que en mi historial como ciudadano sufragante nunca he votado por el pri y moralmente estoy impedido de
hacerlo por el pan.
Foto: José Carlo González, tomada de La Jornada en fecha olvidada y
reproducida aquí sin afán de lucro.
pd: para las elecciones a gobernador de la Ciudad de México, votaré por Miguel Ángel Mancera, no porque sea candidato de la izquierda; no, simplemente ha hecho su trabajo. Así, sin calificativos.