lunes, 7 de octubre de 2019

SIRENA DE RAMOS



Raymundo Ramos


Ars combinatoria

Las tradicionales divas de las islas se están extinguiendo. Cada vez se oye menos el chapoteo de sus cuerpos fusiformes (con aleta caudal natatoria no transversa) arrojándose desde las peñas ferruginosas. En algunos pedregales resbalosos de musgo, la pestilencia a marisco en descomposición es insoportable; pudrideros de materia orgánica llegan ahora, en rachas olfativas, a la pituitaria de los navegantes, como otrora la miel de sus cantatas al sentido infundibuliforme de los héroes homéricos. 
La razón de su merma biológica es sencilla, son especímenes híbridos y, por lo tanto, estériles: fornican con los grandes peces y desovan un lodo espermático degenerado, que después de unas horas de vibración ciliar en los caldos de los esteros se aquieta y muere. Los manoseos sensuales con náufragos —de las costillas flotantes para arriba— son, evidentemente, lubricidades infecundas; extranjeros de tez comida por la barba y ojos desorbitados dan testimonio de haber succionado el calostro dulzaino de senos ebúrneos, aunque cerebros extraviados por el sol calcinante y la locura de la sal marina hacen increíble el recuerdo de esas glotonerías orales. En cuanto a la voz, ha habido de todo. Infortunadamente resulta imposible precisar las excelencias de sus registros sonoros, como en el caso de algunas virtuosas operáticas anteriores a las grabaciones en acetato: digamos, la Malibrán, pero es indudable que —mitologías aparte— debió haber entre las sirenas tonadilleras y baladistas de pésima cuadratura y vocecillas insignificantes.
El Jardín de las Delicias del Bosco es otra cosa. En él todo acto fornicatorio es posible y deseable, a condición de que se soporten los besos deslenguados y las miradas en eterna vigilia a través de las membranas nictitantes, amén de las mejillas erisipélicas y el jadear asmático de las branquias, como de pez fuera del agua. Aquí tampoco la relación es fecunda, a Dios gracias, y si en el caso anterior resultan cuestionables las facultades vocales de las Ristori o las Patti del archipiélago, en el espacio pictórico de las más audibles lujurias lo único que pudiera ser comprobable para el ojo que escucha es el peditrompeteo de flores que les revienta en el jarrón del ano a los habitantes de la pradera pecaminosa.



Raymundo Ramos, Alta infidelidad y los espejos cóncavos, México, cnca, 1997, p. 20.