lunes, 13 de abril de 2009

Jubileo de una novela chicana



JUBILEO DE POCHO

Javier Perucho

A Cándido Condés, por su mecenazgo


La celebración de las efemérides literarias es una actividad necesaria en las tradiciones culturales, un acto de justicia en la república de las letras, que cumple a la vez con un doble propósito: repasar las empresas artísticas del pasado y cumplir con una tarea educativa que tiene como encomienda la formación de nuevos lectores. Con cada nuevo acercamiento que ofrecen tales celebraciones, los acervos se animan, el diálogo con sus creadores se vivifica y las obras emblemáticas de un grupo social, una época y una geografía rompen su ostracismo.
Concelebrar entonces el centenario de una obra de arte, el natalicio de un escritor, el jubileo por la publicación de un poemario, un drama o una novela, permite a públicos diversos la revalorización y la divulgación de una trayectoria y una obra literarias.
En esta ocasión se trata de Pocho, una novela que involucra a las comunidades de origen mexicano asentadas en California. Escrita originalmente en inglés por José Antonio Villarreal, fue publicada por Doubleday en 1959, de la que no se disponía una traducción al español, empero fue realizada en Estados Unidos para el consumo del mercado “hispano” en 1994.
La familia del autor, nacido en 1924 en Los Ángeles, cuyos padres fueron nativos de Zacatecas, llegó a California por las olas de expulsión causadas por los efectos negativos de la revolución mexicana, ya que el padre fue combatiente villista. Elemento biográfico que se exporta a una ficción donde el protagonista tuvo el oficio de cosechador.
La familia peregrina por Texas y California siguiendo el ritmo de las cosechas, pero al cabo se establece en un pueblo llamado Santa Clara, localidad del Valle Imperial, cercana a San Francisco, California. Una circunstancia biográfica que también se exporta a la novela.
Las rutinas campesinas, el español familiar, la tradición mexicana, la vida en la sociedad anglosajona, la educación en escuelas norteamericanas y el trabajo de Villarreal como maestro en instituciones de educación superior en Colorado, Texas, California y la ciudad de México hicieron del escritor un ser que transitó entre las culturas “americana” y mexicana. Tal como aconteció al héroe del relato, Richard Rubio, a una de las cuales renunció; de ahí la semántica del vocablo “pocho”, que en la etimología popular significa dar la espalda, olvidar, renegar de sus orígenes. Significado que ha sido recogido por la literatura mexicana desde Amado Nervo. De este tránsito entre tradiciones culturales, parte el conflicto literario que se relata en Pocho, ficción autobiográfica que hoy celebramos por su jubileo, luego de cincuenta años de haberse publicado en Estados Unidos, el país que adoptó a su autor por medio siglo.
Con tal obra y dicho escritor inició en el siglo XX la literatura chicana, por lo tanto la aparición de Pocho estableció un hito cultural en la historia de la chicanidad y los mexicanos arraigados en Estados Unidos, pues con ella se gestó la alta cultura de ambos grupos étnicos, si consideramos a la literatura y demás bellas artes como las formas más refinadas de la expresión humana. Igualmente la historia cultural de estas comunidades apareció paulatinamente en el horizonte de los estudios universitarios, las instituciones gubernamentales y los medios de comunicación; de la misma manera, el arte asentó su influjo en los estamentos más educados de la ciudadanía méxico-americana, que convirtió sus tesoros culturales en la bandera que enarboló la defensa de sus causas. El arte, la historia y la mitología azteca adquirieron entonces un valor simbólico para enfrentar la adversidad social y las calamidades raciales.
De este nexo entre la literatura y la historia, entre la novela y la lucha de clases, entre la ficción y el combate ideológico, germinó una de las debilidades de la literatura chicana, pues sus autores priorizaron la batalla política de los panfletos en aras de la defensa de su comunidad.
La época, la efervescencia política y una conciencia social emergente obligaron a los intelectuales chicanos a colocarse en la vanguardia del movimiento de la raza, entonces para defenderla, más tarde para cantar su gloria. Ese activismo político contagió a las letras y demás artes, en consecuencia los acervos culturales de los grupos minoritarios —chicano, puertorriqueño, afroamericano— fueron impregnados con un ánimo levantisco. A la hora de ponderar sus acervos —musicales, literarios, folclóricos, cinemáticos o pictóricos—, el saldo es desfavorable, pues los estratos y sedimentos en que espigará la arqueología cultural hallará manifestaciones políticas, proclamas, airadas protestas, consignas y, de manera eventual, ciertas obras artísticas que han librado el tamiz del tiempo. Como fue el caso de Pocho, que prefiguró las tensiones dramáticas de la novelística chicana posterior.
Dicho protagonismo político lo reseñó sin cortapisas Villarreal, por ello se mantuvo distante de esa actitud social proactiva, pues su propósito escritural fue la invención de universos artísticos válidos en sí mismos, donde la universalidad fue su manifiesto. De la proclama, el mensaje político y el adoctrinamiento se mantuvo alejado, distante por el efecto negativo que causaba en los patrimonios culturales de su comunidad. En este distanciamiento también influyó su madurez intelectual, educación y horizonte literario, fraguados en San Francisco, un epicentro cultural de la Unión Americana antes y después de los nostálgicos años sesenta. Aquella década maravillosa que Richard Rubio, el protagonista de Pocho, pre inaugura en sus temáticas: discordia entre generaciones, soledad, alienación del sujeto, conflictos familiares, asimilación y ruptura.
Esta actitud autocrítica consigo mismo y su gremio, se localiza en la entrevista que le fue realizada por Juan Bruce-Novoa para la conformación de su libro de entrevistas La literatura chicana a través de sus autores (México, Siglo XXI Editores, 1983). Para la que expresó: “La literatura [chicana] está adquiriendo cierto grado de respeto y credibilidad. Hay indicios de que la retórica y la arenga política, usadas con gran ventaja en los primeros años, ya no son necesarias y han pasado de moda, y ya veo el día en que nuestro pueblo desarrollará y creará una literatura de connotaciones universales.”
En las décadas siguientes, la retórica política de la literatura chicana dio paso al lamento por la patria perdida, las cuitas de la mexicanidad transterrada, el folclore trasnochado, el realismo mágico demodé y el aztequismo inverosímil. En el fondo, los escritores chicanos contemporáneos (Sandra Cisneros, Francisco X. Alarcón, Gloria Anzaldúa, entre otros) apuestan por una narrativa exótica que procura encandilar al mercado anglosajón y, de rebote, lograr cierto impacto en la literatura mexicana.
Sin embargo, al menos dos casos son la excepción, James Carlos Blake y Francisco González Crussí, literatos cuyas premisas literarias son justamente el “desarrollo” de una “literatura de connotaciones universales” cuyas fuentes humanísticas se encuentran en el pensamiento europeo, la civilización grecorromana y la cultura iberoamericana. Blake escribe en inglés sus cuentos y novelas ambientados en un tiempo y un espacio transfronterizo; González Crussí alterna su lengua materna, el español, con el idioma de su profesión médica, el inglés, para tejer con sapiencia sus ensayos sobre las dolencias del cuerpo humano. De aquí se desprende un atributo de la literatura chicana, cuyos artífices pueden escribirla en inglés o en español.
La literatura chicana fue tejida por los ciudadanos estadounidenses de origen mexicano, quienes han conformado una vertiente de la literatura estadounidense, junto a la irlandesa, judía, polaca o italiana; es decir, nació del crisol de la civilización “americana”. Literaturas que en su momento también recrearon las inclemencias de la adaptación, los problemas de la lengua, la asimilación, la diferencia entre comunidades, las particularidades de sus oficios, singularidad de vida, cultos, festividades y tradiciones, sentido de la permanencia y tribulaciones del héroe en el desierto.
Asimismo, de ahí se infieren las temáticas por donde Richard Rubio transitó. Pocho es una ficción con un carácter social, un estrato biográfico y un trasunto histórico que pretende un valor universal, ya que fue construida con las particularidades que distinguen a un grupo étnico en el alambique de las razas.
Ahora bien, a cincuenta años de su publicación, ¿Pocho dio origen a la novelística chicana? A la que se escribe y publica en inglés, naturalmente. Por varias razones: su lengua de composición fue el inglés, la nacionalidad del autor fue la estadounidense; Pocho, en tanto que libro, es una novela que se consume en el mercado anglosajón, principalmente en las universidades. Finalmente, un asunto no menor es que su modelo de composición fue el Retrato del artista adolescente, influjo joyceano que evidencia el ascendiente anglosajón en su escritura. Sus dos restantes novelas (The Fifth Horseman, 1974; Clemente Chacón, 1984) fueron escritas y publicadas igualmente en inglés.
Por otra parte, la novela chicana se ha publicado desde sus orígenes en español, pero en tal segmento Villarreal no ejerció ningún influjo, pues sus antecedentes se remontan a unas décadas atrás, aunque acotados a la misma geografía californiana (Los Ángeles), donde el diarismo fue el soporte de una novela publicada por entregas en La Opinión, Las aventuras de Don Chipote o cuando los pericos mamen (circa 1930), del periodista mexicano Daniel Venegas, en la que ya se reseñan las peripecias de la migración, los avatares de un mexicano en Estados Unidos, el racismo, las conjugaciones del inglés con el español en la arquitectura del relato, el contraste de las idiosincrasias, el destierro multicausal, sea por la revolución, la ineptitud de los gobernantes, o la miseria secular.
Dos años antes de la aparición de Pocho, José Revueltas dio a la imprenta una novela que podría considerarse como uno de los antecedentes de la novelística chicana, Los motivos de Caín (1957). La sátira, el tremendismo y el realismo fueron las modalidades y géneros de exposición de dichas novelas, cuyo denominar común expongo en breve.
Los protagonistas de tales empeños literarios, Don Chipote, Jack Mendoza y Richard Rubio, ateniéndonos a su ciudadanía literaria, son un mexicano, un chicano y un méxico-americano, respectivamente. El primero regresa a su provincia natal; el segundo, desertor del ejército norteamericano, se refugia en Tijuana, y Rubio permanece en Estados Unidos, su país, a pesar de todo. En las correspondientes ficciones los tres padecieron invariablemente los rigores y beneficios de la diáspora; es decir, las batallas de la asimilación, la discriminación racial, la exclusión. El espejismo del progreso, las ventajas de una democracia consolidada, el espíritu cainita, la movilidad y la integración social. Un bracero, un marine y un hombre sin atributos formaron la demografía literaria de una novelística cuyo epicentro recayó en la migración mexicana para alcanzar los propósitos de una literatura con pretensiones de universalidad.
Para concluir, apunto una curiosidad biográfica compartida entre aquellos escritores, que acusa el destino manifiesto de la migración mexicana. Ellos regresaron a la tierra de sus progenitores, luego de ejercer sus respectivos oficios en la tierra prometida: Venegas como periodista; Revueltas, cronista literario, conferencista, trotamundos; y Villarreal, educador y novelista.
El retorno al país natal: México, la suave patria a la que vuelven nuestros antepasados a reposar en el silencio de los sepulcros.

Pocho en español
José Antonio Villarreal, traducción de Roberto Cantú, New York, Anchor, 1994, 265 pp.

[Parte de la beca del Fonca para la elaboración de un diccionario de escritores chicanos]