LA SILLA
Javier Perucho
Cuando llevó su cuaderno de tareas al escritorio, le pregunté en voz baja, ¿Y esos verdugones, cómo te los hiciste? Circundaba la muñeca de su mano izquierda una línea rojiza, como una rozadura infectada, viva la carne. Sin mirarme respondió, Nada, pero insistí por la falta de coherencia en su respuesta, Dime qué te pasó, no se lo diré a nadie. Los niños del salón ya empezaban a fijarse en nosotros, pues no es habitual entregar las tareas y pasar tanto tiempo platicando con el maestro.
Cuando llevó su cuaderno de tareas al escritorio, le pregunté en voz baja, ¿Y esos verdugones, cómo te los hiciste? Circundaba la muñeca de su mano izquierda una línea rojiza, como una rozadura infectada, viva la carne. Sin mirarme respondió, Nada, pero insistí por la falta de coherencia en su respuesta, Dime qué te pasó, no se lo diré a nadie. Los niños del salón ya empezaban a fijarse en nosotros, pues no es habitual entregar las tareas y pasar tanto tiempo platicando con el maestro.
Al sonar la chicharra para salir al recreo, se acercó mustiamente para
decirme, Cuando comemos Mamá Gabriela me amarra la mano a la silla con un
mecate, porque quiere que use la derecha. Cuando hago la tarea o tomo el
pocillo me regaña, diciéndome que eso no es de cristianos, que nomás los hijos
del diablo agarran la taza con la zurda. Pero no puedo evitarlo, cuando me doy
cuenta, el lápiz ya lo tengo entre los dedos de la zurda. Mientras no está
ella, mis hermanos me castigan con un manazo en la nuca o se burlan de mí,
gritándome, ¡Te vas a ir al infierno! No les hago caso, pues ya no me importan.
Ahora nomás me cuido de mi padre, que trajo de no sé dónde una vara de castigo
con la que me azota si me ve agarrar el pocillo del café con mi mano preferida.
Esta pulsera me la hice ayer, pues Mamá Gabriela me amarró a la silla
durante la comida, aunque intenté soltarme azotándola contra el suelo, pero no
lo logré, así que la muñeca me quedó salpullida por los tallones que me di
cuando intentaba desatarme. Creo que lo hacen por mi bien, eso me dicen ellos.
Pero la mano derecha no me obedece.
—¿Usted qué piensa, profesor?*
* Antes de cerrar por obras de reparación mayor
—nueva forma de llamar a vacaciones— el Miretario,
ofrezco a mis lectores, abonados y seguidores el presente cuento inédito.