LA COLA DE LA SIRENA
Caroline Lepage
(Universidad de
Poitiers, Francia)
Numerosas —demasiado
numerosas, sin duda— son las antologías de cuentos y demás relatos cortos, bajo
todas sus formas y todas sus denominaciones posibles, cuya coherencia escapa, incluso
después de una lectura asidua y de buena voluntad, o incluso después de una
exploración crítica detallada y erudita.
En este caso, sin
embargo, con esta deliciosa, turbadora y hasta cierto punto iniciática La
música de las sirenas, no se
plantean siquiera el por qué y el cómo de esta combinación de autores, en la
medida en que la unidad es extremadamente sólida, casi rizomática en el enredo
metódico de las historias frondosas que la componen y la completan, llamándose,
interpelándose, contestándose las unas a las otras, produciendo sabios y
curiosos ecos, más o menos involuntarios, por cierto más allá de la única
constante temática.
La unión de las
sirenas y del microcuento es, en efecto, a la vez evidente y espléndida en el
despliegue que aquí se le da; hay una fusión, compenetración y siembra
recíproca para estas dos hibrideces, criatura medio mujer / medio pájaro, o
medio mujer / medio pez de la mitología, por un lado, creación medio ficcional
y medio poética en el panorama literario, por el otro. En una grandiosa
orquestación, ambos seres teóricamente condenados al vagabundeo un tanto
vergonzoso de una esterilidad genética y genérica, se convierten de repente en
emblemas de fertilidad e incluso lujuriantes generaciones nuevas y singulares.
¿No escribe el propio García Márquez en el cuento «La sirena escamada» (p. 27)
que: «La sirena era una criatura que tenía de mujer lo menos útil y de pez lo
menos aprovechable. En vista de lo cual, no hubo otra alternativa que
dejárselas a los poetas, únicas personas capaces de sacarle algún partido a un
ser que no ofrecía ningunas perspectivas…»?
La idea que dio origen
a este acervo de textos (descifrar / traducir / transcribir… y, finalmente,
apropiarse del idioma de las sirenas —¿acaso no constituye el sueño secreto de
todo autor?—) es, indudablemente, genial y seductora de mil y una maneras
diferentes, en sí y aun más, por lo menos desde mi punto de vista, en relación
con el aporte por una parte a la imaginación individual (¿no tiene cada uno de
nosotros una vocecita de sirena en el fondo de la oreja, más o menos tenue
según las estaciones del año o el humor del día?) y colectiva (¿cuántos nobles
e innobles acontecimientos nacionales e internacionales engendrados por las
matrices metafóricas y simbólicas de las sirenas y de los sirenos de todas las
especies y apariencias?) y también, por otra parte, a la historia literaria de
un género o subgénero que ahora se merece sus títulos de nobleza; hace mucho
tiempo —y la antología que nos toca comentar en esta microcrítica es una prueba
más de ello— que la familia de los relatos cortos ya no tiene que dar pruebas
suplementarias de su total legitimidad y por tanto no tiene porque temer que se
la etiquete de tal o cual forma para las necesidades arbitrarias de una
clasificación.
En cuanto al contenido
de La música de las sirenas es fruto de un trabajo inteligente y
apasionado. El lector encontrará aquí nada menos que 60 textos, de autores
originarios de las latitudes más variadas de la hispanofonía —desde España,
hasta México, pasando por Argentina, Chile, Guatemala, Venezuela, Colombia, Nicaragua,
Uruguay, Panamá y Perú—, «grandes» plumas ya más que reconocidas —Darío,
Borges, Galeano, Shua…— con «grandes» plumas que merecen que les sigamos
reconociendo a medida que vayan construyendo su obra —Pellicer, Cutillas, Muñoz
Valenzuela, Dublín…— Otra de las muchas ventajas de las buenas antologías
colectivas: ¡el milagro de la democracia artística, en la que todos se codean
en una verdadera igualdad frente al libro-objeto y frente a su destinatario! Y
sí, harán falta estos dichosos cantos de sireno/as-poetas para penetrar en los
misterios de las sirenas de ayer (las que pueblan el pensamiento de la
antigüedad; por ejemplo con «Mar latino», de Ramos Sucre, o «Jasón», de
Anderson Imbert) y las de hoy (por ejemplo con «La pesca de sirena», de Mendoza,
o «La sirena que estaba de vacaciones», de Jiménez Emán). Para los más curiosos
del sabor exótico de la venganza o del puro deleite, aconsejo la lectura de
«Infidelidad», de Benza González, o «Caldo largo de cola de sirena», de Ana
Clavel.
Que conste que todo el
mérito de esta obra es de Javier Perucho, aficionado entre los aficionados,
conocedor entre los conocedores de miniliteratura y de sirenas, insigne
especialista en sirenología —excelente neologismo, de lo más acertado cuando
vemos el cuidado científico con que los textos vienen agrupados, con el muy
valioso apuntalamiento del docto «Prologuillo» de ocho páginas (de su autoría)
y de una bibliografía extraordinaria de seis páginas—, indispensables para
quienes decidan aventurarse más adelante en el territorio fantasmal y
fantasmagórico de las monstruas de cola de pez. ¡Por su cuenta y riesgo!
Javier Perucho (prologuillo,
espiga y documentación), La música de las sirenas, Toluca, Fondo Editorial del Estado de México,
2013, 152 pp. (Narrativa)
Publicado en Quimera. Revista de Literatura, núm. 370, septiembre, 2014.