viernes, 5 de septiembre de 2014

QUIMERA DE SEPTIEMBRE

LA COLA DE LA SIRENA

Caroline Lepage
(Universidad de Poitiers, Francia)

Numerosas —demasiado numerosas, sin duda— son las antologías de cuentos y demás relatos cortos, bajo todas sus formas y todas sus denominaciones posibles, cuya coherencia escapa, incluso después de una lectura asidua y de buena voluntad, o incluso después de una exploración crítica detallada y erudita.
En este caso, sin embargo, con esta deliciosa, turbadora y hasta cierto punto iniciática La música de las sirenas, no se plantean siquiera el por qué y el cómo de esta combinación de autores, en la medida en que la unidad es extremadamente sólida, casi rizomática en el enredo metódico de las historias frondosas que la componen y la completan, llamándose, interpelándose, contestándose las unas a las otras, produciendo sabios y curiosos ecos, más o menos involuntarios, por cierto más allá de la única constante temática.
La unión de las sirenas y del microcuento es, en efecto, a la vez evidente y espléndida en el despliegue que aquí se le da; hay una fusión, compenetración y siembra recíproca para estas dos hibrideces, criatura medio mujer / medio pájaro, o medio mujer / medio pez de la mitología, por un lado, creación medio ficcional y medio poética en el panorama literario, por el otro. En una grandiosa orquestación, ambos seres teóricamente condenados al vagabundeo un tanto vergonzoso de una esterilidad genética y genérica, se convierten de repente en emblemas de fertilidad e incluso lujuriantes generaciones nuevas y singulares. ¿No escribe el propio García Márquez en el cuento «La sirena escamada» (p. 27) que: «La sirena era una criatura que tenía de mujer lo menos útil y de pez lo menos aprovechable. En vista de lo cual, no hubo otra alternativa que dejárselas a los poetas, únicas personas capaces de sacarle algún partido a un ser que no ofrecía ningunas perspectivas…»?
La idea que dio origen a este acervo de textos (descifrar / traducir / transcribir… y, finalmente, apropiarse del idioma de las sirenas —¿acaso no constituye el sueño secreto de todo autor?—) es, indudablemente, genial y seductora de mil y una maneras diferentes, en sí y aun más, por lo menos desde mi punto de vista, en relación con el aporte por una parte a la imaginación individual (¿no tiene cada uno de nosotros una vocecita de sirena en el fondo de la oreja, más o menos tenue según las estaciones del año o el humor del día?) y colectiva (¿cuántos nobles e innobles acontecimientos nacionales e internacionales engendrados por las matrices metafóricas y simbólicas de las sirenas y de los sirenos de todas las especies y apariencias?) y también, por otra parte, a la historia literaria de un género o subgénero que ahora se merece sus títulos de nobleza; hace mucho tiempo —y la antología que nos toca comentar en esta microcrítica es una prueba más de ello— que la familia de los relatos cortos ya no tiene que dar pruebas suplementarias de su total legitimidad y por tanto no tiene porque temer que se la etiquete de tal o cual forma para las necesidades arbitrarias de una clasificación.
En cuanto al contenido de La música de las sirenas es fruto de un trabajo inteligente y apasionado. El lector encontrará aquí nada menos que 60 textos, de autores originarios de las latitudes más variadas de la hispanofonía —desde España, hasta México, pasando por Argentina, Chile, Guatemala, Venezuela, Colombia, Nicaragua, Uruguay, Panamá y Perú—, «grandes» plumas ya más que reconocidas —Darío, Borges, Galeano, Shua…— con «grandes» plumas que merecen que les sigamos reconociendo a medida que vayan construyendo su obra —Pellicer, Cutillas, Muñoz Valenzuela, Dublín…— Otra de las muchas ventajas de las buenas antologías colectivas: ¡el milagro de la democracia artística, en la que todos se codean en una verdadera igualdad frente al libro-objeto y frente a su destinatario! Y sí, harán falta estos dichosos cantos de sireno/as-poetas para penetrar en los misterios de las sirenas de ayer (las que pueblan el pensamiento de la antigüedad; por ejemplo con «Mar latino», de Ramos Sucre, o «Jasón», de Anderson Imbert) y las de hoy (por ejemplo con «La pesca de sirena», de Mendoza, o «La sirena que estaba de vacaciones», de Jiménez Emán). Para los más curiosos del sabor exótico de la venganza o del puro deleite, aconsejo la lectura de «Infidelidad», de Benza González, o «Caldo largo de cola de sirena», de Ana Clavel.
Que conste que todo el mérito de esta obra es de Javier Perucho, aficionado entre los aficionados, conocedor entre los conocedores de miniliteratura y de sirenas, insigne especialista en sirenología —excelente neologismo, de lo más acertado cuando vemos el cuidado científico con que los textos vienen agrupados, con el muy valioso apuntalamiento del docto «Prologuillo» de ocho páginas (de su autoría) y de una bibliografía extraordinaria de seis páginas—, indispensables para quienes decidan aventurarse más adelante en el territorio fantasmal y fantasmagórico de las monstruas de cola de pez. ¡Por su cuenta y riesgo!

Javier Perucho (prologuillo, espiga y documentación), La música de las sirenas, Toluca, Fondo Editorial del Estado de México, 2013, 152 pp. (Narrativa)


Publicado en Quimera. Revista de Literatura, núm. 370, septiembre, 2014.