El ensayo corto
Julio Torri
El ensayo corto ahuyenta de nosotros la tentación de agotar
el tema, de decirlo desatentadamente todo de una vez. Nada más lejos de las
formas puras de arte que el anhelo inmoderado de perfección lógica. El afán sistematizador
ha perdido todo crédito en nuestros días, y fuera tan ocioso embestirle aquí
ahora, como decir mal de la hoguera en una asamblea de brujas.
No es el ensayo corto, sin duda alguna, la más adecuada
expresión literaria ni aun para los pensamientos sin importancia y las ideas de
más poca monta. Su leve contenido de apreciaciones fugaces —en que no debemos
detener largo tiempo la atención so pena de dañar su delicada fragancia— tiene
más apropiada cabida en el cuerpo de una novela o tratado; de la misma manera
que un rico sillón español del siglo xvi
estaría mejor, sin disputa, en una sala amueblada al desolado gusto de la
época, que en el saloncito bric-à-brac
en que departimos de la última comedia de Shaw, mientras fumamos cigarrillos y
bebemos whisky y soda. A pesar de todo, el bric-à-brac
hace vacilar aún a las cabezas más firmes.
Es el ensayo corto la expresión cabal, aunque ligera, de una
idea. Su carácter propio procede del don de evocación que comparte con las
cosas esbozadas y sin desarrollo. Mientras menos acentuada sea la pauta que se
impone a la corriente loca de nuestros pensamientos, más rica y de más vivos
colores será la visión que urdan nuestras facultades imaginativas.
El horror por las explicaciones y amplificaciones me parece
la más preciosa de las virtudes literarias. Prefiero el enfatismo de las
quintas esencias al aserrín insustancial con que se empaquetan usualmente los
delicados vasos y las ánforas.
El desarrollo supone la intención de llegar a las
multitudes. Es como un puente entre las imprecisas meditaciones de un solitario
y la torpeza intelectiva de un filisteo. Abomino de los puentes y me parece,
con Kenneth Grahame, que “fueron hechos para gentes apocadas, con propósitos y
vocaciones que imponen el renunciamiento a muchos de los mayores placeres de la
vida”. Prefiero los saltos audaces y las cabriolas que enloquecen de contento,
en los circos, al ingenuo público del domingo. Os confieso que el circo es mi
diversión favorita.
Julio Torri, Obra completa, edición de Serge I. Zaïtzeff,
México, fce, 2011, pp. 118-119.
(Letras Mexicanas)