El arte del microrrelato
La microficción nos obliga a pensar en las formas tradicionales de representación literaria. Implica una nueva puesta en escena de los géneros.
Como ya es costumbre, los autores de microrrelatos han variado tanto los recursos que ya es imposible dar cuenta de ellos. Uno de esos procedimientos, como muestra de su ingenio, es el metacuento, el cuento de otro cuento, estrategia sherezadeana que no le ha sido ajena. Otro es la metaficción, que ha servido a los escritores para reflexionar sobre la literatura en sí misma.
Los recursos narrativos del microrrelato van de la prosa poética, el narrador omnisciente, a la denuncia social, y los componedores de cuentos se valen de la zoología fantástica para recrear conflictos humanos, pero también de la viejísima treta del palimpsesto, el relato montado sobre otro camello narrativo para dar origen a uno más, impensado en el texto madre.
Con las sales del humor y los ácidos de la ironía diluyen en el reino de la ficción el orden social preestablecido, corroen los cánones de convivencia artística y socavan las identidades de los principios de realidad que encarnan los personajes.
La minificción comparte ciertas características con otros géneros donde la brevedad es la máxima de exposición. Así, por ejemplo, la fábula, el aforismo, la greguería o la adivinanza, tienen su virtud en la estricta economía verbal. Economía que no admite despilfarros, escamoteos, fraudes, ni mucho menos operar en números rojos. Por el neoliberalismo de la palabra, la economía de esta literatura no admite saldos negativos.
El microrrelato no es la cruza indiscriminada de los géneros, sino un género nacido en la modernidad, que se gobierna por reglas intrínsecas a él, cuya extensión forma un rasgo supeditado a las normas de la composición literaria, heredadas de la cuentística tradicional; es decir, de los diferentes estatutos narrativos que han conformado un canon, una tradición o una corriente estética.
Ciertamente, el microcuento es afín a las estéticas más innovadoras del siglo xx, y aunque éstas hayan perdido su carácter vanguardista, la microficción sigue teniendo un impulso y un vigor inacabado. De hecho, en el mar de las industrias narrativas, ésta se ha forjado un espacio indisputable, pues ya dispone de un público, el orbe editorial promueve sus antologías, la tradición académica lo ha vuelto objeto de sus acosos críticos, además confecciona programas educativos, y la república literaria se solaza en y con las novelerías de la microficción.