A las crueldades padecidas en el siglo, a los latrocinios
sufridos y la anulación de la utopía, corresponde el uso de otros soportes y
arquitecturas que permitan resistir el dolor, el sufrimiento y el desvanecimiento
de nuestras más viejas creencias. La novela bajo los presupuestos del mercado ha
perdido su credibilidad entre la grey. La poesía vive su noche más larga. Y el
cuento no alcanza la altura prometida para dar cuenta de los desastres de la
vida contemporánea. Así planteada esta circunstancia, el aforismo vive un
momento de salud, vigor y madurez inusitados.
En la anterior radiografía de autopista se basa este
diagnóstico apurado, aunque apuntalan la mera evidencia y mi optimismo en un
modo expresivo en desventaja con respecto a los géneros canónicos, pero
fortalecen una credibilidad hasta ahora no puesta en duda, ya que el aforismo no
estaba asimilado a los usos de la moda ni al dictado del mercader o a las
componendas del sistema literario.
Repasemos ciertas evidencias de las que tengo noticia. Justo
el año de aparición de libro que hoy nos ocupa, fue publicado un quinteto de
libros aforísticos, cuyos autores azarosamente pertenecen a la misma generación
de Benjamín Barajas. Los volúmenes de Marco Ángel, El atril de la luciérnaga (2011); Aurelio Asiain (La fronda, 2012); Merlina Acevedo (Peones de Troya, aforismos, 2013); Leonardo da
Jandra (Mínimas, 2013) y Federico
Fabregat, Filosofía de clase media
(2013), entre otros tantos más, que han animado el horizonte del género en años
recientes.
Aunque también en este levantamiento debo mencionar la que
considero la primera tesis universitaria expuesta y defendida en México, “El aforismo en
México. Estética y retórica” (tesis de Especialidad en Literatura Mexicana del
Siglo XX, UAM-Azcapotzalco, 2013), que tuvo como propósito una
exploración analítica del aforismo en el país, emprendida por Jorge Hiram Barrios
Santiago.
En España, otro mexicano ha ofrecido a la opinión pública la
que considero la antología seminal del género en la península, José Ramón González
(Pensar por lo breve. Aforística española
de entresiglos. Antología [1980-2012]). Ahí mismo, de la mano de Erika
Martínez, la revista Ínsula. Revista de Letras y
Ciencias Humanas
publicó un número monográfico sobre los empeños del aforismo en esa
región, “El aforismo español del siglo xx”
(septiembre, 2013), perquisiciones ya
convertidas en piedra angular para futuros e inminentes acosos analíticos, pues
en ellos se da cuenta de una trayectoria, principales exponentes, obras capitales,
estudios pioneros y un incipiente florilegio. Apunté inminentes, pues las aulas
universitarias, como es el caso de la cátedra de Juan Coronado en la UNAM, y las
tesis doctorales —menciono apenas la de Margarito Cuéllar—, empiezan a calentar su
crítica, difusión y censos literarios.
Breves autopsias
se inscribe en dicha estela, donde se viene fraguando el género por una nueva camada
de escritores que han reconsiderado esta particular arquitectura para darle
legitimidad y legalidad en la República Literaria, donde por ciertos descuidos nuestros
ha pasado desapercibido, a pesar de arrastrar una tradición ya centenaria.
Ahora bien, qué es el aforismo, una pregunta válida en la
redención de un género que carece de la atención historiográfica debida. Bien
podríamos plantear aquí unas características generales para circundarlo. Ahora
expongo un apunte para su consideración, hecho público en otros ámbitos.
Un aforismo es un
argumento controvertible aunque veleidoso, que soporta una experiencia, un
saber empírico expresado en una definición conceptual, un pensamiento educado
por el libre albedrío. Jamás narra una historia, eventualmente fomenta una
lección cívica o moral; por historia y tradición no profesa dogmas, aunque las
creencias obtienen su rédito durante la concepción; sus dominios también
circundan la estética de las artes, la biografía, los credos, además de ceñir
las idiosincrasias y las tradiciones. En la prosa tiene su soporte habitual,
regla de oro que admite las excepciones contemporáneas. Nunca es epifánico,
pero sí confesional. La experiencia y el dominio de un saber o una técnica, así
como el empirismo subyacen en el género, por ello el escritor veter es
quien más lo ha frecuentado, según los indicios y las evidencias documentales
que sustentan este comentario; en consecuencia, es el género de la madurez
literaria.
Consensos y disensos aparte, juzgo que nos encontramos en un
punto en que la redención del género debe partir del hecho mismo de las definiciones
personales, tal como las han arriesgado Gabriel Zaid, José de la Colina o Juan
Villoro, un versátil trío de practicantes nativos que a su lírico modo han
acuñado sendos trabajos aforísticos, adoptados en libro o huérfanos de volumen
impreso.
Por lo tanto, es necesario emprender una definición literaria
para sancionarlo —consensuada o no—, que dé cuenta de sus valores, propiedades
y atributos para no caer en ese pantano en que se encuentra el microrrelato,
enmarañado en una telaraña de deslindes entre “minificción” y “microrrelato”.
Menciono este género pues el mundo editorial lo asocia usualmente con el
aforismo por su expresión sucinta, impacto en el lector y orfandad crítica,
además de los prodigios de la brevedad, tan fieramente señalados.
En espera de la definición del autor con hoy nos convida a
esta presentación social, señalo ciertos atributos que distinguen la buena mano
y pulida escritura de Benjamín Barajas, mas no quiero dejar de señalar que el
libro de marras es el tercero que lleva estampada su firma en una lista
bibliográfica que crece año con año. Disciplina, oficio y voluntad de creación:
la trilogía que sanciona la obra de un amanuense literario.
Como una literatura que se basta a sí misma, los tópicos
abordados en Breves autopsias se
desprenden de nuestra angelical y terrible condición humana, donde caben el
ejercicio docente, la mujer, la fama y su precio, el arte literario mismo, la
familia, la corrupción, los buenos e ilusos pensamientos en la redención del
hombre, entre otros tantos alfileres insertados en el cuerpo yacente del espíritu.
De su abordaje resulta evidente que el narrador vive en un lúcido pesimismo, de
otra manera no podría diseccionar sobre su mesa de trabajo esos asuntos tan
fieramente humanos que dan consistencia a la vid aforística de Barajas.
Por las mismas exigencias del género, Benjamín se atiene a
la deontología del aforismo: ninguna palabra sobra y el adjetivo se empeña para
acanalar aún más la herida que retrata no para sanar —ese afán no le
corresponde al aforista del presente—, sino para procurar la sangría del cuerpo
herido, entiéndase por ello la sociedad, las instituciones, la Naturaleza, la
civilización, la cultura, las creencias o la ideología.
Por la lectura de Breves
autopsias y de la tradición en la que se ampara, inferimos que un practicante
del aforismo es ante todo un reformador, a veces disfrazado de moralista, o de
domador de la especie que empuña su latiguillo para castigar las conductas
dañinas. Sobre todo porque sus sentencias duelen, a pesar de haber sido escritas
tan amorosamente.
El bisturí con que escalpela Barajas no tiene como fin sanar
esos cuerpos, sino diseccionarlos para conocer su putrefacción. Como buen
aforista, ha escarbado en el mal, pero se aleja de las tentaciones de su
remedio, pues ya no es función del escritor curar los males sociales, esa tarea
romántica que tanto se explotó en el siglo pasado en aras de la redención y la
utopía, pero que tanto ha perjudicado a los países petrobananeros, es decir, parafraseando a Barajas, en esas
latitudes donde “los delincuentes acribillan la impunidad” para lograr la
santidad de su crimen. Los crímenes tallados a revólver de mansalva son el cuño
de un Estado que se remeda a sí mismo.
Desde esta óptica, el aforismo se asume como punto de
observación, atalaya donde se otean lacras, ilusiones perdidas, desengaños de
amor, creencias finiquitadas y los saldos del antiguo régimen, tanto de su
estamento político como del ciudadano que camina por la acera en busca de
asideros que detengan su caída hacia el precipicio.
Por la conjugación de la prosa, parecería que el narrador —en
este caso se funde como alter ego del autor, tal como corresponde a las
desinencias del género—, se inclinaría por el cinismo producto de una verdad templada
por la escritura aforística: las certezas que otorgaba la vida han fenecido,
fueron derrotadas por una serie de causales que ya no tienen contención, pues nos
han avasallado, marchitado la esperanza y aniquilado el buen humor con que
enfrentábamos el transitar cotidiano.
La lectura de Breves
autopsias me ha dejado un aprendizaje, un placer unívoco y la certeza de
que el género por los empeños de este escriba desengañado, logrará el sitial
que le corresponde en la República de las Letras. Su defensa, legitimidad y
confianza en la legalidad de sus formas nos corresponde a nosotros, lectores de
Benjamín Barajas.
Benjamín Barajas,
Breves autopsias, México, Cuadrivio,
2013, 89 pp. (Hefesto)