Reseña a la Anatomía:
Antonio Soria,
“Ochenta imágenes de un universo”, en La Jornada Semanal,
suplemento cultural de La Jornada, 24 de julio, 2016, Núm. 1016, p.
11.
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Comentario a Anatomía
de una ilusión
Ignacio Betancourt
Cuando resulta inevitable la complicidad del lector con lo
leído, suele considerarse mérito del autor. A veces pienso que cada lector lee
lo que se merece (en el caso del libro de Perucho me siento halagado). La
diversidad de puntos de vista narrativos goza de cabal verosimilitud en las
narraciones. El traslado de personajes de uno a otro texto los robustece (al
cuento y al personaje), sabe uno de donde vienen y en su lectura, de manera casi
imperceptible, se recrean los antecedentes que los vuelven cercanos. Además, el
humor que circula entre líneas anula cualquier riesgo y les otorga necesaria
mesura. El barco de la portada es magnífico, los colores de la casa flotando en
el mar de la escritura vuelven alucinante la embarcación y el viaje.
Las referencias literarias asoman entre peculiares oleajes
narrativos y cierta comunidad de evidencias ordena las mareas. La crueldad de
lo real es siempre oportunamente cruel (independientemente de cómo se le
presente). Tanto lo referencial como lo figurativo funcionan con igual eficacia
en un discurso pleno de guiños. La ironía entendida como máxima expresión del
humor (con frecuencia negro) se entreteje cordialmente añadiendo espesor a lo
enunciado. Hay textos breves, geniales por su contención (siempre resulta deslumbrante
la amplitud de lo breve). Lo ciertamente explícito no requiere de excesos, a
partir de un solo enunciado puede reconfigurarse todo.
El tratamiento de asuntos infantiles permite, de manera
natural, las peores crueldades. El niño como semilla de casi todo aquello que
el adulto consumará. La omisión perversa, lo sugerido, vuelven inagotables las
historias. Los personajes que reaparecen a lo largo del libro, en su
construcción paulatina se asumen gratos e ingratos con inobjetable
verosimilitud; lo extraño y lo erótico se hermanan sin perjuicio alguno para
ambos. La cachondería, más que en lo narrado se genera en la manera de contar. El
surgimiento del eros, la germinación
de lo cachondo, todo eso que es intuición
infantil, habrá de marcarnos como destino.
Aunque en anécdotas y peripecias los protagonistas sean
infantes o adolescentes, su devenir narrativo los humaniza y hace creíbles las
más extremas acciones en contextos que no restringe lo desmesura. Aquello de
que “infancia es destino”, en Anatomía de
una ilusión se corrobora sin afán alguno de corroborarlo. El placer no
tiene edad, o mejor dicho: impregna todas las edades. Son los recuerdos,
similares a objetos con peso y textura entre la levedad de lo recordado, con
aromas y tonalidades que incluso convertidos en palabras conservan su
palpitación. A partir de una afortunada diversidad de puntos de vista, el
inevitable monólogo de la escritura se hace polifonía, imaginarios colectivos
en donde medio mundo cabe.
Con personajes de todas las edades se construye un mural
formidable de ámbitos históricos (identificables o escurridizos), en donde el
imaginario apuntala contradicciones sociales tremendas, paradójicas, ahí
carencia o abundancia, odio o amor, pasado y ahora (todo aquello que construye
subjetividad e invención) deambula en una cotidianeidad palpable. Dentro del
más anciano de los seres, habita la niñez como un esqueleto invisible.
Finalmente, debido a la mención de Edmundo Valadés recuerdo que en alguna
ocasión nos dijo que un buen cuento es aquel que no se olvida; por cierto los
que escribe Perucho, son bien recordables.
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