LAURA ELISA
VIZCAÍNO MOSQUEDA
Mar y tierra
Cuando la sirena cumplió quince años se escapó de su casa. Precisamente esa noche había una fiesta en la playa; sus ojos se llenaron de luces por lo que discretamente y, como Poseidón le dio a entender, se acercó a unas sillas junto a la pista de baile, dispuesta a observar lo que nunca antes había visto en su vida.
—Disculpa, ¿quieres bailar?
—Pero no traigo zapatos, ¿le importa? —Respondió apenada la sirena.
El caballero cambió su sonrisa por una cara de asco y se marchó. La preciosa sirena bajó del asiento y con el coraje que genera una ofensa regresó a su espacio marino, rompió el agua, se hundió en lo profundo, regresó a la superficie, saltó sobre ella, navegó sobre sus cabellos y siguió ejecutando los movimientos más armónicos y fuertes, imposibles de realizar sobre la tierra, hasta que nunca más paró de bailar.
¿Carne o pescado?
A una edad avanzada, el buen hombre descubrió que nunca había escogido lo correcto en el tránsito de su vida. Con la cabeza agachada y una maleta pequeña partió hacia la playa. El calor y demás olores salados le hicieron levantar un poco el rostro; apenas sintió algo de apetito, se acercó a un restaurante. “¿Carne o pescado?”, le dijo el mesero. Pregunta simple y cotidiana, pero una decisión más al fin y al cabo (el matrimonio, las aventuras, su música abandonada, el empleo perdido, sus ganas de vivir y las ganas de morirse). Sin dar respuesta, abandonó el lugar y solemnemente se acercó a las olas. Se sumergió en el agua dispuesto a olvidarse. Y en sus suicidios andaba cuando una hermosa sirena le abrió los ojos, lo abrazó con su carne y lo impregnó de pescado.
Foto proporcionada por la autora, quien afina los detalles de su libro inédito “Cucos”, de donde provienen los cuentos sirénidos.
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