miércoles, 22 de agosto de 2012

ELOGIO DE LA TERTULIA

Estampas de la vida bohemia
Tan afecto era Pedro F. Miret a la vida bohemia que en una de sus colaboraciones periodísticas asentó un elogio de la tertulia, donde alentaba esta institución de la república literaria, pues participó de varias, entre ellas una donde pululaban los cineastas y las actrices, otra donde los escritores predominaban y una más donde los refugiados de origen español dominaban la escena.
En la actualidad dicha institución, la tertulia, sigue viva entre nosotros. Los mentideros en la república de los poetas vivos abundan. Puede encontrarse viva y en acción en el estado de Puebla, en la ciudad de Mérida o en Tijuana. El café, el bar o los restaurantes son los sitios ideales para su realización. Los cabarets no, porque ahí se va a otra cosa, aunque se arrastre hasta allá la estela de la conversación. Sin embargo, habrá quien la realice en esos ámbitos tan propicios para el habla.
Como apuntaba Miret en aquel texto periodístico, en torno a la mesa de la tertulia se suceden los temas: el orden o su concierto no importan, no se gobiernan y menos se administran. Importan la charla, el punto de vista y la agudeza del planteamiento. La literatura, el cine, la música, la circunstancia política autóctona, los temas discurren con naturalidad tanto por la agitada conversación como por los ardores etílicos, o por el valor en sí de las aportaciones de una u otra disciplina, de uno u otro autor. Los libros y la lectura son madejas que siempre se desmenuzan durante el aperitivo y la degustación del platillo fuerte, cuando se escancia el vino, o mientras los fumadores se apartan a la hora del tabaco requerido. Las novedades culturales y la puesta al día del horizonte político son otros de sus nutrientes, además de las beldades del espectáculo, la alegre vida de noche o las mujeres con cierto andar que animan la vida cotidiana.
Ningún día es mejor que otro para su celebración. Basta la mesa, el escenario y unos parroquianos dispuestos a conversar con ánimo tolerante sobre las menudencias de la vida, aparte de cierto recogimiento y el silencio.
La tertulia de Laberinto, el suplemento cultural de Milenio, se congrega en torno a las personalidades de Armando González Torres y José Luis González —poeta uno; periodista el otro— cuyo grupo de cofrades se reúne desde hace años en diferentes sedes (El Covadonga, El Gallo de Oro, Cantabria, El Palacio e Imperio, actual comedor, mentidero y bebedero) para concelebrar ese arte milenario de la conversación, donde participan, además de los mencionados, Armando Alanís, Iván Ríos, Roberto Pliego, Raúl Renán, José de la Colina, Juan Manuel Torres, José Antonio Lugo, Norma Salazar, además de Lupita, María y Gabriela. JP también participa del convite tertuliar. Suelen acompañarlos Héctor de Mauleón, Braulio Peralta, Eusebio Ruvalcaba, Roberto García Bonilla, más otras presencias esporádicas. La esencia de la tertulia y su representación en la mesa es la hospitalidad y la bienvenida a los visitantes.

Juan, María, José, Iván, Colina, José Luis, Armando y Roberto.

Cada santo viernes, al punto de la comida, se reúne el grupo para departir, charlar sobre la trascendencia de Madame Bovary, el pejismo, la mejor novela del siglo veinte, la música de nuestros días o las políticas públicas sobre el patrimonio cultural…, los temas se suceden con la naturalidad de una conversación sin sujeciones. Y entre tema y tema, a manera de nexos, el Quijote, Tristam Shandy, Rayuela, En busca del tiempo perdido, como es natural dominan los temas literarios por la configuración intelectual de los participantes. Por su parte, los oficios domésticos, la familia, los quejumbres por la salud no son asuntos habituales en torno a la mesa, aunque eventualmente condimentan la gastronomía. Sí, en cambio, el intercambio de las novedades editoriales cuya autoría recae en los aludidos; el obsequio de ellas forma parte del rito, un rito muy fértil, por cierto, pues cada tertuliano mantiene una producción cristalizada no sólo en libros, sino en la radio, las revistas, los suplementos culturales y, en menor medida, la televisión. La presencia en internet no se cacarea, aunque sea abundante, quizá debido a que todos pertenecen al antiguo régimen del libro y las realizaciones acogidas en el espacio virtual no se vean como trabajo a celebrar.
La amistad campea en la tertulia, es verdad, pues amigos son los que asisten, comparten y divagan. El humor, la ironía y la picaresca son sus condimentos naturales. Aunque no se idealiza, la competencia y la rivalidad no pertenecen a ese espacio de socialización, pues se convierten en catalizadores negativos de la charla, la ingesta de manjares y la copa de vino. Arruinan el postre. 

María, Armando, Iván, Roberto, Eusebio, Armando y Juan.

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