Por la
marcha estudiantil quedó suspendida la sesión del seminario. Cierran la
universidad en previsión de disturbios, aunque estaré siguiéndola para
reportearla. Mientras, los dejo con la voz, creación y talento de los
seminaristas.
ILUSIÓN
Iván Tapia Saavedra
Se bajó de la cama antes del amanecer. Nunca
había pasado una noche en vela, pero la promesa que su madre le había hecho el
día anterior bastaba y sobraba para animar su imaginación revoloteante. Aquel
día conocería el mar.
Todavía de noche, se apresuró en ponerse su
único short, que serviría como traje de baño. Había observado en una revista
que algunos se ponían gorros plásticos en la cabeza… ¿sería necesario?
Escuchó que su madre se levantaba y ponía la
tetera para hacer el desayuno.
—El bus pasa a las diez —le dijo—, te has
levantado muy temprano.
El niño sonrió y siguió ordenando sus cosas
con rigor militar. Una vez listo, se sentó sobre su bolso a esperar.
Llegada la hora, salieron a la calle y
subieron al bus. El niño no tardó en quedarse dormido. Cuando despertó, había
llegado a un lugar rebosante de pequeños puestos de comida. Caminaron un par de
cuadras hasta que se detuvieron frente a un pequeño restaurante.
—Espérame aquí —le dijo la madre y entró al
local. A los pocos minutos salió de la mano con un hombre que lo miró sin
saludarlo.
—Vamos —dijo el desconocido.
Los tres se pusieron en marcha hacia la costa.
De repente, algo lo detuvo. Creyó escuchar el sonido de una ola. Nunca lo había
escuchado antes, así que no podía estar seguro. Siguió caminando hasta que presintió
que detrás de aquella pared vería el mar. Podía sentirlo, podía escucharlo.
—Aquí es —dijo el desconocido, deteniéndolo
detrás de una hilera de personas.
Fueron avanzando poco a poco hasta llegar a
una boletería. El hombre sacó unos billetes y luego entraron a una sala oscura
y hedionda donde, al fondo, después de un rato, el azul deslavado de unas olas
moribundas brilló por fin ante los ojos del muchacho.
—Así que esto es el mar —dijo metiendo su
bolso bajo la butaca, mientras su madre se abría espacio bajo el brazo del
desconocido.
NOCHE
ESPECIAL
Paulo Arias-Ruiz
Mi primer encuentro con él no lo recuerdo. Me
dicen que el mar tocó la puerta.
LA PRIMERA VEZ QUE CONOCÍ EL MAR
David
Chávez
Ese día
caminaba presuroso de la mano de mi madre, sorteando charcos nauseabundos y
cabezas de pescado, como si me moviera entre una gigantesca sopa podrida. “Los
tiraron mar rieles tren comadre llore no más sabemos”, escuché que la vieja le
decía a mi madre. Ajeno a todo, solté su mano y corrí hasta llegar al muelle.
Imaginé entonces a mi padre trabajando en el fondo del mar, junto con otros
hombres, construyendo un camino para que el ferrocarril submarino hiciera más
fácil mover los sacos de mariscos que los pescadores amontonaban abajo, en el
embarcadero. La brisa marina comenzaba a mojarme la cara y el viento
latigueaba. Estaba seguro que había sido mi padre quien enviaba esa comida.
Pero ya no quería comer más mariscos.
LA REVELACIÓN
Gastón Lazo
de la Vega L.
Habían
cruzado los secretos túneles del tiempo, dejando atrás los sagrados montes
verdes, allí, donde las vidas y las muertes no sabían más que repetirse.
Luego de
semanas arrastrándose por pedregales llegaron a la costa con hambre de lobo.
Las miradas hoscas relajaban la ira contenida que disolvía las paredes estomacales.
Súbitamente ya no distinguían los sueños de los delirios. Fue en ese momento
que un graznido de gaviota rajó el cielo, bañando de sal el olfato de los
caminantes. Uno de ellos señaló la colina más alta, y con un gruñido indicó que
nadie lo siguiera, que para atraer a las ballenas debía conectarse solo. Ágil,
por la fuerza que le imprimía la ilusión del gran encuentro con el cetáceo,
logró empinar su contextura hasta la roca más erguida, desde donde la mirada se
perdía entre los azules. Un vacío se apoderó de su mente al contemplar la
moderna bahía.
CUANDO
CONOCÍ EL MAR
Christian Troncoso
Cuando conocí el mar, pensaba que las ballenas eran micros en horarios
punta, que los pelícanos eran hombres de pelo blanco y que las olas eran
saludos constantes. Pensaba que el mar debía ser muy afectuoso para saludar a
cada persona que lo visitaba. Hasta que un día, fue él quien nos visitó a todos
en la ciudad. Entonces conocí el mar.
Ilustración: Pía Aldana, artista visual
chilena, alumna del taller, cuya exposición itinera por las ciudades de Chile.
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