Monsiváis, máquina de la escritura
Estudiar a una celebridad viva es un acto digno de encomio, máxime cuando esa luminaria se llama Carlos Monsiváis, polígrafo que lo mismo escribe acerca de la época de oro del cine mexicano, el psicoanálisis, una crónica sobre los desnudos tumultuosos de Tunick en el Zócalo de la ciudad de México, los orígenes de la chicanidad, los más recientes fenómenos del bandolerismo encarnado en las hordas de los maras o la violencia citadina ejercida impunemente por los zopilotes del narcotráfico. El siglo xix tampoco le ha sido ajeno. El coleccionismo o su amor por los gatos tampoco. Un museo aloja ya sus piezas de arte popular.
Abro el diario El Universal del sábado pasado y me encuentro un ensayo sobre los maras firmado por él; más tarde hojeo el suplemento “Confabulario”, ahí me encuentro y leo una pausada elegía al recientemente fallecido dramaturgo mexicano Juan José Gurrola, también firmado por el mismísimo Carlos; al día siguiente, en Proceso, aparece publicada su columna “Por mi madre, bohemios”; días después, en la televisión abierta lo escucho y me regodeo con sus palabras y sus gesticulaciones sobre uno de los asuntos públicos que carcomen a la república.
Don Carlos siempre ha sido así: elocuente hasta en sus silencios, significativo incluso en sus modos gestuales, quiero decir, las formas en que no verbaliza también las barniza de signos por descifrar. Siempre ha sido así: abrasivo en sus temas, expansivo en sus originales perspectivas para abordar los más variados asuntos de la vida pública o la república literaria.
No creo que haya algún escritor vivo o fenecido del siglo xx que haya escrito con tanta abundancia, apenas alguno de los patriarcas del xix —pienso por ejemplo en Guillermo Prieto— quizá lo sobrepase en las dimensiones del librero que albergará tanto papel.
Es altamente probable que ningún tema de la mundanal vida se haya escapado a sus tratamientos, ya para divertirse, ya para aleccionarnos; ora para mofarse de la clase gobernante, o para exponer a los dinosaurios de la vieja izquierda. Nada le ha sido ajeno. Todo le es propio en sus pareceres culturales.
Sin embargo, lo más asombroso para mí de este talentoso escritor es la manera en que se actualiza, en que accede a la información más diversa, la forma en que su escritura, temas y fenómenos se rejuvenecen conforme se suceden en la actualidad.
La piel de su escritura se renueva cada vez que la inasible realidad cambia. Así, digamos por ejemplo, ante la aparición de los nuevos fenómenos del pandillerismo, él actualiza su perspectiva de análisis para ofrecer nuevas pautas de crítica que expliquen el fenómeno, busquen sus orígenes sociales y ofrezcan una prospectiva inmediata.
La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis me ha recordado ésa su peculiar naturaleza, me ha recordado también que para seguirle los pasos a don Monsi, dicho sea con el respeto y la admiración de un desconocido, es necesario haberse ganado una beca vitalicia, haber fundado un Centro de Estudios Monsivaisianos, cuyo mayor prestigio intelectual se concentre en las tareas acumulativas de su acervo, es decir, en ubicar, almacenar, sistematizar y divulgar sus siempre inabarcables e incompletas obras por la naturaleza de su talento.
En éste no tan ficticio Centro, uno de los primeros investigadores en lograr su asiento, es Jezreel Salazar, acucioso investigador de este fenómeno cultural llamado Carlos Monsiváis, pues se ha dado a la tarea de acumular toda la información relativa a la noción de urbe, las crónicas sobre la ciudad y los ensayos sobre la metrópoli que han salido de esa máquina de la escritura.
Luego de formar un cúmulo considerable con todo ese Himalaya de papel, lo cernió a la hora del viento, entonces —y sólo entonces— ordenó los granos y arrojó las mazorcas. Con ello, en dos apartados y un texto liminar, conduce al lector por los vericuetos de una ciudadela.
Digo ciudadela porque es tanto lo escrito por Monsiváis sobre el tema de la ciudad en más de cincuenta años de vida y escritura, que si esparcimos sus cuartillas escritas y publicadas perfectamente tapizarían los senderos, los jardines, las vías de acceso, las paredes y las puertas de cualquier plaza citadina. Ni una vereda tendría accesible el peatón para vagar libremente entre tanto folio impreso.
Tiene otro mérito el libro de Jezreel. La ciudad como texto es apenas el segundo libro disponible y accesible en las librerías mexicanas que aborda la naturaleza escurridiza del escritor, cronista, historiador literario, editorialista, fabulador y, como dice el profesor universitario, el “moralista” Monsiváis. Situación que me alegra, me alienta que este libro sea de la autoría de un escritor mexicano de la nueva guardia, porque el primero en aparecer pertenece a una investigadora norteamericana (Linda Egan, Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo, México, fce, 2004). Me alegra también que éste su más reciente libro haya sido merecedor del premio nacional Alfonso Reyes en el 2004.
Aquí termina —o comienza, según se vea— la bibliografía crítica sobre este escritor nacido en el Distrito Federal en el remoto año de 1938.
De allí se desprende otro de los aciertos del libro: ante la ausencia de fuentes documentales, Jezreel no se amilanó para enfrentar a esa máquina de las mil teclas. Entró a un lote baldío, aplanó sus protuberancias, aró la parcela y nos entregó un libro pleno de novedosos acercamientos, explicativo en más de un momento. Naturalmente, original en sus aportes, ya que se vale del análisis cultural para sostener sus interpretaciones y escolios a la obra de Monsiváis.
La ciudad como texto es un ensayo amable en su escritura, claro en su exposición, elocuente y administrado en el uso de sus citas, de las que, como lector suyo, demandaría a los editores una explicación a estas dos preguntas, ¿por qué suprimieron las notas a pie de página que nos aclararían las referencias de cada cita? Apuesto a que el manuscrito de Jezreel las contenía. ¿Por qué no agregaron para compensar tal ausencia una bibliografía final? Con ello el volumen no hubiera perdido su levedad; al contrario, hubiera ganado en precisión documental.
Apenas hecho de menos ese corpus bibliográfico por que me podría haber orientado en otras inquisiciones personales y profesionales; sin embargo, los títulos más puntillosos y las crónicas urbanas más elocuentes de Monsiváis están presentes a lo largo del libro, así como en un puntual apartado que consigna la obra reunida. Dejo aquí mis comentarios a la edición, pulcra y esmerada por lo demás, para regresar al cronista y a su analista.
Infiero de mi lectura del libro de Jezreel que para ser el cronista oficial de la muy amada y terrible ciudad de México, hay que haber nacido en la persona de Carlos Monsiváis, quien prosigue la tradición de Salvador Novo, de quien por cierto es su mejor biógrafo. Una tradición que es a la vez una postura política, pues al explorar los bajos fondos, transitar por las esferas de poder, circular entre las divas para después escribir su hagiografía, frecuentar a la aristocracia y a los hombres del poder económico para bocetar sus cataduras morales establece los registros de una sociedad piramidal; además de ser el mismo otro peatón bajo la lluvia, al viajar en taxi, comprar un boleto de Metro para aporrear unas teclas y escribir en el ocaso de la tarde cómo se desenvuelve la vida en México durante el régimen calderonista.
Escribí “desarrolla la vida” porque el tiempo verbal de la crónica se conjuga en tiempo presente. La crónica contemporánea habla del hoy, el aquí y el ahora, trata de una circunstancia perecedera que se escribe como se vive en el presente.
Los hechos del pasado interesan a los historiadores; a los cronistas que la practican en la actualidad les interesa el registro del presente, no el tiempo fugaz del porvenir, menos aun el tiempo fosilizado del ayer.
De ahí tal vez brota el interés que despierta Monsiváis en sus lectores contemporáneos y en sus primeros críticos: habla de ellos, por ellos y con ellos, al fin somos ciudadanos con voluntades y deseos que cohabitamos en la misma urbe.
Jezreel Salazar
La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis, México, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2006, 211 pp. (Senderos)
Estudiar a una celebridad viva es un acto digno de encomio, máxime cuando esa luminaria se llama Carlos Monsiváis, polígrafo que lo mismo escribe acerca de la época de oro del cine mexicano, el psicoanálisis, una crónica sobre los desnudos tumultuosos de Tunick en el Zócalo de la ciudad de México, los orígenes de la chicanidad, los más recientes fenómenos del bandolerismo encarnado en las hordas de los maras o la violencia citadina ejercida impunemente por los zopilotes del narcotráfico. El siglo xix tampoco le ha sido ajeno. El coleccionismo o su amor por los gatos tampoco. Un museo aloja ya sus piezas de arte popular.
Abro el diario El Universal del sábado pasado y me encuentro un ensayo sobre los maras firmado por él; más tarde hojeo el suplemento “Confabulario”, ahí me encuentro y leo una pausada elegía al recientemente fallecido dramaturgo mexicano Juan José Gurrola, también firmado por el mismísimo Carlos; al día siguiente, en Proceso, aparece publicada su columna “Por mi madre, bohemios”; días después, en la televisión abierta lo escucho y me regodeo con sus palabras y sus gesticulaciones sobre uno de los asuntos públicos que carcomen a la república.
Don Carlos siempre ha sido así: elocuente hasta en sus silencios, significativo incluso en sus modos gestuales, quiero decir, las formas en que no verbaliza también las barniza de signos por descifrar. Siempre ha sido así: abrasivo en sus temas, expansivo en sus originales perspectivas para abordar los más variados asuntos de la vida pública o la república literaria.
No creo que haya algún escritor vivo o fenecido del siglo xx que haya escrito con tanta abundancia, apenas alguno de los patriarcas del xix —pienso por ejemplo en Guillermo Prieto— quizá lo sobrepase en las dimensiones del librero que albergará tanto papel.
Es altamente probable que ningún tema de la mundanal vida se haya escapado a sus tratamientos, ya para divertirse, ya para aleccionarnos; ora para mofarse de la clase gobernante, o para exponer a los dinosaurios de la vieja izquierda. Nada le ha sido ajeno. Todo le es propio en sus pareceres culturales.
Sin embargo, lo más asombroso para mí de este talentoso escritor es la manera en que se actualiza, en que accede a la información más diversa, la forma en que su escritura, temas y fenómenos se rejuvenecen conforme se suceden en la actualidad.
La piel de su escritura se renueva cada vez que la inasible realidad cambia. Así, digamos por ejemplo, ante la aparición de los nuevos fenómenos del pandillerismo, él actualiza su perspectiva de análisis para ofrecer nuevas pautas de crítica que expliquen el fenómeno, busquen sus orígenes sociales y ofrezcan una prospectiva inmediata.
La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis me ha recordado ésa su peculiar naturaleza, me ha recordado también que para seguirle los pasos a don Monsi, dicho sea con el respeto y la admiración de un desconocido, es necesario haberse ganado una beca vitalicia, haber fundado un Centro de Estudios Monsivaisianos, cuyo mayor prestigio intelectual se concentre en las tareas acumulativas de su acervo, es decir, en ubicar, almacenar, sistematizar y divulgar sus siempre inabarcables e incompletas obras por la naturaleza de su talento.
En éste no tan ficticio Centro, uno de los primeros investigadores en lograr su asiento, es Jezreel Salazar, acucioso investigador de este fenómeno cultural llamado Carlos Monsiváis, pues se ha dado a la tarea de acumular toda la información relativa a la noción de urbe, las crónicas sobre la ciudad y los ensayos sobre la metrópoli que han salido de esa máquina de la escritura.
Luego de formar un cúmulo considerable con todo ese Himalaya de papel, lo cernió a la hora del viento, entonces —y sólo entonces— ordenó los granos y arrojó las mazorcas. Con ello, en dos apartados y un texto liminar, conduce al lector por los vericuetos de una ciudadela.
Digo ciudadela porque es tanto lo escrito por Monsiváis sobre el tema de la ciudad en más de cincuenta años de vida y escritura, que si esparcimos sus cuartillas escritas y publicadas perfectamente tapizarían los senderos, los jardines, las vías de acceso, las paredes y las puertas de cualquier plaza citadina. Ni una vereda tendría accesible el peatón para vagar libremente entre tanto folio impreso.
Tiene otro mérito el libro de Jezreel. La ciudad como texto es apenas el segundo libro disponible y accesible en las librerías mexicanas que aborda la naturaleza escurridiza del escritor, cronista, historiador literario, editorialista, fabulador y, como dice el profesor universitario, el “moralista” Monsiváis. Situación que me alegra, me alienta que este libro sea de la autoría de un escritor mexicano de la nueva guardia, porque el primero en aparecer pertenece a una investigadora norteamericana (Linda Egan, Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo, México, fce, 2004). Me alegra también que éste su más reciente libro haya sido merecedor del premio nacional Alfonso Reyes en el 2004.
Aquí termina —o comienza, según se vea— la bibliografía crítica sobre este escritor nacido en el Distrito Federal en el remoto año de 1938.
De allí se desprende otro de los aciertos del libro: ante la ausencia de fuentes documentales, Jezreel no se amilanó para enfrentar a esa máquina de las mil teclas. Entró a un lote baldío, aplanó sus protuberancias, aró la parcela y nos entregó un libro pleno de novedosos acercamientos, explicativo en más de un momento. Naturalmente, original en sus aportes, ya que se vale del análisis cultural para sostener sus interpretaciones y escolios a la obra de Monsiváis.
La ciudad como texto es un ensayo amable en su escritura, claro en su exposición, elocuente y administrado en el uso de sus citas, de las que, como lector suyo, demandaría a los editores una explicación a estas dos preguntas, ¿por qué suprimieron las notas a pie de página que nos aclararían las referencias de cada cita? Apuesto a que el manuscrito de Jezreel las contenía. ¿Por qué no agregaron para compensar tal ausencia una bibliografía final? Con ello el volumen no hubiera perdido su levedad; al contrario, hubiera ganado en precisión documental.
Apenas hecho de menos ese corpus bibliográfico por que me podría haber orientado en otras inquisiciones personales y profesionales; sin embargo, los títulos más puntillosos y las crónicas urbanas más elocuentes de Monsiváis están presentes a lo largo del libro, así como en un puntual apartado que consigna la obra reunida. Dejo aquí mis comentarios a la edición, pulcra y esmerada por lo demás, para regresar al cronista y a su analista.
Infiero de mi lectura del libro de Jezreel que para ser el cronista oficial de la muy amada y terrible ciudad de México, hay que haber nacido en la persona de Carlos Monsiváis, quien prosigue la tradición de Salvador Novo, de quien por cierto es su mejor biógrafo. Una tradición que es a la vez una postura política, pues al explorar los bajos fondos, transitar por las esferas de poder, circular entre las divas para después escribir su hagiografía, frecuentar a la aristocracia y a los hombres del poder económico para bocetar sus cataduras morales establece los registros de una sociedad piramidal; además de ser el mismo otro peatón bajo la lluvia, al viajar en taxi, comprar un boleto de Metro para aporrear unas teclas y escribir en el ocaso de la tarde cómo se desenvuelve la vida en México durante el régimen calderonista.
Escribí “desarrolla la vida” porque el tiempo verbal de la crónica se conjuga en tiempo presente. La crónica contemporánea habla del hoy, el aquí y el ahora, trata de una circunstancia perecedera que se escribe como se vive en el presente.
Los hechos del pasado interesan a los historiadores; a los cronistas que la practican en la actualidad les interesa el registro del presente, no el tiempo fugaz del porvenir, menos aun el tiempo fosilizado del ayer.
De ahí tal vez brota el interés que despierta Monsiváis en sus lectores contemporáneos y en sus primeros críticos: habla de ellos, por ellos y con ellos, al fin somos ciudadanos con voluntades y deseos que cohabitamos en la misma urbe.
Jezreel Salazar
La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis, México, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2006, 211 pp. (Senderos)
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