Werther, el circo y las muñecas
A unos meses de que se cumpla el centenario de la publicación del primer microrrelato fechado de Julio Torri, han aparecido al menos cuatro libros de microrrelatos que me interesa destacar: Cuentos tipográficos (2000) de Alejandro Roque; de Leo Mendoza (2003), la reedición de Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas y otros relatos, de Javier García-Galiano (2002), Circo de tres pistas y otros mundos mínimos, de Luis Felipe Hernández (México, Ficticia, 2002), además de las antologías del cuentólogo mexicano Lauro Zavala La minificción en México, 50 textos breves (2002) y Minificción mexicana (2003), que al compendiar un siglo de escritura y un centenar de autores, proporcionan legalidad artística y legitimidad literaria al género del microrrelato.
“Werther”, el cuento de Torri, fue publicado en un mensuario llamado La Revista, editado en Saltillo (Coahuila), que apareció con fecha de 1 de febrero de 1905, doce años antes de su libro inaugural Ensayos y poemas (1917), la Biblia de la microficción mexicana.
Por este cuento breve considero a Torri como el padre fundador del microrrelato mexicano y del resto de Hispanoamérica, pues hasta ahora es el cuento datado más antiguo del siglo pasado, sin considerar a los relatos breves de autor anónimo que fueron publicados en la sección literaria del periódico El Progresista. Periódico semanario, impreso entre 1903 y 1904, en la ciudad septentrional de Ensenada, Baja California.
Sin embargo, he localizado otras narraciones que valen por su peso protoliterario en el diario La Libertad, en su edición del 28 de agosto de 1879, pero son de autoría anónima. Pero La Libertad se editaba en la ciudad de México y era órgano de información de una capilla dominante, no así El Progresista, publicación omniscia relegada a los confines de la patria; de ahí su valor documental.
Mientras descubrimos más zonas de la arqueología literaria que nos permitan documentar, datar y ubicar el origen del microrrelato, preparémonos para celebrar este primer centenario del “Werther” torriano. Entretanto, sigo sosteniendo mi hipótesis de posibilidad: Julio Torri es el inventor del “cuento brevísimo”, como lo bautizó el maestro Edmundo Valadés en su revista El Cuento.
Ahora bien, hasta dónde llega en ese trío de novísimos narradores el ascendiente torriano. Ubico claramente su presencia en Leo Mendoza, en la prosa sosegada de García-Galiano y en la invención circense, futbolística y de hincha, en la crueldad de los cuentos de hadas que nos vuelve a contar Luis Felipe, en cuyo más reciente libro me detendré para explicar su influjo. Primera influencia innegable: la presencia cuentística de “Circe” en el relato “Pasión”, que prolonga el tema circadeano en el microrrelato mexicano, que apareció por primera vez en Ensayos y poemas, de 1917.
En apariencia, la poética de Hernández no es afín al postulado torriano de la brevedad, por el largo y kilométrico título, Circo de tres pistas y otros mundos mínimos; sin embargo, el título de la portada es engañoso, pues los cuentos, representados en su mayoría por un sustantivo, se ajustan a cuatro características que se desprenden del cuento por homenajear: invariablemente son breves, también concisos, de ahí que su autor halla logrado condensarlos, además exigen una elipsis y contienen una revelación súbita que se desvela en la epifanía.
En consecuencia, la brevedad, la concisión, la elipsis, la condensación y la epifanía son connaturales a los cuentos jíbaros de Luis Felipe. Pero hay más. También son palimpsésticos, pues recrea antiguos mitos que se desprenden de la literatura infantil. Torri tenía como sustrato a Goethe; la narrativa de Luis Felipe tuvo como cuento madre a la literatura infantil, de la que apareció otro texto nunca antes pensado.
La microficción es una literatura putativa.
Respecto a su innovación temática, Luis Felipe es el primer microficcionista mexicano que atrapa en sus redes literarias el mundo futbolístico y lo hace asunto de sus relatos, también ubico como primera aparición temática el mundo siniestro del circo.
Por último, el mundo de la imagen fotográfica es otro gran acierto en la narrativa de Luis Felipe, que se agrupa en la sección “Pajarito, pajarito”, por la que se logra ese afán de los “copiadores”, como llaman en algunas zonas zapotecas a los fotógrafos, de robar el alma de los objetos e individuos, o modificar el rostro de los retratados y en los retratos.
En otro lugar afirmé que como natural extensión de sus talleres y tareas de promoción cuentística, Ficticia se convirtió el año pasado en editorial, consecuentemente promueve el catálogo de los ficticianos, entre ellos a un microcuentista: Luis Felipe Hernández (ciudad de México, 1959), actuario y cantante de ópera en el coro de Bellas Artes, quien en su primer libro de relatos, Circo de tres pistas y otros mundos mínimos, expresa su simpatía, agobios y voluntad de estilo por el género.
De las cuatro partes que lo constituyen, “Cruentos de hadas, “Pasiones futboleras”, “Pajarito, pajarito” y “Circo de tres pistas”, sólo la primera se apega a los elementos primordiales del relato palimpséstico, el cuento de otro cuento; el resto retoma además del chiste, rasgos de la anécdota y el aforismo.
La originalidad del volumen reside en el transplante de los temas que enuncian: el futbol, los cuentos de hadas crueles, la fotografía y el circo. En todos los cuentos el excipit está supeditado al desarrollo de la trama. Un final que se busca primordialmente por nocaut, inapelable.
Hoy lo reafirmo: Luis Felipe es autor de cuentos de una temática original.
Luis Felipe Hernández, Circo de tres pistas y otros mundos mínimos, México, Ficticia, 2002, 119 pp. (Biblioteca de Cuento Anís del Mono)
A unos meses de que se cumpla el centenario de la publicación del primer microrrelato fechado de Julio Torri, han aparecido al menos cuatro libros de microrrelatos que me interesa destacar: Cuentos tipográficos (2000) de Alejandro Roque; de Leo Mendoza (2003), la reedición de Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas y otros relatos, de Javier García-Galiano (2002), Circo de tres pistas y otros mundos mínimos, de Luis Felipe Hernández (México, Ficticia, 2002), además de las antologías del cuentólogo mexicano Lauro Zavala La minificción en México, 50 textos breves (2002) y Minificción mexicana (2003), que al compendiar un siglo de escritura y un centenar de autores, proporcionan legalidad artística y legitimidad literaria al género del microrrelato.
“Werther”, el cuento de Torri, fue publicado en un mensuario llamado La Revista, editado en Saltillo (Coahuila), que apareció con fecha de 1 de febrero de 1905, doce años antes de su libro inaugural Ensayos y poemas (1917), la Biblia de la microficción mexicana.
Por este cuento breve considero a Torri como el padre fundador del microrrelato mexicano y del resto de Hispanoamérica, pues hasta ahora es el cuento datado más antiguo del siglo pasado, sin considerar a los relatos breves de autor anónimo que fueron publicados en la sección literaria del periódico El Progresista. Periódico semanario, impreso entre 1903 y 1904, en la ciudad septentrional de Ensenada, Baja California.
Sin embargo, he localizado otras narraciones que valen por su peso protoliterario en el diario La Libertad, en su edición del 28 de agosto de 1879, pero son de autoría anónima. Pero La Libertad se editaba en la ciudad de México y era órgano de información de una capilla dominante, no así El Progresista, publicación omniscia relegada a los confines de la patria; de ahí su valor documental.
Mientras descubrimos más zonas de la arqueología literaria que nos permitan documentar, datar y ubicar el origen del microrrelato, preparémonos para celebrar este primer centenario del “Werther” torriano. Entretanto, sigo sosteniendo mi hipótesis de posibilidad: Julio Torri es el inventor del “cuento brevísimo”, como lo bautizó el maestro Edmundo Valadés en su revista El Cuento.
Ahora bien, hasta dónde llega en ese trío de novísimos narradores el ascendiente torriano. Ubico claramente su presencia en Leo Mendoza, en la prosa sosegada de García-Galiano y en la invención circense, futbolística y de hincha, en la crueldad de los cuentos de hadas que nos vuelve a contar Luis Felipe, en cuyo más reciente libro me detendré para explicar su influjo. Primera influencia innegable: la presencia cuentística de “Circe” en el relato “Pasión”, que prolonga el tema circadeano en el microrrelato mexicano, que apareció por primera vez en Ensayos y poemas, de 1917.
En apariencia, la poética de Hernández no es afín al postulado torriano de la brevedad, por el largo y kilométrico título, Circo de tres pistas y otros mundos mínimos; sin embargo, el título de la portada es engañoso, pues los cuentos, representados en su mayoría por un sustantivo, se ajustan a cuatro características que se desprenden del cuento por homenajear: invariablemente son breves, también concisos, de ahí que su autor halla logrado condensarlos, además exigen una elipsis y contienen una revelación súbita que se desvela en la epifanía.
En consecuencia, la brevedad, la concisión, la elipsis, la condensación y la epifanía son connaturales a los cuentos jíbaros de Luis Felipe. Pero hay más. También son palimpsésticos, pues recrea antiguos mitos que se desprenden de la literatura infantil. Torri tenía como sustrato a Goethe; la narrativa de Luis Felipe tuvo como cuento madre a la literatura infantil, de la que apareció otro texto nunca antes pensado.
La microficción es una literatura putativa.
Respecto a su innovación temática, Luis Felipe es el primer microficcionista mexicano que atrapa en sus redes literarias el mundo futbolístico y lo hace asunto de sus relatos, también ubico como primera aparición temática el mundo siniestro del circo.
Por último, el mundo de la imagen fotográfica es otro gran acierto en la narrativa de Luis Felipe, que se agrupa en la sección “Pajarito, pajarito”, por la que se logra ese afán de los “copiadores”, como llaman en algunas zonas zapotecas a los fotógrafos, de robar el alma de los objetos e individuos, o modificar el rostro de los retratados y en los retratos.
En otro lugar afirmé que como natural extensión de sus talleres y tareas de promoción cuentística, Ficticia se convirtió el año pasado en editorial, consecuentemente promueve el catálogo de los ficticianos, entre ellos a un microcuentista: Luis Felipe Hernández (ciudad de México, 1959), actuario y cantante de ópera en el coro de Bellas Artes, quien en su primer libro de relatos, Circo de tres pistas y otros mundos mínimos, expresa su simpatía, agobios y voluntad de estilo por el género.
De las cuatro partes que lo constituyen, “Cruentos de hadas, “Pasiones futboleras”, “Pajarito, pajarito” y “Circo de tres pistas”, sólo la primera se apega a los elementos primordiales del relato palimpséstico, el cuento de otro cuento; el resto retoma además del chiste, rasgos de la anécdota y el aforismo.
La originalidad del volumen reside en el transplante de los temas que enuncian: el futbol, los cuentos de hadas crueles, la fotografía y el circo. En todos los cuentos el excipit está supeditado al desarrollo de la trama. Un final que se busca primordialmente por nocaut, inapelable.
Hoy lo reafirmo: Luis Felipe es autor de cuentos de una temática original.
Luis Felipe Hernández, Circo de tres pistas y otros mundos mínimos, México, Ficticia, 2002, 119 pp. (Biblioteca de Cuento Anís del Mono)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario