alí chumacero, a orillas
del libro
Cómo no
lo recordaremos sino por su risa plena, sonora y franca; por su elocuencia,
picardía y estatura apabullante. Una cabellera otrora leonina y, antes de su
partida, una maraña plateada. Aficionado al whisky, la riqueza y los manjares. Enamoradizo
y de palabra galante frente a la beldad femenina. Una gallardía de porte. El
maestro de poetas. Un instructor de editores, formador de colecciones y director
de revistas. Y más que todo eso, Alí Chumacero fue un lector insomne de las
novedades librescas, así como un revisionista de los acervos literarios. El
retrato de Alí ya fue bocetado, aunque su biografía intelectual está por
emprenderse. Su poesía fue escudriñada y rastreada hasta la raíz de sus fuentes,
anotadas sus temáticas, documentado cada influjo e interpretada. Sin embargo, el
método, perspectiva y legado de su crítica requiere de una atención que pondere
los afanes de una faceta que su poesía eclipsa: la de analista literario.
Chumacero ejerció como crítico atentísimo al registro y la ponderación del
quehacer literario de su presente, aunque también fue un escrupuloso censor de
la prosa y la lírica decimonónicas.
Ganó su
nicho en la república literaria por Páramo
de sueños (1944), Imágenes desterradas
(1948) y Palabras en reposo (1956), libros
esenciales del medio siglo. En uno y otro funde tópicos como la separación de
los amantes, la muerte, la soledad. Con ellos fincó una poética del silencio,
que él llamó “a la orilla del silencio”. “Su aprendizaje en el silencio
—escribió José Emilio Pacheco— fue también su aprendizaje del silencio.” Asimismo
fue un crítico durante treinta años en las revistas que fundó o fue convidado a
participar, además de tipógrafo y editor con cuyos oficios se ganó el pan, pero
sobre todo fue, repito, un lector que puso en práctica un modo de relacionarse
con los libros a través de la reseña, una tarea en vías de extinción cuya
sobrevivencia depende de los suplementos culturales.
En una entrevista
le compartió a Marco Antonio Campos los límites y propósitos de su ejercicio:
“Nunca fui más allá de la reseña, pero solía poner en cada una de mis
colaboraciones un poco más que la simple elucidación de influencias en el texto
criticado.”
Los momentos críticos (FCE, 1987) compila este
trabajo de humilde reseñista. La espiga y documentación de este volumen estuvo
a cargo de Miguel Ángel Flores (1948-2018). En el prólogo asienta que el
nayarita fue de los primeros lectores en comentar la poesía de Jorge Luis
Borges, cuando era secreto en posesión de unas cuantas manos, y ponderó los
bajos fondos, el infierno del ángel caído y los héroes menores y sin historia entretejidos
en las narrativas de José Revueltas.
En uno
de esos ensayos, “Cometido crítico”, divulgó los postulados a que se atuvo
mientras ejerció la íngrima labor de comentarista de libros. En él sustentó:
“El crítico hurga en libros, periódicos, publicaciones de todas clases,
buscando luces que lo conduzcan hacia la significación de una obra literaria,
por medio del estudio de sus relaciones con aquellas personas y hechos que
estuvieron presentes en el tiempo en que fue escrita. De esa manera, un poema
va resultando conectado en el sitio que, al momento de ser escrito, sostenía
con el mundo circundante.” Archivo, amistades, historia, significado, espacio
de la obra literaria. Ahí se arraiga una forma de proceder de una crítica aún
vigente que la virtualidad o el crowfunding
amenazan con diluir.
Por la
lectura de sus reseñas, se infiere la permanencia en su bagaje de la cultura
literaria europea. Nerval, Pound, Larbaud, Keats, Rilke, Coleridge y un puñado
de poetas resuenan en sus apuntes, que también se pueden documentar en el
zócalo de su poesía. Fue un lector devoto de Cervantes, Kafka, Conrad,
Maupassant, Balzac, Gide, Joyce y de una legión de narradores a los que alude
como ejemplos, comparativa, modelos y formas de cristalización del canon de la
novela.
En su
didáctica Chumacero explicó a sus lectores, “en una novela un laurel es una
pequeña rama, acaso un árbol; en tanto que, en poesía, un laurel puede
significar —como en la historia— el fin a que el poeta mismo aspira”.
Una de
las misiones de la crítica, predicaba el maestro, es “Intenta[r] establecer,
bajo los aspectos más contradictorios y complementarios, la situación exacta de
ese tipo humano que, a espaldas muchas veces de actos importantes y
oportunidades que en otros aspectos lo conducirían al éxito, prefiere entregar
su tiempo a la construcción de poemas cuya calidad empieza él mismo por poner
en duda.”
Como la
biografía del poeta abunda en tentativas, renuncias y autocrítica, finalizo con
un enunciado predictivo del nayarita, que aplicó a la novelística de Emilio
Rabasa, aunque ajustado al natalicio del acaponetense por su biografía,
historia, obra y poética: “A los cien años de su nacimiento, la lectura de su
reducida producción literaria lo hace crecer a nuestros ojos y hallar el
reconocimiento de quienes saben que la literatura, además de una humorada de
juventud, es un largo proceso.”
Monográfico completo sobre Alí:
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