Alberto
Hernández
1.-
Un
libro de mucho pulmón con relatos de corto aliento. Se dice que son
minicuentos, microficciones, cuentos breves y cortísimos, historias brevísimas.
Como se llamen: son sobresaltos, sustos, golpes, bofetadas, insultos,
aspiraciones y expiraciones, viajes entrecortados. En fin, historias que
navegan, naufragan y divagan a través de muchísimas páginas en las que Javier
Perucho, uno de los más visibles representantes de la minificción, congrega
imaginación y destreza, pasión y gula por este plato donde muchos ingredientes
sazonan un relámpago o un trueno lejano. Eso es un short story, un parpadeo, un instante en el que el lector es capaz
de precipitarse por un abismo o levitar mientras la tierra gira.
En esta
ocasión nuestro autor nos entrega Anatomía
de una ilusión, con presentación de Ana María Shua, editado por la
Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Coordinación de
Difusión Cultural y la Dirección de Literatura en el año 2016, signado por la
Serie Rayuela.
2.-
Casi
cien historias que tienen en común el tema de la violencia. El realismo de la
violencia, extrema unas veces, otras simulada, hasta sutil. Podría parecer
contradictorio, pero el hecho de que el relato oculte en ocasiones la realidad
(la que suscita asco o repugnancia) no quiere decir que el texto no se ocupe de
su propia ficción. La autoficción es una de las atenuantes de las que se vale
el escritor para jugar, hacer cabriolas con su propia persona desde un espacio
en el que se enmascara como observador. Más de las veces el propio narrador
deja de ser él y se convierte en personaje, lo que no tiene nada que ver con su
biografía. No es él, pero se hace sentir como él, y como lo destaca Gregory
Zambrano en Hacer el mundo con palabras:
“el problema del sujeto y sus representaciones”.
En este
caso, Perucho recurre, es su especialidad, a las “historias mínimas” para
relatar en varios tonos el universo que lo abruma (vivimos al borde de todo),
puesto que lo hace con ojo crítico. Son tantos los astros ficcionales que conforman
una galaxia donde el abuso, la injusticia, el absurdo, la ironía, lo cotidiano
(perfiles que fortalecen el género) destacan la visión planetaria de su
imaginario. Son brevedades conectadas. Pese a que facilitan la autonomía del
corpus de cada uno, se podría afirmar que tienen una intención orgánica de la
cual se puede desprender una novela polifónica. Una de esas novelas en las que
los géneros multiplican la complejidad en el lector.
Por ejemplo, el tema del secuestro es una
constante en este corpus. Alrededor de él giran otros que podrían condensar una
idea que conforme la anatomía de este imaginario en el que se centró el autor. Una
novela fragmentada podría ser comparada con varios sueños que podrían
conectarse: los personajes cambian de nombre, de atuendo, de paisaje, pero
siguen siendo los mismos: son máscaras, simulacros, actantes enmarcados en una
misma pared. Cada uno de ellos, los personajes, le hacen guiños al lector y lo
trasladan a sus distintos estados de conciencia y ánimo.
El
mismo Perucho, despojado de su condición de escritor, podría ser un relato, el
cuerpo invisible de su deseo de despojarse de la realidad. Ser ficción. Javier
Perucho existe en su libro. Está más allá de él, por eso podría tratarse de una
ilusión cuya corporeidad se haga presente en cada uno de los sujetos que
navegan, naufragan y encallan en este suculento libro de muchos sabores y con
una sola intención: relatar historias de corto aliento de las que se desprenden
muchas respiraciones.
3.-
La
palabra anatomía es un derivado del verbo griego “separar”, “cortar”, y de él
proviene “diseccionar”. De modo que estamos hablando de un término que aborda
la morfología corporal, humana, animal o vegetal.
El
lector podrá inferir que la palabra anatomía humana lo conduce a pensar en
cuerpos vivos o muertos, y por estos últimos en cirugías, autopsias, suturas,
apósitos, etc. Imaginemos —en consecuencia— que nuestro narrador nos conduce a
una sala de operaciones donde el relato es un cuerpo a través del cual se
disecciona nuestra imaginación. O la confirma un órgano de ese cuerpo.
Conjeturas que igualmente llevan al lector a recrear el título al añadirle el
sustantivo “ilusión”: imagen producto de una invención, un engaño sensorial.
Pero también se puede decir que se trata de un estado de ánimo. Con ese talante
anímico se recorren las páginas que Javier Perucho ha convertido en un cuerpo
plural con un sistema neural a la vista, concentrado en la violencia como eje
temático.
Tres ejemplos, de los
más cortos, para dejar las ganas sembradas en el lector:
EL
REFUGIO
¿Tiene
derechos el secuestrador? ¿Y los míos? Él me tuvo encerrada primero en una
casa, luego me llevó a con sus cómplices a una cueva. Ahí estuve días sin fin,
padecí noches sin cobijo, hambre y sed al amparo de mis recuerdos. Usted no
hizo nada, señor juez. Yo sola llegué hasta aquí, así que no me recrimine mi
conducta. Y hable menos en nombre de los delincuentes.
DOMÉSTICA
Te dije
que te calles, le gritaba, mientras su mano derecha azotaba la cara sorprendida
de Mamá Gabriela. Por qué me pegas, Nicolás, si solo hice lo que me pediste.
¿Qué te pedí? Que me plancharas el pantalón de mezclilla, pero olvidaste que no
me gusta la raya en medio. No ves cómo se ve. Cuántas veces te lo he dicho. La
valenciana planchada no me gusta. ¿Entendiste, Gabriela?
NOCTURNO
Los
perros ladraban con miedo por las noches. El secuestrador les gritaba para
callarlos, pero seguían con sus aullidos.
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