Laura
Elisa Vizcaíno pertenece a una nueva generación de narradores que lo mismo escriben y
pulimentan pepitas de oro, que compulsan las teorías literarias que explican el
origen, auge y naturaleza de la microficción. A ella la escoltan David Chávez desde
su puesto en Colima, Aldo Flores Escobar atrincherado en la Ciudad de México, agazapado
y altivo David Baizabal en Puebla y, transterrada pero atenta, Magnolia Itzel
Ortiz la flanquea desde Chihuahua, entre otros analistas que tratan de forjarse
un lugarcito en la academia y en la república literaria. Además de estos trabajos,
se encargan de divulgar o rescatar los tesoros literarios que las generaciones
precedentes dejaron en el centenario y antojadizo trayecto de la microficción.
La
inclusión de Laura Elisa y sus escoltas en un ramillete de antologías
literarias repartidas por Hispanoamérica puede probar este aserto peregrino. La
publicación de sus artículos y ensayos sobre el género en revistas especializadas
vendrían a convalidarlo, como también sus participaciones en congresos
académicos cuyo propósito es circundar y asediar esta singular expresión de la
tradición literaria, acaso endémica de la lengua castellana.
Desde
que la conocí en Bogotá, hace unos cuantos años, justamente en un congreso de
microficción, donde se examinaban las formas de esta expresión narrativa, me di
cuenta de sus dotes, intereses y constancia perquisitiva. Ahí no paró de
proponer, examinar y dictaminar los juicios y argumentos que vertían los caudillos
del género, esos señoriales académicos que blandían a la menor provocación una
teoría explicativa sobre el pasado y el porvenir de las formas breves, arquitecturas
que bien pueden contenerse en un grano de arroz, tatuarse sobre la piel rugosa
de una nuez o estamparse en el cuerpo oval de una avellana. Desde un rincón,
sentada y calladita, escuchaba las menudencias que los eméritos colegas dictaban
desde el podio. Pian pianito tomaba sus notas. Más tarde comprendí el propósito
de sus acciones. Desde su inmovilidad y cómodo silencio, tapizaba sus cuadernos
con lo que luego sustentaría en su tesis de maestría: una anatomía de las
modalidades de la minificción.
Ahora,
apunto de concluir sus asedios doctorales sobre el benjamín de los géneros, centrados
en el estudio de la metaficción y otras estrategias de escritura, Laura Elisa nos
presenta estas tremendas, crueles e irónicas historias cobijadas por la
brevedad, cariñosa y amorosamente bautizadas como CuCos. Nombre bautismal que me recuerda a Alfonso Reyes y cómo bautizó
a los suyos, “briznas”; a Felipe Garrido, por el nombre con que circundó a los suyos,
“tepalcates”; y a otros cultores del microrrelato que personalmente lo
denominaron conforme a sus intenciones personales o fabulísticas.
La lectura
de estas ficciones me animan por las revelaciones que contiene, los conflictos
morales en que se involucra a sus protagonistas, las redenciones, los traumas, así
como las epifanías con que se clausuran los relatos. Naturalmente, también los
aprendizajes que me ofrecen cada uno, la poética de su escritura y la decidida
voluntad de amasar un estilo.
Antes
de explayarme con estos pequeños asuntos de interés particular, sobrevolé las
páginas del libro localizando algunas singularidades que lo distinguen. Para mí
van de los enunciados en femenino de su narrativa, aunque titubeantes, situación
que lamento pues ahí se sostiene una crítica a un mundo alienado por el patriarcado;
también un tratamiento de la violencia doméstica y urbana, que va del acoso al
asedio y culmina en abuso; igualmente las actualizaciones y aclimataciones del
mito entresacado del libro: sirenas, dinosaurios, hadas, vampiros, entre otros
más; asimismo la escritura y su combate de sombras: el libro, la tinta, los
plumíferos y la blanca página; un así como un selecto bestiario que incluye a
los ya convocados más sus hermanos de tinta: la cucaracha, la mosca, el león. Otros
de sus rasgos son el tratamiento de la soledad, el deseo y la crítica a los
caracteres femeninos, aunque en menor proporción.
Por
otra parte, los raptos de lirismo que impulsan sus creaciones dan fe y color a
una parte considerable de los relatos, sobre todo los acogidos en la parte segunda
del libro. Y no sólo prosa poética los distingue, también contundencia, clausuras
inapelables, sólidas invenciones, personajes trazados con sapiencia.
Hace
unos meses tuve la ocasión y el privilegio de conocer CuCos en su etapa de manuscrito, en ese entonces busqué en el
proceso de lectura erratas, ripios, anfibologías, influencias negativas,
planteamientos ambiguos y finales inconclusos, pero nada de eso encontré al
ejercer mi antiguo oficio de editor. En cambio hoy, en la segunda lectura en su
entidad ya como libro, arropado en la extraordinaria y honorable colección Anís
del Mono, me di cuenta de ciertos asuntos —revelaciones—, los cuales en su
momento no me percaté por andar explorando gazapos, también entendí los conflictos
morales en que se involucra a los héroes de cada relato. Por último, me fueron
dadas las redenciones que solicitan esos mismos seres a la hora de desplegarse
la trama de sus historias y, sobre todo, las epifanías donde se redimen sus protagonistas.
Afortunadamente,
la humanidad es querida por Laura Elisa, pues cree y confía en ella, mas eso no
significa que deje de retratar sus taras, infidencias, cobardías, abusos, deseos
y conquistas de esos pequeños seres que habitan en el microcosmos de sus
relatos. Seres por lo demás cotidianos, citadinos, urbanos, los llamados a
quedar fuera de los anales de la gran Historia, pues los que le interesan no
pertenecen al linaje de los caudillos, los héroes de la patria, los apóstoles o
los santos. No, la gente anónima, sin atributos, que puebla sus relatos son los
que fincan el epicentro de sus historias, que a su vez catapultan los
conflictos morales, las redenciones y las epifanías que albergan cada uno de
los cuentos breves que se alojan en su primer libro. Por ello mismo, a Laura
Elisa le agradezco el placer y el honor de su lectura, los aprendizajes que
obtuve y la constatación de que la promesa que eras ya se consagró en una
escritora madura, atenta a la circunstancia de sus invenciones, a las exigencias
del género y a las tesituras que su voz literaria reclama.
Laura
Elisa Vizcaíno, CuCos, prólogo de
Raúl Renán, México, Ficticia, 2015, 103 pp. (Biblioteca de Cuento Anís del
Mono, 50)
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