GRACIELA TOMASSINI
Menos leve que el
silencio
Dicen que dicen
algunos viejos isleros: en los esteros y bañados más remotos, donde ni los
entrerrianos llevan a invernar las reses, mora una sirena. Mucho no se deja
ver, y se me hace que más por coqueta que por pudorosa, porque ya anda medio
entrada en años. Unos pescadores aseguran haberla enganchado en la línea una
vez que andaban recogiendo por el Paraná Viejo. Con la aleta caudal ella misma
se cortó el rizo enredado en los anzuelos, no sin antes echarles un buen terno
a sus captores, que ese día no atraparon ni un bagre miserable. Desde entonces
cundió la fama de la Sirena del río, y en todas las ferias de la costa se
multiplican las ofertas del mechón que, según dicen, cura el mal de ojo, alivia
el ardor de la culebrilla y es buen payé contra el mal de amores. Pero en su
mayoría, no son más que escobillas armadas con musgos y restos de redes
deshilachadas. El verdadero mechón fosforece de noche, y si uno se acerca,
escucha, apenas menos leve que el silencio, las voces de los perdidos, los que
fueron sepultados en las aguas.
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