SERGIO ASTORGA
Las sereias
son sirenas
Cruzando procelosos mares, temeroso que durante el
trayecto el canto fuera descubierto por hombres necesitados de amor, ya marinos
ya terrenos, ha llegado a este balçaõ
abarrotero el libro del sireno mayor, Javier Perucho.
Con una sugerente capa
(portada) una cadeira de rodas (silla de ruedas) bajo fondo
blanco, nos sugiere que es por motivos caudales que la silla pertenece a una
sirena muy contemporánea ya que tiene un computador como auxiliar de
navegación. La silla (cadeira) está
vacía, no porque la sirena fuera de caderas anchas, no confundir cadeira (silla) con cadera en español,
el canto de la i es la diferencia. En
portugués nuestra cadera se dice anca
y la silla parece que es estrecha, o seja,
para anca pequenha, por lo tanto la
dueña de la cadeira de rodas
tiene talle estreito (estrecho). La
silla se encuentra vacía, tal vez porque la sirena tuviera que refrescarse un
poco y así poder arrancar nuestros suspiros al leer el título: La música de las sirenas. Editado por
FOEM (Fondo Editorial Estado de México), su autor, Javier Perucho, recopila,
prologa y como tritón consumado, nos muestra sesenta y una minificciones con el
tema mítico de la sirena. Ejemplos de narrativa hispanoamericana que van desde
Rubén Darío, que abre el canto, hasta Ana Clavel que cierra el libro, con un
apetitoso caldo de cola de sirena.
No cabe duda que nuestros océanos, Pacífico y
Atlántico y el mar Caribe, siguen siendo habitados por sirenas, algunas
parientes de las que vio Odiseo, otras, ya mestizas, emergen y se sumergen a lo
largo del libro. No diré cuáles fueron mis preferidas, que en gusto de sirenas
se rompen géneros, porque ustedes saben, hay lectores que les gustan de voz
grave, otras de voz destemplada; hay quien guste de las sirenas escamosas,
rubias, mandonas, tímidas.
Confieso no con cierto desencanto, que a este balcão no han llegado pessoas a contar historias de sereias, por lo que me he visto obligado
a salir al río Douro a su procura, mais
nada, mi suerte ha sido escasa y aunque sigo atento a cualquier sonido que me
parezca canto y a pesar que la corriente parece cabellera de mujer recién
lavada, mi suerte está salada. Tal vez tengo tanto Tláloc en las venas que
cuando se acerca alguna, atrevida, es devorada por los tlaloques. Lo cierto es
que, después de leer La música de las
sirenas, resulta ya tan de familia el mito, que parece que sólo estamos
leyendo historias de nuestras tías.
Antes que se me olvide, quiero recalar mi agradecimiento
a Javier Perucho, no sólo por su gentileza y osadía al enviarme su libro, con
los peligros de la mar oceana, a estas tierras lusitanas, también agradecer el
separador de lectura que venía en compañía del libro, con la figura de una
sirena, como pueden observar en la fotografía que da portada a esta conversa,
es una sirena absolutamente mexicana, morenaza sensual y colorida con una voz
melodiosa que ya estoy a sucumbir, como lo hizo aquel libro celebérrimo que
menciona Javier, Ocaso de sirenas, esplendor
de manatíes, que este abarrotero poseía en la edición del Fondo de Cultura
Económica, con prólogo de Juan José Arreola y que un día, andando en una
trajinera en los canales de Xochimilco, con la barbacoa y las coronas
atravesadas, un manatí con memoria histórica, al ver el libro saltó con gran
agilidad, llevándose el libro a las profundidades del canal.
Cosas ouvires
y veredes mi querido, Javier Perucho.
Oporto, 23 de abril,
2015
Publicado
en Conversas en el Balcão del Abarrote, http://conversasdelabarrote.blogspot.pt
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