Violeta Rojo
Quizás deberíamos
tapar nuestros oídos y atarnos al palo mayor para leer este libro. Bien sabemos
que las sirenas son peligrosas. Entre otras cosas porque encantan a los hombres
sin que sepamos exactamente qué son. Y los encantan porque, como decía
Pausanias, son encantadoras tanto en poesía como en prosa.
Debo decir que lo
que más me gusta de La música de las
sirenas de Javier Perucho, es que puede leerse de manera especular. Eso no
es extraño, bastantes representaciones de sirenas hemos visto con espejos. Las
sirenas que ha compilado Perucho no sólo entretienen, también hacen reflexionar
sobre estas míticas mujeres, y darnos cuenta que sobre ellas nada es concluyente.
No sabemos ni qué son, ni qué forma tienen, ni su origen e historia, ni sus
padres, ni cuáles son las características de su naturaleza híbrida. Tampoco
estamos claros si sus acciones están signadas por el destino, la obligación, la
maldad o el humor.
Para unos eran
pájaros con cara de mujer; para otros, mitad mujer, mitad pez. Cuando eran aves
las llamaban ruiseñores de patas de harpías que mataban centauros, o gorriones
con cara de mujer. Su historia como aves tiene que ver con Perséfone. Eran sus
amigas y cuando Hades la raptó, pidieron alas para buscarla por todas partes.
No pudieron encontrarla, ya que estaba en el inframundo, así que quedaron con
esa forma. Las plumas pudieron ser un castigo de Deméter, por no haber sabido
cuidar a su hija. Pero también el castigo podría ser de Afrodita, por despreciar
el amor erótico y querer permanecer vírgenes para siempre. Siempre aves, en
algún momento y sin razones claras se las comenzó a representar como seres
marinos.
Su melodioso canto
está vinculado a sus difusos orígenes. No sabemos quiénes son sus padres, se
piensa que podían ser hijas de Gea, la tierra, y padre desconocido. O quizás de
Aqueloo (el que ahuyenta el pesar, el dios del río, poderoso espíritu de las
aguas) con una musa, que pudo ser Melpómene (la de la tragedia) o Tepsícore (la
de la danza). Puede ser también del mismo Aqueloo con Estérope de Calidón, o aun
del dios marino Forcis y Calíope (la musa de la elocuencia). Estos progenitores
explican su relación con el mar y con el canto.
Su voz fue motivo de
grandes sinsabores para ellas. Hay quien dice que una vez osaron entrar en una
competencia con las musas y perdieron la contienda. Las plumas que engalanan a
las diosas son plumas de sirena, que les fueron arrancadas como trofeo. Eso de
decir plumas de sirena suena verdaderamente extraño si pensamos en las de cola
de pez, pero es que con las sirenas, si queremos evitar confundirnos, siempre
hay que estar pendiente de la forma que están adoptando en cada momento.
Para seguir con las
amarguras que traía y que les trajo su canto, se consideraba que no sólo
extraviaban marinos, sino que también que robaban la esperanza de volver a
casa, y eso es de lo más triste que hay. Engañar sirenas fue un gran pasatiempo
para los griegos. Orfeo salvó a los Argonautas cantando más alto y más
melodiosamente que ellas. Ulises ya sabemos qué hizo. Desesperadas por su fallo
con éste, se lanzaron al mar. Sin embargo, otros dicen que se había vaticinado
que sólo podrían vivir hasta que alguien que las oyera cantar pudiera pasar sin
estrellarse en las rocas. Así que no se suicidaron cuando Ulises pudo hacerlo,
es que estaba escrito. Sin embargo, Ptolomeo Hefesto dice que sobrevivieron
para vengarse y mataron a Telémaco cuando supieron que era hijo de Ulises.
El número de sirenas
también varía según los autores, a veces dicen que eran dos, o tres o cuatro o
diez.
Su nombre es álgido
asunto. Unos las llaman sirenas o seirenes, que algunos relacionan con
quimeras, pero también las llamaban aquelois por su padre, y a veces doncellas
de Sicilia. En otras lenguas distinguen entre sirenas y doncellas del mar, y
por eso hay sirens y mermaids, entre otras distinciones,
aunque para nosotros es lo mismo. Individualmente sus nombres eran Ligeia (la
de voz melodiosa), Leucosia (la nívea), Parténope (la de voz de doncella), Thelxiope
(la que encanta con su voz), Thelxinoe (la que encanta con su mente), Thelxipea
(la encantadora), Molpe (canción), Pisinoe (la que afecta la mente),
Aglaophonus (la que suena bellamente), Aglaope (la de voz espléndida).
Tampoco hay certezas
de dónde calentaban hogar. Unos dicen que era en tres pequeñas rocas llamadas
Sirenum Scopuli, cerca de Escila y Caribdis, por cierto, o sea, en el estrecho
de Mesina; otros que era en Anthemousa en Grecia; o en Pelorum (Punta del Faro)
en Sicilia, o en las islas Sirenusias, cerca de Paestum en Campania, e incluso en
Capri. Había un templo para ellas en Sorrento, y se dice que su tumba estaba en
Nápoles.
Entre tantas dudas e
historias, no puede extrañarnos que Javier Perucho haya empleado tiempo y
dedicación a compilar a los autores que escribieron brevedades sobre ellas, no
sólo en este libro que presentamos: La música
de las sirenas, su antología de minificciones de sirenas en la literatura
en español, sino también en Yo no canto,
Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano. Y no es raro, porque
las sirenas y las minificciones son parecidísimas. Incluso me atrevería a decir
que las minificciones son las sirenas de la literatura: inolvidables, híbridas,
misteriosas, inclasificables, con muchos nombres y diversas características,
muchos ancestros y sin origen definido.
Lo tenemos claro entonces, Javier Perucho, a partir de esta selección, estableció su definición
del género minificcional: oscuro, inaprensible, múltiple y complejo. Y lo hizo
como deben hacerse las cosas, con investigación, disfrute, encanto y la belleza
alta y clara de la voz de las sirenas.
Texto leído durante
la presentación de La música de las
sirenas, Feria del Libro de la Universidad de Carabobo, Venezuela, 14 de
octubre, 2014.
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