Cuando escaló la cumbre, el sol bañaba la altiplanicie en un
lago de oro. Hacia la barranca se veían rocas enormes rebanadas; prominencias
erizadas como fantásticas cabezas africanas; los pitahayos como dedos
anquilosados de coloso; árboles tendidos hacia el fondo del abismo. Y en la
aridez de las peñas y de las ramas secas, albeaban las frescas rosas de San
Juan como una blanca ofrenda al astro que comenzaba a deslizar sus hilos de oro
de roca en roca.
Mariano Azuela,
Los de abajo, México, fce, 2007 {1916}, p. 12.
Carta de la lotería mexicana, autor anónimo.
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