RUBÉN
DARÍO
Los pescadores de sirenas
Péscame una, ¡oh, egipán pescador! que tenga en sus escamas
radiantes la irisada riqueza metálica que decora los admirables arenques.
Péscame una cuya cola bifurcada pueda hacer soñar en el pavo real marino, y
cuyos costados finos y relucientes tengan aletas semejantes a orientales
abanicos de pedrería. Péscame una que tenga verdes los cabellos, como debe
tenerlos Lorelay, y cuyos ojos tengan fosforescencias raras y mágicas chispas;
cuya boca salada bese y muerda cuando no cante las canciones que pudieran
triunfar de la astucia de Ulises; cuyos senos marmóreos culminen florecidos de
rosa, y cuyos brazos, como dos albos y divinos pitones, me aten para llevarme a
un abismo de ardientes placeres, en el país recóndito en donde los palacios son
hechos de perlas, de coral y de concha de nácar. Mas esos dos sátiros que se
divierten en la costa de alguna ignorada Lesbos, Tempe o Amatunte, son,
ciertamente, malos pescadores. El uno, viejo y fornido, se apoya en un grueso
palo nudoso, y mira con cómica extrañeza la sirena asustada y poco apetecible
que su compañero ha pescado. Éste saca la red, y no parece satisfecho de su
pesca. De los cabellos de la sirena chorrea el agua, formando en el mar
círculos concéntricos. Sobre las testas bicornes y peludas se extiende, al beso
del día, un fresco follaje, mientras reina en su fiesta de oro, sobre nubes,
tierra y olas, la antorcha del sol.
Rubén Darío, “Los pescadores de sirenas”, en Poemas en prosa, Buenos Aires,
Espasa-Calpe, 1948, pp. 33-36.
Fuente de imagen: http://lacanciondelasirena.wordpress.com
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