sábado, 22 de octubre de 2011

LA ESTIRPE DE LOS EXCÉNTRICOS

Singulares
Los escritores raros son el espejo de obsidiana donde se contemplan los clásicos. Con sus nombres podríamos integrar la estirpe de los escritores excéntricos, además de ocupar obesos volúmenes que arroparían otra historia de las literaturas nacionales, ya que estas flores negras florecieron en cada acervo regional y ninguna época las ha repudiado. Los hayamos en los decenios novohispanos como en el animoso siglo xix, aunque en la centuria vigesímica tuvieron su eclosión.
¿Qué define a los escritores raros? Por su capa romántica, lo que los singulariza es su temperamento, vocación de olvido y narrativa del fracaso. Sin embargo, su ponderación literaria aún no se emprende, pues se ha postergado o ocaso soslayado el análisis de sus arquitecturas literarias, aunque la invención prosística o poética de ciertos cofrades de la excentricidad estética ya fue valorada por algunos iniciados. En general, los empeños por absorberlos a los patrimonios culturales mantienen sendos procesos en Hispanoamérica. Ejemplos de dichas recuperaciones no sobran, pero sí disponemos de al menos un par de casos: el de Francisco Tario, cuya fiesta por su natalicio centenario comprendió homenajes callados, tesis universitarias enpolvadas, publicación de cuentalia completa, rescate de obra rezagada, acciones que pueden considerarse indicativos de una exégesis literaria.


Ahora menciono el otro caso por los afanes de recuperación de los legados olvidados, pues se trata de empeños culturales dignos de encomio: la publicación en Ciudad de México y Buenos Aires de las obras completas de Felisberto Hernández y Macedonio Fernández, respectivamente, sudamericanos afiliados a la constelación de los raros rioplantenses, donde habita otra legión de excéntricos.
En México, con sólo los escritores olvidados o relegados de la historia de las letras, podríamos levantar una demografía preliminar. Avancemos el listado con los de cierta resonancia: Santiago Sierra, Concha Méndez, Ramón Martínez Ocaranza, Carlos Rivas Larrauri, Jesús R. Guerrero, Pedro F. Miret, Efrén Hernández, Xavier Vargas Pardo, Rosario Sansores, aunque de nula presencia en los repertorios que deben informar sobre su legado literario.
Bien vista, esta sumaria demografía de extraños no se distingue en el mercado o el circuito cultural por su presencia, disponibilidad de obra en los anaqueles, consultas en las bibliotecas, acechos analíticos, transmisión de paradigmas y permanencia de modelos literarios. Como han sobrevivido por sus fans, se mantienen en el circuito de lectura por sus admiradores, quienes pepenan en las librerías de usado para encontrar las polvosas ediciones de sus libros.
Para ayudar a esos lectores, recuperar los acervos en extinción y valorar a esa especie endémica de la literatura, recién apareció la colección “Singulares” en cuyo timón mandataba un escritor, mejor dicho, narrador de luenga práctica en el cuento y la novela, jubiloso animador de la enseñanza de la escritura literaria, Mario González Suárez.
“Singulares” acarrea una serie de títulos y nombres que si no fueron célebres, arropados de gloria y fama, sí pertenecen a esa familia de rara avis, que he querido distinguir con el sobrenombre de raros —“inclasificables”, “extraños”, “ocultos”, los han llamado incluso—: Rubén Salazar Mallén, Calvert Casey, Osvaldo Lamborghini, Pedro F. Miret, Esteban Maqueo Castellanos, Francisco Tario, entre otros de futura publicación, que han dejado una estela en los confines de la historia literaria.
En este catálogo de raridades predominan los mexicanos, es cierto, no obstante se asientan en su curul cubanos y argentinos. En dos de ellos las ideas políticas marcaron su sino, y la prohibición o el escándalo sellaron sus obras: Salazar Mallén y Maqueo Castellanos. El exilio fue otra razón de trashumancia, sobre todo en la trayectoria de Maqueo Castellanos. En los cuatro restantes hay otros elementos comunes: primero, su circunstancia trashumante, ya que por una u otra razón familiar o conflicto social fueron inmigrantes. Con el caso de Miret me explico. Expulsada su familia por la guerra civil española, desembarcan del Sinaia en el puerto de Veracruz el 13 de junio de 1939. En la patria adoptiva, Pere se educa, trabaja, publica sus libros y escribe sus guiones de cine, varios de ellos catapulta de sendas películas. El de Casey, también fue otra vivencia del desarraigo, cuya cuentística recogida en Cuentos (casi) completos, fue traducida del inglés.
Explico otros elementos de empatía: por su temperamento, biografía y estética del derrumbe legítima y artísticamente integrarían la nómina de excéntricos que Pere Gimferrer pastoreó en Los raros, homónimo del título dariano. En casi todos, la edición de autor fue la forma usual de presentarse ante la sociedad, mas no amasaron así reputación ni prestigio literarios.
El primer volumen de “Singulares” apareció en el 2009: el cuentario ya mencionado de Casey. Los más recientes títulos fueron publicados en el 2011: La ruina de la Casona. Novela de la Revolución mexicana, de Maqueo Castellanos, cuya primera edición fue impresa en la Ciudad de México en 1921; y Aquí abajo, de Francisco Tario, impresa en 1943 y no vuelta a publicarse sino hasta ahora. Por cierto, una novela desconocida que merece atención lectora y escolio por su singularidad.
En tanto serie, es preciso sopesarla no sólo por sus títulos y autores ganados al olvido, sino también por su arquitectura editorial. Destaca por haber convocado a varios artistas plásticos para confeccionar el grabado que ilustra la portada. Cada título obtuvo un tiraje de mil ejemplares, cada uno sometido a procesos de edición escrupulosos en los que no se admitió la errata, el descuido tipográfico ni el yerro en la diagramación de sus planas. Basta un sobrevuelo por sus folios para constatar el trabajo pulcro. El diseño editorial esmerado se muestra también en las solapas y la camisa, donde yace el preciosismo de la “S”, emblema de la colección, calada en el ángulo superior del volumen, que fundida al logo de la editorial que auspicia la colección (cnca), perfila la silueta de un cisne negro. Del papel en que fueron impresos los ejemplares, se agradece que tenga el suficiente gramaje para evitar el efecto traslúcido, además de que su coloración natural se acopla a la perfección con la tipografía, generosa en su cuerpo, y legible en su fuente. Sin embargo, del precio sí me quejo, pues cada título sobrepasa los cinco salarios mínimos, excesivo para una economía depauperada, aunque justo si consideramos los valores agregados al libro como objeto, entre ellos, un texto liminar esmerado.
Los autores y obras publicados en “Singulares” hasta ahora integran la siguiente lista: Rubén Salazar Mallén, Camaradas. Soledad; Calvert Casey, Cuentos (casi) completos; Osvaldo Lamborghini, Tadeys; Pedro F. Miret, La zapatería del terror; Esteban Maqueo Castellanos, La ruina de la Casona; Francisco Tario, Aquí abajo; José María Benítez, Ciudad. Ningún poeta se incluye en este repertorio, es cierto, como si no los hubiera. Anomalía que se explica pensando en el oficio narrativo del antiguo director y en que el propósito de la colección es rescatar del ostracismo a los malditos, raros y extravagantes fabuladores que pululan en la república de los escritores muertos.

Francisco Tario, Aquí abajo, México, cnca, 2011, 174 pp. (Singulares)

Nota bene: adelanto de la reseña que La Palabra y el Hombre (Xalapa), publicará en su último número del presente año.

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