sábado, 29 de mayo de 2010

AVELINO, POETA DEL AIRE

Gabriel Vargas  (Tulancingo, Hgo., 1915; ciudad de México, 2010)
Ha muerto hace un par de días su creador, don Gabriel Vargas, el caricaturista más extraordinario del siglo XX mexicano. En la estela de personajes que nos hereda, Avelino Pilongano es el prototipo del artista sin oficio ni beneficio, que declara su pertinaz labor literaria acostado en su colchón, contemplando la fugacidad del cangrejo mientras, campanudamente, se rasca las pelotas.
La Familia Burrón no estuvo entre mis lecturas de infancia, apareció la tira cómica más adelante, durante mis años de facultad unamita. Fidel, amigo entrañable, me prestó unos ejemplares de la historieta un día que lo visité en su casa de la Condesa. Apilados en uno de los rincones de su taller de orfebre astroso, descansaban uno sobre otro los ejemplares de esa dichosa novela familiar, cuyo patriarca, Regino Burrón, odiaba a los marihuanos, único aspecto aborrecible para mi amigo, gran aficionado a los efluvios y vaharadas de doña juanita.
Seguramente por empatía, el poeta sin obra me conmovió más que las vecindades, las causas perdidas que encabezaba doña Borola Tacuche, la lengua de barriada de los personajes, o los oficios y empleos (peluquería, sastre, policía, pulquero, diputado) que realistamente trazaba el dibujante. A mí me ganó la fama y la gloria del escritor que componía sus versos en el aire. En más de una ocasión lo utilicé como símil, pues su caso se prestaba para la ironía abierta o la crítica soterrada al compositor de obra escasa, pero presumía a soto voce sus laureles en los salones, los pasillos y la cafetería de la facultad de letras. En tiempos de depresión post adolescente, yo fui su encarnación.
En aquella ocasión en que visité a Fidel, llegando a mi casa y después de leer los ejemplares prestados de la revista, descubrí el genio lírico, el estro poético de Pilongano, escritor sin obra, promesa literaria incumplida, aunque sus trabajos, dicen, se cuentan por cientos de folios, y han sido objeto de acoso analítico en universidades norteamericanas. Tal como lo han hecho con la vida y obra de Eduardo Torres, otro escritor genial, que no dejó salir de las prensas ciertas hojas literarias, de las cuales apenas Monterroso se atrevió a mostrar un ramillete de sus obras inconclusas.
Los trabajos y los días de Avelino Pilongano, escritor inédito, quedaron esparcidos en el centenar de tiras cómicas que firmó y mandó a la estampa don Gabriel, a la espera de un paciente compilador y analista literario, siempre exigente al descubrimiento, que facilite noticia veraz de una obra magistral hasta ahora negada al gran público.
Por los ratos de esparcimiento, solaz y regocijo que me fueron concedidos al lado de Avelino Pilongano, compatriota en la república de los poetas vivos, gracias don Gabriel.

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