Foto: Archivo fotográfico de Raúl Renán
RAÚL RENÁN, AFORÍSTICA
Hoy comparto con ustedes una entrega que se desprende de un proyecto que llevaba el título genérico de “El aforismo en México. Historia y antología”, nombre que habiendo cumplido sus funciones fue modificado por el de “Escrituras privadas, lecturas públicas. El aforismo en México. Historia y antología”, en homenaje rendido y dedicatoria perpetua a Raúl Renán, mi amigo, mi maestro, cuya generosidad, aliento y comprensión benevolente hacia mi persona y escasa obra, nunca podré agradecer hasta lo suficiente.
De dicha investigación se conocen dos adelantos: el primero en publicarse fue una antología sumaria que incluyó una veintena de autores seleccionados; el segundo se trató de un ensayo en vías de publicación sobre Salvador Elizondo que procura deslindar, de su portátil obra literaria, su aforística, cinefilia y microficción.
Esta colaboración de “Modus Scribendi” será el tercer adelanto, donde el poeta Renán tiene un asiento privilegiado por varias razones. Hace unos años, para confeccionar mi antología del aforismo nativo que apareció en La Jornada Semanal, me confió unas cuartillas que contenían un racimo de aforismos inéditos, que su autor dividió en dos apartados: a) los que se desgajan con naturalidad de su obra literaria, y b) un conjunto aforístico elaborado expresamente para aquella entrega periodística. Él designó al primero como “De la obra”, y al segundo, “Originales”. La sección llamada “De la obra” contiene trece aforismos; “Originales”, una veintena.
Las fotocopias del original llevan dichas denominaciones en el ángulo superior derecho, anotadas finamente con la tiza de un lapicero. Aquel racimo fue mecanografiado en la máquina eléctrica que presupongo ha utilizado habitualmente el escritor meridense a la hora de compulsar sus trabajos literarios.
Antes de describir aquel conjunto aforístico, señalo que la narrativa de Renán ya de por sí breve genéricamente, suele colindar con el aforismo, el microrrelato, la estampa y la viñeta. He aquí cuatro de las musas menores que cohabitan en el espacio de su obra, ayuntadas con la poesía visual, la novela y el poema. También señalo que por ese carácter fronterizo, no es fácil encontrar, por las fronteras diluidas, la morfología de sus invenciones literarias, propia de una escritura cuyos linderos concluyen en el poema en prosa, el relato miniado, el caligrama y la poesía visual. A pesar de ello, fue menos arduo localizar el cajón ortodoxo donde encaja, digamos, el siguiente texto:
Epitafio literal
Y murió al pie de la letra. (Gramática fantástica, 1999)
Que por trama, unívoco personaje, evolución del conflicto y desenlace trágico, lo catalogo como un microrrelato, el cual compite en palabraje con el dinosaurio de tintas monterrosiano. Ahora bien, el ejemplo siguiente encapsula una metáfora con una adivinanza:
Una señal en el camino abierto de la noche: las luciérnagas. (Emérita, 2007)
Por su parte, estas dos muestras exhiben el temple aforístico de su autor,
El nacer de cada cual lleva en el pecho la herida benigna de su tierra. (Emérita)
El texto más elocuente sobre la ciudad está escrito por los adoquines de las calles para que a nadie se le olvide el pasado. (Emérita)
En este punto, si mis atentos lectores admiten esta definición personal: “Un aforismo es un argumento controvertible, aunque veleidoso, que soporta una experiencia empírica, un saber positivo expresado en una definición conceptual, un pensamiento educado por el libre albedrío. Jamás narra una historia, tampoco fomenta una lección cívica o moral, por historia y tradición no profesa dogmas, aunque las creencias obtienen su crédito durante la concepción; sus dominios también circundan la estética de las artes, la biografía, los credos, la historia. La prosa es su soporte habitual, regla de oro que admite las excepciones contemporáneas. Nunca es epifánico, pero sí confesional. La experiencia y el dominio de un saber o una técnica, así como el empirismo subyacen en el género, por ello el escritor veter es quien más lo ha frecuentado; en consecuencia, es el género de la madurez literaria”, me concederán que el dueto anterior soporta una experiencia empírica y la expresión de un albedrío en libertad. Ninguno de los ejemplos cuenta una historia, tampoco obsequia a sus lectores una lección cívica o moralizante, menos aún profesa dogmas. Si no hay una enseñanza y no los acompaña un consejo, entonces ¿qué expone el aforismo? Tan sólo el planteamiento de una verdad artística, una verdad literaria que permanece en el instante fugitivo de unas líneas mecanografiadas.
Aquí conviene señalar los vasos comunicantes que nutrieron con líneas de sangre aquel cuerpo literario. Las influencias ya fueron documentadas en otro espacio, al igual que los estratos de la escritura renaniana, aunque si la angustia de las influencias prevaleciera en el ánimo crítico de los estudios literarios —o de usted, lector—, traigo aquí sus resonancias.
Foto: Pascual Borzelli Iglesias. Cortesía de La Señorita T.
Conocemos las creencias religiosas de Raúl, que están documentadas en sus libros, basta traer a la memoria Rostros de ese reino. De la misma manera, sabemos que los patrimonios culturales de la humanidad —la Biblia, la Ilíada, la Odisea; la cultura y la civilización grecorromana— fueron los horizontes intelectuales de los que se derivaron ciertos volúmenes publicados por el poeta meridense, a saber: Los silencios de Homero; Catulinarias y sáficas. Otros manantiales abrevados fueron la estética de las artes, que encontraron sus dominios de expresión en La educación de la línea, sus aforismos difundidos en la plenitud de su escritura. Asimismo, las artes visuales reposan en Mi nombre en juego, del mismo modo que la tipografía, su afición por los libros y la profesión de editor encontraron sus reverberaciones en sus diferentes títulos, aunque Gramática fantástica las condensó frugalmente. La biografía, es decir, el recuerdo de la patria nativa, el terruño, el regreso a la Ítaca peninsular, tuvo en Emérita su recipiente ideal de exposición. Los años de infancia fueron condensados en su novela El río de los años. Los pateadores de San Sebastián.
Finiquitada esta ronda por las influencias, regreso al comentario sobre los aforismos inéditos, que expresan las certidumbres de una vida:
Yo es la declaración más corta de la humanidad. (“Originales”.)
La muerte desprenderá de la tierra a uno de nosotros y el amor pondrá en la tierra a otro de los nuestros. (“De la obra”.)
La rosa es una luz que gira por impulso de la emanación de su perfume. (“De la obra”.)
El tríptico anterior tiene a la prosa como el soporte natural. Nada en él es epifánico, aunque sí confesional o biográfico. Su soporte prosístico sirvió al humanista yucateco de vehículo para conservar y difundir una experiencia humana, cuyos axiomas postulan que la rosa, la muerte y el sujeto son tan evanescentes como la estela aromática de una fragancia.
Hace un par de años, fue publicada La educación de la línea, el cuaderno donde se aloja el venero mayor con los aforismos de Renán. El título resume sinópticamente su temática: la naturaleza y artificio de la línea. En términos editoriales, esta plaquette mantiene la misma pauta con que se ha estampado la tradición del aforismo mexicano: cuadernillo con tirajes menores, impreso por una editorial independiente, ilustrado por un cronopio y distribuido entre los fanáticos del maestro, sin ecos en la prensa, con reverberaciones sólo para los iniciados en el género y fieles a un juglar cuyo mester nos congrega aun a la distancia.
Los aforismos recogidos en La educación de la línea llevan hasta sus últimas consecuencias la manida definición: “La línea es una sucesión continua de puntos.” La línea, es decir, el trazo de una mano alzada sobre un espacio, es el tópico sobre el cual Renán tejió la trama de sus aforismos. Apunté trama no por la anécdota contenida en ellos, sino por la textura y el consiguiente tejido que van formando con sus verdades literarias. La pasión de Renán por el “engaño colorido” nutrió uno de sus libros anteriores. Sus hábitos de crítico de arte encontraron aquí la madurez expresiva, ya que no analiza un cuadro, menos interpreta una sucesión de pinceladas, tampoco valora una realización plástica, acciones positivas del crítico. Busca la quintaesencia del dibujo: el trazo, la línea y su representación oracional.
Ya que el aforista expresa una verdad, postula en consecuencia la esencia de las cosas y los sujetos, sus realidades y naturalezas, por ello propone esta definición alterna, paráfrasis del lugar común:
Nada, es una ausencia de líneas. (La educación de la línea.)
¿La multiplicación de las líneas será, entonces para el poeta, el infinito?
Con la formulación siguiente, el aforista desmiente aquel manido axioma clásico de la geometría:
Para llegar a su destino dos líneas corren parejas hasta no encontrarse. (La educación de la línea.)
Expongo un último ejemplo con una verdad inconmovible:
Una línea nunca cesa de ser línea, acontece siempre. (La educación de la línea.)
Antes de finalizar, apunto que Salvador Elizondo, en su Teoría del infierno, había referido sesgadamente en su crítica a las artes plásticas algunos comentarios al dibujo; en su momento, también Juan García Ponce postuló sus nociones sobre las artes plásticas, ambos acatando la forma exigente del aforismo.
En recapitulación, me concederán mis lectores que la experiencia del escritor, su saber acumulado, el conocimiento detallado de una técnica, aunados a un empirismo vital, fueron los sustratos sobre los cuales Renán acuñó los modos de su aforística. La madurez literaria de este escritor encontró su género de exposición en el aforismo. Por este sólo hecho, la escritura de sus aforismos se ha convertido en un asunto de interés público, ya por su carácter artístico, ya por sus valores literarios, pero sobre todo, por su contribución al género en la novedad de sus tópicos y por el alimento a una tradición que proviene de otros, añejos siglos: la del aforismo mexicano.
Texto publicado en la columna “Modus Scribendi”, que aparece en La Señorita T, suplemento cultural del diario poblano El Columnista.
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