CUITAS Y TRIBULACIONES DE LOS MEXICANOS EN CHICAGO
Diez consideraciones sobre la tradición, la crónica, sus autores y el género.
1) De los escritores mexicanos que han documentado la migración nacional a EE UU, sólo Francisco Hinojosa en Mexican Chicago había dado testimonio de los paisanos arraigados en Illinois, la Bella Airosa anglosajona. La diferencia escritural entre Hinojosa, Raúl Dorantes y Febronio Zatarain estriba en que estos cronistas ya no volverán a la tierra de expulsión, salvo para honrar los días de guardar, los festejos cívicos y los ocasionales retornos del hijo pródigo.
2) Debemos considerar a …Y nos vinimos de mojados. Cultura mexicana en Chicago en la tradición literaria mexicana, pues en el cuerpo de la obra sus autores implícitamente renuncian a afiliarse a las tradiciones chicana o anglosajona. Sana elección, pues en tales acervos difícilmente encontrarán un asiento que les conceda un reconocimiento como escritores mexicanos, ya que ellos no han declinado a su ciudadanía, ni a sus derechos políticos, pero quién les concederá los culturales, cómo los exigirán y ante quién, si a los estados y a la Federación sólo les interesa la captación de remesas, motor del desarrollo y elemento de estabilidad política, además de ser la constancia más vergonzante de la fuga demográfica.
Con Dorantes y Zatarain sucede lo mismo que con el doctor Francisco González Crussí, en qué acervo cultural los registraremos.
3) En su crítica a la chicanidad, un fenómeno sociocultural que ha perdido impacto en las comunidades mexicanas asentadas en “territorio yanqui” —la frase es de Victoriano Salado Álvarez—, pero aún con ascendiente entre los estudiantes y profesores “latinos” de las universidades norteamericanas, Raúl y Febronio comulgan un tanto con el sueño de los chicanos que recurrieron a la mitología azteca para mitificar su expulsión del paraíso y legitimar la presunta colonización de los territorios perdidos. Mitología que empatan con el retorno del hijo pródigo, ese Ulises descarriado que ya no volverá a tomar posesión de sus bienes, amores y ancestros que dejó en Ítaca.
4) En tanto que género, …Y nos vinimos de mojados… ortodoxamente no es un libro de crónicas, o es eso y un poco más, pues en la confección sus autores hilvanaron apuntes ensayísticos, reclamos políticos, crítica cinematográfica, tipologías del mexicano de extracción rural, entre otras exigencias de varia naturaleza. Los imperios del yo escritural quedan en las crónicas sutilmente atemperados, que es otra de las diferencias estilísticas con el libro de Hinojosa y con la costumbre imperante en los modos contemporáneos de hacer crónica.
5) En algún momento del pasado reciente, en una consulta electrónica pedí a Raúl Dorantes los signos que lo identifican como escritor de la diáspora mexicana: lugar y fecha de nacimiento, escolaridad, publicaciones, trabajo actual, lugar de residencia, traducciones y reconocimientos para incluirlo en un libro en preparación que dará cuenta de los escritores chicanos del siglo XX. Por alguna torpe razón, a Febronio no lo tenía registrado en mi repertorio, a pesar de que Raúl Ross me había recomendado e insistido incluirlo en varias ocasiones. …Y nos vinimos de mojados… me ha dado la ocasión de ubicarlo en su tradición, extraer los signos que me hacían falta y registrarlo en mi demografía literaria. Espero con ello saldar mi falta. Naturalmente espero que se sientan bien representados estando entre Lucha Corpi, Raúl Ross, Sandra Cisneros, Francisco González Crussí y José Antonio Burciaga.
6) Conocí por primera vez las animosas crónicas de Dorantes y Zatarain como simple lector del Masiosare, suplemento político de La Jornada ya desaparecido; de aquella época recuerdo la del barman que despachaba en el piso 96 y la de cómo se implantó el futbol en los campos de Chicago. Luego como dictaminador interno del libro, las volví a leer en su conjunto, sin seguir el orden natural de sucesión. En la última lectura me reveló las cuitas y tribulaciones de los mexicanos en Chicago, que ningún otro escritor compilado en Los hijos del desastre. Migrantes, pachucos y chicanos en la literatura mexicana me había proporcionado. Ya que ellos, los escritores mexicanos, escribieron como testigos presenciales de la circunstancia mexicana en Estados Unidos; en cambio, Raúl y Febronio hablan en calidad de protagonistas de la asimilación, el rechazo, las formas de empleo, los usos de la lengua, el vestuario, la religiosidad, los días de asueto, el ocio, la pisteada en la trastienda, el deporte y el regocijo nocturno, así como de las formas en que la imaginería cinematográfica y las expresiones musicales han representado a los emigrados nacionales.
7) Justamente esas representaciones cinematográficas son las menos documentadas en este libro testimonial, pues se ciñe a la filmografía norteamericana y deja de lado a la europea (París Texas o Lejos de casa), la mexicana más reciente (De ida y vuelta; Bajo California, el límite del tiempo o Farmingville) y al cine chicano (American Me? Zoot Suit). De completarse ese capítulo, tendremos un apartado con la historia, cultura y migración de los mexicanos de la diáspora a través del celuloide. Historia que hace falta en un país que promueve los estudios chicanos, pero no los relativos a la diáspora mexicana, dos asuntos muy distintos en la actualidad política.
8) Una ausencia documental que noto en el libro. De cada uno de los personajes de Dorantes y Zatarain sabemos el nombre de las comunidades expulsoras, el motivo de su expulsión y el condado de recepción, pero la cuarta de forros no nos da cuenta, menos aun el cuerpo de las crónicas, de donde partieron los autores, apenas nos informa el año en que llegaron a la ciudad de recepción. Por el cuerpo de la obra, se infieren gustos y elecciones suyas, escolaridad e incursiones en el mundo de las letras, pero los autores no nos ofrecen nada más sobre su biografía, que para mí resulta sustantiva para los cometidos apuntados en la observación cinco.
9) A mi parecer la función social de los clubes y federaciones de migrantes con residencia en Chicago en …Y nos vinimos de mojados. Cultura mexicana en Chicago, apenas se menciona de manera secundaria. Estas agrupaciones tienen una escasa representación en el libro, por la presencia abrumadora de instituciones comunitarias fundadas por los méxico-americanos, anglosajones y chicanos; sin embargo, en la vida social, cultural y política de los paisanos, aquí o allá, incluso han rebasado y desplazado a los poderes establecidos, al grado de decidir autoridades, obra pública, celebraciones, creación de empleos y un sinfín de beneficios colectivos en las comunidades de origen.
Para los gobiernos federal y estatal son instituciones que se ambicionan, cortejan y cooptan para el beneficio político de los mandatarios estatales o el ejecutivo federal.
10) Apunto finalmente que los migrantes, los mexicanos del éxodo, han sido olvidados o relegados de los estudios universitarios o culturales que se realizan en México. Siendo que son la minoría étnica más claramente creativa y con el mayor potencial político en el conglomerado racial que da sustento a la polifonía cultural de Estados Unidos.
En mi consideración, representan a la mexicanidad desarraigada; son un trasplante de la hispanidad en el orbe anglosajón, pero sobre todo son una extensión de la latinidad; es decir, de la cultura madre que dio origen, sentido y razón a occidente.
Los mexicanos de la diáspora renunciaron a un imposible bienestar para realizar, más allá del suelo nativo, su sueño aquí en la tierra, de ellos se esperan las mejores aportaciones en las ciencias y las artes del porvenir.
Las aportaciones culturales de la diáspora mexicana aún esperan a su historiador, mas los cronistas del desarraigo, Raúl Dorantes y Febronio Zatarain, nos han adelantado el capítulo de la asimilación, el rechazo, la adaptación, la conservación de la idiosincrasia, los extremos de la ontología del mexicano más allá de la frontera norte.
Raúl Dorantes y Febronio Zatarain
…Y nos vinimos de mojados. Cultura mexicana en ChicagoPrólogo de Carlos Monsiváis, México, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2007, 301 pp. (Crónica Urbana)
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