Silencio por luto
Murió Andrés Henestrosa, maestro de las letras mexicanas, luego de cumplir un centenar de años de vida. Queda como un clásico del siglo XX Los hombres que dispersó la danza, florilegio narrativo en el que los sustratos indígenas oaxaqueños provienen del zapoteco, en su vertiente juchiteca, y el huave, lenguas autóctonas que habló hasta que aprendió español a los quince años.
La mitología, tradición y costumbres aborígenes se encuentran en la capa de superficie de cada una de las prosas breves de que está compuesto Los hombres que dispersó la danza, uno de cuyos relatos, “La abeja”, formó parte de El cuento jíbaro, autorizado de reproducirse por su hija Cibeles. De esa reinvención literaria que es “La abeja”, puede desprenderse la cosmogonía de un pueblo no conquistado por la civilización mexica. De ahí su interés antropológico y literario.
Así quedó este apunte en mi libro inédito Dinosaurios de papel: “Las formas propias de la oralidad indígena (consejos, adivinanzas, fábulas, relatos orales) y mestiza (tradiciones, leyendas, dichos, refranes), aparte del caldo de cultivo que significó la herencia hispánica, amalgamaron el humus para el arraigo y florecimiento de esta —dígase de una vez— institución literaria (el microrrelato) tanto en México como en el resto de Latinoamérica.
La interacción y confluencia de esos sustratos puede hallarse en las narraciones míticas con resonancias indianas de Andrés Henestrosa […]”
Henestrosa fue un narrador zapoteco, de origen juchiteco, que ejemplifica perfectamente el caso, pues se trata de un escritor que aprendió español como segunda lengua a la edad de diez años, en quien la herencia indígena tiene un peso específico insoslayable.
No escribiré más para guardar mi luto, que mantendré en silencio releyendo esa obra imprescindible por canónica de la literatura mexicana del siglo XX.
Nota bene: Los hombres que dispersó la danza ha tenido varias ediciones imprescindibles después de la primera, aparecida en 1929 (Compañía Nacional Editora Águilas), 1954 (unam), 1992 (fce) y 1997 (Miguel Ángel Porrúa).
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