Yuritzi J. Santiago Méndez
Cuando era niña, mi mamá solía contarme cuentos sobre sirenas que vivían muy felices en el fondo del mar junto a los delfines, tortugas e incluso ballenas. Era pequeña, no tenía más de diez años, así que las sirenas se convirtieron en mi obsesión durante un rato. Diciembre arribó y con él la oportunidad de viajar a Acapulco. Mis papás conocían mi adoración por el mar, así que decidieron celebrar mi cumpleaños número siete en la playa. Recuerdo que hicimos bastantes compras, pero la única cosa que yo quería llevar a esas vacaciones era una sirena morada de juguete que mi mamá me había comprado en el mercado que se ponía a tres cuadras de mi casa. Mi sirena morada era la única cosa que yo creía importante llevar a ese viaje.
Recuerdo que fue un viaje en autobús que nos llevó cinco horas completar, pero estábamos demasiado emocionados para darnos cuenta de que estuvimos tantas horas sentados, pues nuestro plan número uno al llegar ahí era ver el amanecer en la playa. Luego de que nos registráramos en el hotel, mis papás y yo corrimos hacia el mar y logramos disfrutar de un espectáculo inolvidable. Los colores más cálidos inundaron el cielo y el mar se veía más hermoso que nunca. Tal vez era mi primera vez viendo el mar, pero cuando mis ojos lo observaron, sentí un montón de emociones alegres y positivas que me llenaron el corazón. Al fin estaba frente al mar y los dibujos de él en mis libros de cuentos no se comparaban en nada al real. El mar brillaba como si sobre él hubiera diamantes invisibles y las olas bailaban tranquilamente soltando una brisa fresca que chocaba contra nuestras mejillas. A mi mamá siempre le dio miedo el agua del mar y aquella vez no fue la excepción, sin embargo, estaba igual de satisfecha y fascinada por la belleza única de aquella vista que disfrutábamos que incluso se acercó más allá de la orilla.
Mis papás me tomaron de la mano fuertemente y cuando las olas me mojaron, no pude evitar gritar de la emoción por lo fría que estaba el agua. Mi sirena estaba conmigo en aquel momento, así que su cabello lila estaba empapado y a su cola morada se le había metido un poco de agua. Después de eso yo la enterré en la arena e incluso le construí un castillo. Tenía siete años, era mi cumpleaños y a mi parecer mi sirena morada estaba igual de feliz que yo por estar en el mar por primera vez.
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