viernes, 9 de julio de 2010

ADIÓS AL FUTBOL (I)

Tiro de esquina
Luego de semanas de estar pegado al televisor, atento a las repeticiones, los horarios de transmisión, los goles y el fasto de sus jugadas, las equivocaciones infernales de porteros, delanteros, árbitros, mediocampistas y defensas, por fin ha concluido el mundial de futbol. Escribo por fin no por mero hastío, sino con el lamento enmudecido del adicto a los fármacos, que se hala los cabellos cuando de su cuerpo se ausenta la sustancia que lo catapulta a la vida, luego suda, se estremece, toca el bolsillo de su pantalón para asegurar el bulto de su cartera, aun sin que le resguarde un mendigo billete. Y ahora qué haré, se pregunta el fanático mientas exhala nerviosamente el humo de su cigarro, sin la adrenalina que me mantenía a flote, del amanecer hasta después de la primera hora vespertina.
La charla de la comida y la sobremesa decaen, la pasión por el esférico se derrite, el motivo de las reuniones se pierde en cada agonizante partido. Nunca más volveré a hablar con mi vecino de enfrente, no volveré a escuchar en las calles, el taxi o en los vagones del metro la pasión incontenida, la multitud apeñuscada contemplando y gritando la gloria del gol. En ese inmediato entonces, la ilusión viajaba en metrobús.

Fuera de lugar
No me deja escuchar la crónica del partido esta niña llorona, ya le di su mamila, la arrullé en su cama, le acerqué su muñeco de peluche, que abraza cada noche antes de dormir, y nada, sigue berreando. La llevé a la recámara y mientras la recostaba, los blanquiazules metieron otro gol a la marejada verde, gloria y ensueño de mi vida. Todo por atenderla, apenas me descuido, meten gol a mi equipo. Y en la repetición, clarito se ve que el delantero estaba en fuera de lugar. Ese maldito árbitro lo declaró bueno. Y la niña no para en su llanto, qué tendrá. Su madre dejó la leche tibia, los biberones, la ropa preparada, pero no se calla, aunque está envuelta en su cobertor. De tardarse más, la llevaré con la vecina, pues en otro descuido perderá el equipo de mis sueños.
Cuando metieron el primero, palpaba su pañal que, aunque estaba seco, sí olía a vegetales podridos, ya ni tiempo me dio de rabiar en la repetición de la jugada. Un gol ante mi descuido. En el intermedio fui a buscar a la vecina, toque a su puerta, pero nadie salió.
El segundo tiempo arranca, la madre no llega, la niña sigue en su llanto. Con otra distracción mía, perderemos el partido. ¿Y si la encierro en el cuarto de servicio, arropada, con su peluche y biberón? Al fin la leche sigue tibia.


Larissa Riquelme, en foto adánica para el Diario El Popular, como premio de consolación a la selección y pueblo de Paraguay.