lunes, 29 de agosto de 2011

NOVEDADES

Omar Meneses, el copiador


En la región zapoteca de la sierra de Juárez, a los fotógrafos les dicen los copiadores por una creencia vernácula de que copian el alma del hombre con sus cámaras, de ahí que los pobladores nativos no accedan fácilmente a ser retratados. Lo sé por mi padre, zapoteco de Xaltianguis, de oficio fotógrafo de eventos sociales, a quien sus paisanos apodaban El Copiador.
Omar Meneses pertenece a esa tribu de bárbaros ilustrados que recorre los confines con unos armatostes celosamente guardados en sus mochilas copiando los avatares de sus congéneres, arropado con un chaleco de los mil bolsillos y unos zapatones camineros, al aire su cabellera medusina; es uno de ellos por su temperamento, sentido del riesgo, mirada y formación de arquitecto. Basta hojear sus estampas para constatar su oficio por las figuras, los claroscuros y la trama: las anécdotas que alojan pertenecen a unas historias de las que apenas conocemos un mínimo antecedente, el fragmento de un acontecimiento, que en el ejercicio fotográfico de Omar refieren un conflicto (las guerras en Centroamérica y en Chiapas), una infancia recuperada, la tradición de las artes escénicas populares o cultas, la galante vida nocturna, el juego de los espejos reverberantes, la urbe en su impasible expresión de la fe o la vida cotidiana, donde la comilona entre albañiles luce apostolada. Naturalmente, también aluden a las preocupaciones sociales del fotoperiodista nacido en Cuautla, Morelos, en 1961, por cuya trayectoria profesional parcialmente estampada en los siguientes folios, inferimos que ha bregado por las secciones policiaca, cultural o metrópoli, y como enviado especial en los conflictos del sureste mexicano, así como en los de Nicaragua y El Salvador para diarios y revistas nacionales.
A los rubros que se apuntan arriba, debo agregar que el desnudo femenino, el paisaje y el retrato son otras de las constantes que convierten el quehacer fotográfico de Omar en una suerte de relato visual, donde el escenario, el héroe, el desenlace o la ruptura, a veces tragedia, apañan su asiento apenas lo avistamos. Para constatar mi afirmación véase, por ejemplo, de las imágenes compiladas en Historia y vida, el libro que soportan éstas sus manos, las fotografías del derrumbe, el semicírculo de niñas en Tlayacapan, los guerrilleros en asedio o la del último caudillo. Cada una de tales imágenes fijas fue capturada en medio de su transcurrir, casi siempre en el clímax de su desarrollo. Incluso las fotos del desolado campo mexicano, a pesar de su abnegada tristeza, laten por su quietud acaso debido a los ausentes, presumiblemente cosechadores en los campos agrícolas del Norte. Ahí, el conflicto encalla en el éxodo.
En la casa derrengada, el escenario, los personajes y la tragedia yacen a primera vista, no así el conflicto; la imagen de los infantes tomados de la mano, que tienen como trasfondo un farallón montañoso típicamente morelense, podría tratarse de un paisaje idílico si no fuese porque se desprende de un mero carnaval efímero; el entrenamiento de los partisanos convoca a otros protagonistas, a otro conflicto, a una alternativa política hoy devaluada, aunque los elementos del relato no dejan de apuntarse, al igual que en el registro de la silueta cardenista en medio de una algarabía multitudinaria, reflejo de otros entusiasmos. Aunque impera en sus fotos una violencia latente, natural o social, celebro que el copiador gráfico de las causas pasadas no haya agregado sus registros sobre el narcotráfico o la agresión citadina, hoy que el país padece la peor sangría de su historia, motivo cierto de otro volumen para un tiempo futuro, pues el presente no se ajusta ni para la celebración ni para la añoranza; sí, en cambio, para la documentación realista.
En sus fotografías, Omar Meneses logró calcar el alma de los acontecimientos suscitados hace unas décadas para mantenerlos en la memoria colectiva, porque —así quiero pensarlo— a las nuevas generaciones dichas tramas sociales pueden resultarles desconocidas.
Historia y vida, volumen que inaugura la colección fotográfica Ojo de Venado, puede contar a sus lectores ciertas historias de los héroes minúsculos o los ciudadanos anónimos que protagonizaron aquellos relatos y que transitan por las siguientes páginas.

Texto de presentación del libro Historia y vida, de Omar Meneses, de próxima —y ojalá pronta— aparición. La imagen ilustra su portada.

viernes, 26 de agosto de 2011

SINATRISMOS

CONVOCATORIA CARTOGRAFÍA DE NUEVA YORK:
POEMAS DE TEMA URBANO ESCRITOS EN ESPAÑOL

Con la intención de hacer un estudio crítico sobre la poesía de tema urbano-neoyorquino escrita en lengua española desde 1990 hasta 2011, se convoca a todos a los escritores, que escriban en lengua española, a presentar textos que tengan como uno de sus temas principales la ciudad de Nueva York. Cada autor deberá hacer llegar sus textos debidamente identificados con referencia, lugar y fecha de publicación en caso de que se trate de textos publicados; los textos inéditos deben ser identificados con la fecha de escritura, el libro o proyecto inédito al que pertenecen y una declaración de autoría. Cada autor deberá incluir una nota biográfica y una fotografía que pueda ser reproducida. Los documentos deben ser enviados a aguasaco@gmail.com anotando en el asunto: textos para “Cartografía de Nueva York”.
El convocante, Carlos Aguasaco, hará acuse de recibo vía email. Los autores cuyos textos sean seleccionados para el análisis serán debidamente informados y recibirán una copia del trabajo que se difundirá en el marco de una conferencia académica. La fecha límite para presentar trabajos es el 23 de septiembre de 2011.



La difusión de esta convocatoria es sin ánimo de lucro.

En la imagen, José Juan Tablada, escritor mexicano que en la primera década del siglo XX vivió y escribió de y desde NY.

miércoles, 24 de agosto de 2011

ESTÉTICA DEL FRACASO


Centenario de Francisco Tario
El sustantivo miretario, nombre propio de este blog, lo compuse fundiendo dos apellidos de escritores mexicanos extrañamente distinguidos por su rareza. El primero perteneció al narrador mexicano de origen español Pedro F. Miret; el segundo, al también narrador Francisco Tario, seudónimo del ciudadano Francisco Peláez. Ambos vivieron en el siglo pasado y lo padecieron en diverso grado y circunstancia. De los dos sus primeras obras aparecieron gracias a sus auspicios personales; es decir, en modestas ediciones de autor, hoy harto difíciles de rastrear en bibliotecas públicas, remate de saldos o librerías de viejo. Incluso los ejemplares de sus libros impresos con sellos comerciales, también son verdaderamente difíciles de localizar, joyas bibliográficas entre sus fanáticos numerarios.
Como “escritores raros”, pues con esta etiqueta los hemos clasificado por sus características literarias y psicotípicas, bien cabrían en los censos que Rubén Darío o Pere Gimferrer levantaron para ejemplificar la estética de lo extravagante, la literatura del fracaso entre la oscura turba. Una literatura, la de los raros, teñida con un indeleble aire de romanticismo, es verdad, impulsada con ese vitalismo que distinguió a los poetas del crepúsculo. Vivir en la miseria, arropados por el ostracismo y morir en la periferia de la rotonda de los literatos ilustres. Su legado perdido o en ruta de naufragio. Como todo raro, nada o casi nada sabemos de sus vidas, menos aún de sus obras o aportaciones culturales, y apenas la crítica pone atención en ellas para clarificarse el valor estético de su patrimonio literario.

Incluso las imágenes divulgadas de los epígonos del fracaso son escasas por contadas, otro rasgo habitual de los raros, a pesar de que están disponibles ricas iconografías en acervos públicos y archivos familiares.
Su heredad, en el caso de Tario, fue compilada hace unos años en dos tomos (Cuentos completos, Lectorum, 2003) que recogen su cuentalia; sin embargo, novelística, dramaturgia y aforística por ahora se encuentran desgajadas. Contadas tesis universitarias lo han estudiado en alguna de sus facetas, la más explorada ha sido sus modalidades del género fantástico. Igualmente muy pocos ensayos literarios lo rescatan, sobre todo los manufacturados por el dueto Toledo-Dueñas. En el caso de Miret, apenas una laurea intenta recuperarlo, emprendida por este bloguero, que se encuentra aún inédita, aunque en vías de dictamen, luego de severas enmiendas, poda jardinera y la ensangrentada corrigenda del escritor neurótico. Creo que tiene futuro.
Creo que el primer paso para su recuperación justamente se encuentra ahí, divulgando su identidad, poniéndole rostro al escritor desconocido, a través de las imágenes fotográficas que se conservan. Otros procesos mayores de reclutamiento sería la publicación de su obra completa en volúmenes que acogieran su novelística, periodismo, cuentos, dramaturgia, inéditos, lírica y demás trabajos que resulten en las labores de rescate y recuperación. La inclusión y divulgación son deberes posteriores, como su estudio y ponderación analítica. Expongo estas tareas en la claridad de que se trata de un planteamiento idealista, meramente desiderativo, pero también con la certeza de que el estudio de la literatura mexicana, y su historia, seguirá incompleta sin la presencia de los escritores desterrados del canon, que forman una legión, por cierto.
A propósito de los cien años del natalicio de Francisco Tario (1911-1977), que se cumplen en agosto, el día 30, convendría rendirle tributo leyendo un cuento rescatado por la revista Nexos, que no fue incluido en sus relatos completos. He aquí la liga para acceder a su narración, “Septiembre”, rescatada por Alejandro Toledo, su principal estudioso y quien más lo ha divulgado:

http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2099374

Por cierto, varias fotografías del homenajeado se disponen en la bitácora de Alberto Chimal, el escritor que más lo ha divulgado en charlas, conferencias y su hermoso blog, Las Historias:

http://www.lashistorias.com.mx/

Explicado el neologismo y recordado el natalicio, pasemos a continuación a leer las prosas de Tario, nuestro mejor homenaje. 

martes, 23 de agosto de 2011

SELVÁTICA

Informe sobre mí mismo
Ayer lunes, hace cuatro semanas, finalizó mi año sabático, concedido por la universidad para la que trabajo desde hace siete años, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Se trata del primero que disfruto en mi vida de trabajador, suministrado como derecho laboral.
En qué invertí ese tiempo dilatado, me preguntaron mis amigos y colegas. Yo les respondo hosco para qué quieren saber, lo mejor será dejarlo así, por aquello de las resistencias, la envidia o el odio, pero si insisten les comento que logré —como reconocimiento mayor— mi ingreso en el SNI con el nivel I, la manufactura de un cuarteto de libros, la publicación de ensayos en revistas y libros colectivos, la firma de un contrato editorial con una universidad regional para la publicación de mi libro de ensayos (Ocaso de utopías), que recogerá una década de escritura ensayística, además de mi participación en congresos regionales, nacionales e internacionales, aparte de dirigir un florido conjunto de tesis para diversos grados y temáticas en universidades mexicanas e internacionales.
Aquel año pasado aproveché también para diversificar mi presencia en los medios, así que acepté cada invitación a la radio, la prensa, la TV o internet, aunque descuidé ciertamente mi blog, pero hoy le doy continuidad a mi añorada bitácora con este informe parcial de año sabático. Digo parcial pues el resto de la información, siendo pública o de acceso público, se encuentra en la oficina universitaria que se encarga de gestionarla. Para conocer las menudencias a ella deberán dirigirse.
Ese tiempo me sirvió de igual modo para apaciguar mi salud, atendiendo a la calidad de vida en aspectos descuidados como fueron la alimentación, el descanso y la vida social. El coche lo dejé por ahí arrumbado, con riesgo de su maltrato o robo, pero no le pasó nada fuera de lo habitual. Mi ganancia redituó en descanso y ahorro, que fueron considerables, y no se diga la carga de estrés ahorrada, suministrada mientras uno transita motorizado por la ciudad.
Finalmente, durante mi permanencia en la ciudad, conviví habitualmente con mi familia, hija y mujer, además de mi madre y hermanos, quienes gustan de la comida buena, abundante y condimentada con sus picores. La vida en tertulia asimismo la disfruté, frecuentando la comilona de los viernes en el Centro Histórico, que se organiza en torno a la figura de Armando González Torres, el poeta y ensayista que le da vida desde hace tiempo, quien para animarla convoca a editores, periodistas, narradores y poetas, además de otros miembros de la república libertaria de las letras y las artes.
La relación de actividades académicas, culturales y de divulgación colma unos cuantos folios en el informe oficial rendido; sin embargo, esto me gustaría compartir en la bitácora, con los amigos y lectores del Miretario.
Queda entonces el cuatario convidado.



FOTO: Omar Meneses, 2011, que pertenece a la segunda de forros de su libro Historia y vida, de inminente publicación, con texto liminar de JP.

domingo, 21 de agosto de 2011

INVITACIÓN


Cine de la frontera