martes, 12 de febrero de 2013

BIENVENIDA A CASA


PASTRANA
¿¡Qué si soy la mujer más fea del mundo!? ¿Acaso no se han visto por la mañana en el espejo? Pues háganlo seguido, así entenderán por qué me cepillo la barba, la cabellera encrespada y el crecido bigote. Las pilosidades también me crecen en demasía en recodos ignotos, pero eso a ustedes no les importa, ni les hablaré de ello, aunque les aseguro que tengo quien me atienda esas zonas, no sólo el zopenco de mi marido, sino también el domador, el acróbata y el contorsionista, pero ya estoy incumpliendo una palabra empeñada entre las sábanas. Pero ultimadamente, ¿a ustedes qué les importa mi vida entre colchones? ¿Que no me preguntaron?, entonces sigo con lo mío. ¿Se miraron cuando enjugaban su cara en el lavabo? Yo lo hago cada mañana, durante el ocaso y cuando comparezco ante el inclemente insomnio. Nada les pasará cuando se miren. Después de hacerlo ya no querrán salir a las calles blandiendo el cuchillo para guarecerlo en el pecho de su esposa, ni a empuñar la espada para trozar al vecino escandaloso.
Apenas me contemplo frente al espejo entiendo por qué me endilgaron los motes de Mujer Oso, Hembra Lobo, Orangután, y entiendo por qué ladro, aúllo o gruño mientras contemplo mi rostro en esa planicie cenagosa intitulada espejo, ese impuro azogue que titila una belleza de otro tiempo. Esta beldad pertenece a otras comarcas. En cuanto me miro, abandono la daga que me acompaña y plugo al señor que nadie se espante cuando vagabundeo por la calle, o que ninguna señora cuchichee en esa lengua de perros mientras me recorta la cabellera la estilista.
Si se asoma el temor en las pupilas de los peatones, o bisbisean a mi paso, yo los maldigo, ¡Infelices, qué no se han visto ante el espejo! ¡Háganlo, Julia Pastrana se los encomienda! Cuando lo hagan dispondremos de menos huérfanos, pocas viudas y entierros menos. Entonces entenderán que ninguna belleza los acompañaba, que debajo de su piel supura el odio contra sus semejantes. Entonces entenderán que aún no han aplacado ese maldito mal emboscado. La bella soy yo, se los digo a ustedes antes de que partan a sus hogares cuando termine la función. Y antes de que concluya mi acto les pregunto, ¿se miraron en el espejo por la mañana? Ya lo sabremos a la hora del desayuno cuando el voceador pregone los muertos abandonados a la vera del camino.