sábado, 25 de mayo de 2013

TRABAJOS DE NEREIDA


SIRENAS
A mi autor le he oído hablar varias veces de un amigo suyo llamado Javier, que se define como sirenólogo y ha coleccionado todas las sirenas que habitan el territorio de la minificción. Espero que ahora no se le ocurra la idea de ponerme a trabajar de sirena. No soy una rareza de circo: soy un microrrelato respetable, por cuyo interior circulan caballeros atildados y damas de educación victoriana. Además, el único pez que tolero es la trucha, siempre que la sirvan como la preparan en Bariloche. Y no digo más, porque no quiero que se sienta insultada alguien que es casi una mujer.


David Lagmanovich, “Sirenas”, en Memorias de un microrrelato, Buenos Aires, Macedonia, 2010, p. 76.

Otras sirenas, otros cuentitos: David Lagmanovich, “Otra sirena”, en Los cuatro elementos. Microrrelatos, Palencia, Menoscuarto, 2007, p. 86; “La sirena”, p. 66; “Sirenas emigrantes”, p. 83. 

lunes, 20 de mayo de 2013

HABLA DON GOYO

TREMORES

Por la fiesta de las llamas
Un manto de cenizas
Y ruedan las piedras de lava
Un río líquido avanza en su infinita pereza
Por las noches eructa
lodo, nieve, fuego
tremores en la alta noche
por el río de lava
plegarias, ofrendas y cantos
autóctonos de los nativos
solicitantes de pan, agua de lluvia
cosechas buenas
compadre, le dicen, aplaca tus agruras
y atiéndenos con bien
con ese viento fino que ofreces a las grullas, 
los peces y las liebres
que te habitan
Tu sísmica del tremor arrulla a los niños
en horas lácteas


viernes, 17 de mayo de 2013

CELEBRACIÓN DEL MAESTRO


UNA PIZCA DE VIDA

A José de la Colina le he solicitado que emprenda la escritura de sus memorias cuando lo sorprendo en la parada del camión, la sobremesa de la tertulia o en el umbral de su casa. Nada más recuérdense los géneros y oficios de vida en que incursionó: cuento, guión cinematográfico, periodismo cultural, tareas de imprenta, traducción, ensayo, aforismo, una pizca de poesía, otra de actuación y una más de dibujo a lápiz, entre otros, aunados a su vitalismo, sabiduría, humor y gentileza. La experiencia literaria está cifrada ahí. No se olvide tampoco la amistad que mantuvo con los escritores, artistas eminentes y caudillos culturales con quienes convivió en el movimiento inacabado de la rueca de las generaciones. La experiencia biográfica de José de la Colina habrá de preservarse en unos extendidos y luengos folios para concelebrarlo en el presente aniversario y en los venideros.
Maestro, sus inéditos lectores sabrán agradecerle el relato de su vida.

Texto leído, junto a otros de amigos del tertuliano, en el festejo cumpleañero, en el ciclo Protagonistas de la literatura mexicana, Palacio de Bellas Artes, 12 de mayo, 2013.

Dibujo: José de la Colina.

miércoles, 15 de mayo de 2013

GERMEN DE UN MICRO

ESTÍMULO, BOCETO Y FINAL
Procesos escriturales en el Taller de Artes Literarias II. El profesor improvisa un relato a partir de un estímulo visual, trazado sobre la pizarra con plumón verde. Los alumnos improvisaron sobre otras estampas: El Valiente, El Azteca y El Payaso, registradas en sus respectivos blogs. 

A) El mono (estampa de la lotería mexicana):


B) Primer boceto (pizarrón y tinta verde):


C) Elías, David y Xóchitl, alumnos del taller ensimismados por sus notas (salón de clase, mesas y sillas):


D) Segundo boceto (hoja cuadriculada de cuaderno, obsequiada por Elías):


E) Versión final (microrrelato añadido al libro en preparación, el cual servirá para justificar la ausencia de un personaje):

CONFESIONES
Cuando terminé mi rutina, caminé hasta la jaula del gorila. Al llegar al mirador aún no salía de su cueva, pero lo esperé poco tiempo, apenas el suficiente para ordenar y acomodar mis herramientas en su caja. Un momento después salió como siempre, arrastrando su pesado cuerpo, por la pura nostalgia de sus árboles selváticos, los párpados entornados por la luz del sol que ya se apostaba en ese firmamento de rejas, celdas y murallas. Llegó lenta, derrengadamente hasta el patio de la fosa que nos separaba. Y ahí se quedó mirándome, silencioso y yacente, y yo contemplándolo como cada mañana. Así sentado el gorila, como un monarca antiguo que compurgaba su exilio, empecé a contarle las cuitas del trabajo, mi agridulce vida familiar y el hastío en que me encontraba varado. Como siempre, él escuchaba mi trivia doméstica, a veces asintiendo con un leve movimiento de la cabeza. De lunes a viernes lo visitaba para confesarle mi vida sin atributos, hasta que un día —el jueves en que iba a compartirle que asesinaría al cocinero, amante de mi mujer—, ya no salió a escucharme, pero desde la baranda lo oía gemir, respirar y guturar desde el fondo de su cueva.
Si no me escuchó mi amigo, ustedes menos me comprenderán, pero tal como ordena la manda, confesada en el balcón del zoológico, al día siguiente apuñalé al cocinero. 

domingo, 12 de mayo de 2013

LÍRICA ACUÁTICA


EDUARDO RICO SÁNCHEZ

El hombre pez
Nadie lo comprende. Nadie entiende qué ocurrió aquella tarde. Él llevaba un pantalón vaquero, chubasquero rojo y zapatillas blancas. Fue como por arte de magia: desapareció en el agua. Echó a caminar hacia la orilla, dicen algunos que a mirarse en el borde, como el que espera con impaciencia la venida de la muerte en esa costura de espuma que el mar forma con la playa. No es de extrañar que eso sucediera, pero él sabía que los vencejos no dominan la gramática y que el largo cuello de los cisnes nada tiene que ver con la Vía Láctea. No ignoraba que los vendavales de querubes estuvieran compinchados para formar galernas infernales, que las atarazanas de Jasón no se hallaran atestadas de argonautas o que las tubas y cornamusas entonaran salmos para la discordia en las alcobas celestiales. Es verdad, todo eso ya lo tenía en la cabeza mientras dejaba su indeleble rastro en las miradas de la gente. Todo lo tenía aprendido y, tras encontrar moribundo en un charco de lágrimas el último pez azul que su alma imaginaba, echó a nadar hacia la dársena que llaman de los hombres dormidos, se ungió de escamas y, al marcharse, llamaba a gritos a las sirenas por sus nombres y a los abismos sumergidos, con escurridizas burbujas de plata.

Catábasis
Sumirse fue inundación. Sumergirse fue como entrar en una gruta y empezar a comprender que la palabra redención es con la que comienza el libro primero de la escritura del hombre; ese libro que ya creyó haber leído en el pasado, antes, incluso, de que nadie lo hubiera escrito. La voz que allí se escucha transita por los caminos del recuerdo como por un calvario de versos transidos por el dolor y el sentimiento de los fondos marinos. Es el vértice que irradia conversión o el oxidado reborde de la herida abierta por donde escapa el resplandor de lo acontecido. Todo, todo está bañado de la simultaneidad, de la desnudez llana, del principio de comunión con uno mismo, y casi no le queda aire… El compás del corazón es una débil melodía que lanza alfileres por las arterias navegables del olvido: Orfeo ya no rescatará más Eurídices y el fulgor del sol será el comienzo de la negación. Pero es a lo que se arriesga un portavoz de lo inhóspito que avanza consumido y no le preocupa la tumefacción del alma ni el inframundo y solo escribe como un autómata que, a pesar de todo, imagina haber llegado, como en un sueño de hombres peces, a las puertas del Paraíso.


El náufrago
Cuando le sacaron del mar permaneció el resto de sus días en una pecera. Se ensimismaba en los atardeceres rojos ante la larga y brillante línea del horizonte. Sacaba sus labios calcáreos y aspiraba el suavísimo aroma de las olas del océano, como el que ansía en el vaho del mar el dolor de los paisajes de ciudades sumergidas y el acabamiento en los pasados azules más remotos. Cuando murió, el agua embebió sus lágrimas. Nadie reparó en que bajo sus escamas latía el corazón de un hombre.

Náyade dormida
¡Y dicen que el pescado es caro…!, si lo sabrán mis ojos, que aún no se han acostumbrado a la oscuridad de este recodo de la vida, al difícil tormento del aliento de tus muslos húmedos, al lustre de tus nalgas anegadas de relámpagos, a la apnea de esos labios bañados de sonrisa púrpura, o a esos tus pechos construidos como con textura cocida e imposible de huevo duro… ¿Te sorprenden mis poemas? No sé si me escuchas, si te llega al fondo del alma mi zozobra, hasta esa profundidad de pecado carnal inusitado que tanto anhelas. ¿Duermes aún, amor mío? Creo que no podré resistir ni un segundo más, cariño: las palabras se me diluyen ya en la esencia azul de este sueño ilusorio y lascivo de burbuja…

A pleno pulmón: Semblanza de Eduardo Rico Sánchez
Que yo escriba relatos, que éstos sean de gran brevedad, que además estén empapados de lenguaje poético y que algunos digan que esto no es microrrelato, para mí es circunstancial; provengo de la poesía y algún día a ella he de volver, si no lo he hecho ya. Esta circunstancia, digo, me ha permitido viajar en naves espaciales, volver con Wells a tiempos increíbles, planear con Uriel, descender con Belcebú a los infiernos o nadar con peces improbables y bellísimos, y eso es lo que importa en verdad. En ese ínterin he llegado a publicar un libro de cuentos denominado La vida en cartón piedra (Atlantis, 2009), a colaborar en el periódico de mi tierra natal (El Diario de Menorca) y, mientras aguardo que salga mi nombre en una antología que publicará Talentura ya, a seguir a la espera de que otra incierta editorial ponga en papel encuadernado algunos escritos más.
Muy recientemente y ante mi constante inmersión literaria, le preguntaba a mi amigo Adrián San Juan, gran microrrelatista, si para tal menester debería sopesar seriamente si alquilar un submarino, adquirir un batiscafo o hacerlo, sencillamente, a pleno pulmón; a lo que contestó de inmediato: Darle un beso a una sirena ya te otorga un plus de una hora de buceo extra, dos si es de tornillo. Sabias palabras, desde luego; lo que me ha llevado a reflexionar sobre que hace ya tanto tiempo que permanezco en este estado de salmuera ingrávida y abismada que, a pesar de que sigo buscando ese beso de sirena, ya no sé si lo que de verdad voy a necesitar es una escafandra para poder respirar cuando algún día saque la cabeza de este piélago de la literatura.
En fin, que me expongo aquí, en este Miretario de Javier Perucho, al que no dejo de agradecer su entusiasmo para con los textos acuáticos que escribo, y sólo pretendo ser una línea más en este proceloso mar de la ficción.

Ilustración: Náyade, de Roberto Ferri.

lunes, 6 de mayo de 2013

COLOFÓN Y CUARTA DE FORROS


COLOFÓN

Como Adriana Azucena Rodríguez
nos trató injustamente en su libro anterior,
La verdad sobre mis amigos imaginarios,
relegándonos a los rincones, casi escondiéndonos en el índice, 
apretujándonos al final del cuentario,
nosotros reclamamos
—por conducto de nuestro amigo leal e infiel lector—,
nuestro derecho de permanecer en esta nueva aventura llamada
Postales. Mini-hiper-ficciones,
pues nos corresponde el mismo derecho de representación,
ya que fuimos silueteados con la misma tinta negra,
trazados con la misma diestra mano y porque pacemos
sobre el mismo llano de las miniaturas.
Por nuestras demandas farfullará Javier Perucho,
carnal de los pigmeos, los jíbaros y nosotros,
los hermanos menores.
Atentamente,

Tus amigos imaginarios. 



CUARTA DE FORROS
Adriana Azucena Rodríguez, interpelada en el colofón antepuesto por los amigos imaginarios en rebeldía, amalgama en un robusto manojo sus cuentos en miniatura, que se distinguen por el ácido de su ironía, la composición impecable, la inventiva y el oficio prosístico, donde la recreación de viejas historias, la vida actual o la relación entre los géneros soliviantan el transcurrir cotidiano para azogar el mismo espejo donde se contemplan las únicas miserias humanas que los grandes relatos han ceñido.
Postales, como gusta de bautizar la novísima escritora a sus “mini-hiper-ficciones”, llama al regocijo de la lectura, al deleite de la palabra, al placer de añejas y actuales historias cuyo artífice susurra al lector uno de sus relatos, mientras arropa entre sus manos este libro. 

Aviso: el miércoles 8, a las 19:00 hrs., Postales será presentado en el Centro de Información y Difusión Xavier Villaurrutia. Entrada libre.