jueves, 12 de octubre de 2017

ANATOMÍA DE UNA ILUSIÓN: RESEÑA

ARQUEOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA

Alejandro Cruz Maya

¿Qué historias sirven para alimentar un cuento? Un tempestuoso amor, una biblioteca que se extiende hasta el infinito, un ominoso dios más antiguo que el mundo; grandes historias que entretejen grandes cuentos. La pregunta es: ¿pueden los sucesos cotidianos, los jirones con los que se construye la vida diaria, urbana, constituir una historia para un cuento? Ésta es la cuestión que sobrevuela el libro de Javier Perucho, Anatomía de una ilusión, una serie de microrrelatos que se alimentan de historias nacidas en escenarios comunes y corrientes como una vecindad de la Ciudad de México, unas vacaciones en la playa o un pasillo de la universidad; partidos de futbol callejeros, guerras entre niños que se agrupan según la calle que habitan, combates de piojos, fugas infantiles en metro que pasan “por las estaciones del leoncito, la gaviota y no recuerdo cuál más”. Realismo por momentos crudo, pero que es capaz de encontrar un lugar para la ficción. Prueba de esto es el cuento titulado “Señora del agua”, en donde, en menos de tres páginas, Perucho relata una historia que va del Mercado de la Viga al enamoramiento entre un hombre y una sirena.
El autor de Enjambre de historias (2015) y La música de las sirenas (2014) teje esta Anatomía con una serie de microrrelatos narrados en primera persona y por múltiples voces, cuya extensión rara vez excede un par de páginas, pero que en su brevedad dejan entrever la realidad, muchas veces negada, de la vida cotidiana en esta ciudad.
La violencia es un tema que se asoma recurrentemente en los cuentos de Perucho. En “Maldito amor”, uno de los primeros relatos del libro, encontramos a una mujer con la cara bañada en sangre a causa de la golpiza que le asestó su marido; violencia que décadas de machismo se han encargado de normalizar: “Qué no ves que así me quiere”, le grita la mujer (Gabriela) a su hijo cuando éste se niega a ir tras el padre para traerlo de vuelta. Violencia que se desata por los acontecimientos más simples, como un pantalón de mezclilla con la valenciana planchada (historia que encontramos en “Doméstica”) y que termina, de nuevo, en una golpiza a Gabriela. Estas estructuras de violencia no son exclusivas de las relaciones entre hombre y mujer, sino que se extienden por toda la sociedad y así lo muestra el cuento “Linóleum”, en el que una mujer es pateada hasta el cansancio por su novia por el simple hecho de haber dirigido la mirada a un hombre en la barra del bar. Episodios de terror como éstos aparecen a lo largo de todo el libro, de la mano de diferentes actores y siempre en diferentes escenarios. Desde los pasillos de una escuela primaria hasta los cuartos de la vecindad, Perucho pone de relieve la manera en la que nuestra sociedad se ha constituido como una sociedad esencialmente violenta, que irrumpe en agresiones a la más mínima provocación y que escasas veces necesita de una justificación para atacar.
Otro hilo que teje la Anatomía de Perucho —y que muchas veces se toca con el tema de la violencia— es el encuentro con la muerte. Varias veces y desde distintas perspectivas, el autor hace acercamientos a este tema: desde la perspectiva del asesino, la del testigo de primera mano, la del que sólo pasaba y se encontró con el cadáver tirado en la playa, o la del que descubrió el cadáver en su cama, como si siguiera durmiendo. “Piedras del río” es una de las historias más impactantes del libro. En ella, Lupe, que tan sólo es una niña, asesina a su padre azotando contra su cara una piedra de río; todo esto ante la orden de su hermano mayor. Igual de interesante resulta la historia narrada en “Padre”, donde un niño de siete años es arrebatado de su sueño por su padre con la intención de llevarlo a contemplar un cadáver que se encontraba tendido sobre el asfalto: “Padre me acercó hasta el cuerpo para decirme: Míralo bien, éste es el rostro de la muerte. En el vaho de su aliento identifiqué aromas de cigarrillo, cerveza, maldiciones y lodo de sarro.”
Sin embargo, violencia y muerte no son los únicos tópicos en Anatomía. A lo largo de los microrrelatos se cuenta la historia (o las historias) de la relación que se teje entre el protagonista de la mayoría de los cuentos y una niña llamada Cristina; relato de amor que se desenvuelve entre la incipiente sexualidad de los dos y las circunstancias que los rodean: a veces es él quien busca un punto adecuado en la azotea del edificio para espiarla mientras se baña, otras veces ella es la que lo invita a pasar a su casa, siempre cuando sus padres no están presentes: “Días después, cuando andaba para la escuela, Cristina me llamó, Cuando vuelvas me tocas por la ventana, me dijo. Y eso hice. Ni la maestra, ni la clase ni la hora del recreo me importaron, sólo quería que avanzara el tiempo para salir corriendo para su casa.”
Ésta es una Anatomía en la que no hay un movimiento temporal lineal sino que las historias y las voces se entrecruzan jugando con el tiempo y los distintos escenarios de la vida urbana. El libro termina con la misma pregunta con la que inició: “Si me preguntaba qué es un cuento, le hubiera respondido con una historia que me confió Cristina cuando don Pedro la encerró en su cuarto. O le contaría cuando a don Manuel, el padrecito, lo asaltaron afuera de la iglesia. ¿Eso formará un cuento? ¿O esas historias no servirán para alimentar un cuento? […]”


Revista de la Universidad

Alejandro Cruz Maya, “Arqueología de la vida cotidiana”, en Revista de la Universidad, nueva época, núm. 157, mayo, 2017, http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=830&art=18007&sec=Art%C3%ADculos 
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