lunes, 25 de julio de 2016

RECUENTO


Reseña a la Anatomía: 


Antonio Soria, “Ochenta imágenes de un universo”, en La Jornada Semanal, suplemento cultural de La Jornada, 24 de julio, 2016, Núm. 1016, p. 11.


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Comentario a Anatomía de una ilusión

Ignacio Betancourt

Cuando resulta inevitable la complicidad del lector con lo leído, suele considerarse mérito del autor. A veces pienso que cada lector lee lo que se merece (en el caso del libro de Perucho me siento halagado). La diversidad de puntos de vista narrativos goza de cabal verosimilitud en las narraciones. El traslado de personajes de uno a otro texto los robustece (al cuento y al personaje), sabe uno de donde vienen y en su lectura, de manera casi imperceptible, se recrean los antecedentes que los vuelven cercanos. Además, el humor que circula entre líneas anula cualquier riesgo y les otorga necesaria mesura. El barco de la portada es magnífico, los colores de la casa flotando en el mar de la escritura vuelven alucinante la embarcación y el viaje.
Las referencias literarias asoman entre peculiares oleajes narrativos y cierta comunidad de evidencias ordena las mareas. La crueldad de lo real es siempre oportunamente cruel (independientemente de cómo se le presente). Tanto lo referencial como lo figurativo funcionan con igual eficacia en un discurso pleno de guiños. La ironía entendida como máxima expresión del humor (con frecuencia negro) se entreteje cordialmente añadiendo espesor a lo enunciado. Hay textos breves, geniales por su contención (siempre resulta deslumbrante la amplitud de lo breve). Lo ciertamente explícito no requiere de excesos, a partir de un solo enunciado puede reconfigurarse todo.
El tratamiento de asuntos infantiles permite, de manera natural, las peores crueldades. El niño como semilla de casi todo aquello que el adulto consumará. La omisión perversa, lo sugerido, vuelven inagotables las historias. Los personajes que reaparecen a lo largo del libro, en su construcción paulatina se asumen gratos e ingratos con inobjetable verosimilitud; lo extraño y lo erótico se hermanan sin perjuicio alguno para ambos. La cachondería, más que en lo narrado se genera en la manera de contar. El surgimiento del eros, la germinación de lo cachondo, todo eso que es intuición infantil, habrá de marcarnos como destino.
Aunque en anécdotas y peripecias los protagonistas sean infantes o adolescentes, su devenir narrativo los humaniza y hace creíbles las más extremas acciones en contextos que no restringe lo desmesura. Aquello de que “infancia es destino”, en Anatomía de una ilusión se corrobora sin afán alguno de corroborarlo. El placer no tiene edad, o mejor dicho: impregna todas las edades. Son los recuerdos, similares a objetos con peso y textura entre la levedad de lo recordado, con aromas y tonalidades que incluso convertidos en palabras conservan su palpitación. A partir de una afortunada diversidad de puntos de vista, el inevitable monólogo de la escritura se hace polifonía, imaginarios colectivos en donde medio mundo cabe.
Con personajes de todas las edades se construye un mural formidable de ámbitos históricos (identificables o escurridizos), en donde el imaginario apuntala contradicciones sociales tremendas, paradójicas, ahí carencia o abundancia, odio o amor, pasado y ahora (todo aquello que construye subjetividad e invención) deambula en una cotidianeidad palpable. Dentro del más anciano de los seres, habita la niñez como un esqueleto invisible. Finalmente, debido a la mención de Edmundo Valadés recuerdo que en alguna ocasión nos dijo que un buen cuento es aquel que no se olvida; por cierto los que escribe Perucho, son bien recordables.


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