lunes, 21 de junio de 2010

MANIFIESTO DEL DUELO

Días de guardar



Una manifestación del luto es guardar el silencio apacible que exige la lectura del patrimonio literario que lega a su comunidad Carlos Monsiváis, antier fallecido después de una batalla agónica contra la enfermedad que lo postró por semanas.
Si en vida recibió homenajes, reconocimientos, premios y distinciones de la más variada índole, no se le puede negar en sus honras fúnebres el recinto de Bellas Artes para que familiares, amigos, funcionarios y la sencilla gente expresen sus condolencias por el fallecimiento de un escritor entrañable, el último defensor de las causas perdidas.
Así manifiesto mi duelo por la pérdida del maestro. Escribí y digo maestro pues sus artículos en la prensa alimentaron mi mocedad; sus extravagancias aligeraron mis rutinas; sus crónicas de la ciudad si no me la hicieron más amena y vivible, me concedieron un punto de partida para comprenderla y amarla ferozmente; la crítica cinematográfica que practicó, además de orientarme en la elección de mis preferencias cinéfilas, explicó las sinuosidades de la imagen en movimiento; sus ensayos fueron y son, para mí, un prodigio de escritura, pues fue el género natural de exposición de su afilada ironía, el recipiente de una carga profunda por el que el sarcasmo producía mella habitualmente en el sujeto en reprensión irónica; por el tamiz de su expresión hablada, locuaz siempre, transitaron los más altos recursos de la retórica clásica, la picardía mexicana, el discurso académico, la erudición y el habla familiar que resuena en los trolebuses.
En el ensayo casi nada dejó de ponderar, sus análisis tenían como destinatario a un público en crecimiento —la sociedad civil, lo llaman—, al que procuró sensibilizar, educar y encauzar, consciente de que su país transitaba de un estadio rural a una modernidad para la que no lo habían preparado con instrucción, adecuado sus instituciones ni otorgado educación a sus dirigentes. En esta arquitectura literaria, junto con la crónica, fue donde su legado es mayor, pues libros, revistas, diarios, suplementos culturales y folletería alimentaron sus planas del día con día.
Nadie negará que él fue un cultivador, un impulsor, un estudioso de la crónica mexicana, soporte donde dejó asentados las menudencias de la vida cotidiana, los entresijos del poder político, la transición del antiguo régimen, la formación del político mexicano, los avatares de los sexos, los entretelones de una república literaria cuyos ciudadanos o sucumbieron al canto meloso de un poder fáctico llamado televisión, o mantienen su independencia desde los oficios que concede la cátedra y el periodismo. El abanico de sus temas abarcó desde el nacionalismo, el charro, la canción popular, hasta las veleidades de la prosa decimonónica, la lírica que emergió con el romanticismo y el cine de la época de oro del cine mexicano. Las muestras de simpatía popular durante su cortejo fúnebre son índice de la compenetración del escritor con la “gente”, pues ese público lo seguía en sus más variados registros y soportes por la utilidad social de su escritura.
Carlos Monsiváis, defensor de las causas perdidas: el zapatismo, los chicanos, el feminismo, la experiencia gay, la biblio diversidad y, con ella, la defensa apasionada de la literatura.

Foto: http://www.elportaldemexico.com

1 comentario:

Magda Díaz Morales dijo...

Una ausencia que extrañaremos mucho. Afortunadamente, queda su obra.