Enfermedad típicamente tercermundista, que mutó del cerdo para migrar al hombre, la influenza, cuyo epicentro no declarado es la ciudad de México, capital de la epidemia, se transmite por los fluidos corporales.
Han suspendido por más de una semana las actividades educativas, las misas, el ejercicio al aire libre, cerrado los bares y los estadios. Tan dados al gregarismo, los mexicanos estamos en duelo, más que por la cuarentena, por la imposibilidad de concelebrar el relajo imposible.
Las autoridades de salud sugieren no tocarse, no saludar de mano y cancelar los besos de bienvenida, pues el virus se transmite por la saliva y la mucosidad. De ahí que una cantidad innumerable de paisanos anden por la calle y el trabajo con esparadrapos azules.
Si hacen caso a las noticias aún no declaran estado de sitio, pero la vida continúa con cierta anormalidad, los temores de siempre, los cuidados extremos en sanidad doméstica.
La ciudad habitualmente abarrotada por el tráfico, los ciudadanos en la calle, hoy primer día de contingencia luce desolada.
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